‘El político debe atarse a la realidad’: Carlos Granés, antropólogo social

Carlos Granés, antropólogo social. Foto: UFSQ

Carlos Granés, antropólogo social y autor del aclamado ensayo ‘Delirio americano’, advierte sobre la propensión latinoamericana a perseguir utopías e imponer al resto ideales irrealizables. Juzga que, para desgracia de sus habitantes, en América Latina la mentalidad apabullante de los artistas se apoderó también de la política. Conversó con LA HORA sobre su obra y sobre el momento que vive el continente.

P. ¿Cómo se define la condición de ser no latinoamericano sino «delirioamericano»?

No resistí la tentación de hacer ese juego de palabras: en vez de «latinoamericano», «delirioamericano». Porque, y eso se comprueba a lo largo del libro, en América Latina hemos fomentado con muchísimo provecho las imaginaciones desbordadas en el campo del arte, grandes creadores, delirantes, fantásticos, pero también en la política. En la política hemos visto esta misma mentalidad contagiada en muchos personajes con resultados en ese caso más bien modestos o frustrantes. Entonces, el delirio latinoamericano es eso: la exacerbación imaginativa aplicada indistintamente al campo político y al campo artístico. 

P. En el libro parece apreciarse una corresponsabilidad de los artistas en la construcción de los delirios de los políticos a lo largo de nuestra historia. ¿Es así?

Hay un momento histórico, no solo en América Latina sino en Occidente, el de la vanguardia, en los años veinte, cuando los artistas se convencen a sí mismos de que sus sueños deben materializarse, que no deben quedarse encerrados en obras de arte sin efecto en la realidad sino que, por el contrario, deben ser armas de transformación social. Ese momento en que los artistas se politizan y muchos de ellos entran directamente en el campo político, entran a participar en la Revolución Mexicana, en las instituciones, en los estados, entran a participar activamente en política. Y quizás es posible que hayan sido justamente ellos los que han contaminado la política de pensamiento artístico. Insisto: está bien que el pensamiento artístico no tenga límites porque ese es el trabajo del creador, imaginar lo que se dé la gana, pero en el campo político sí tiene problemas porque el político debe atarse a la realidad, debe tener la mente puesta más en lo posible que en lo ideal. 

P. ¿Es América Latina una zona especialmente sensible al influjo artístico por motivos espirituales, culturales, o es simplemente que las circunstancias económicas materiales tornan a estos impulsos más seductores?

América Latina, no sé exactamente por qué, no ha dado muchos científicos, filósofos —de renombre universal—, sin embargo, ha dado varios Premio Nobel que son absolutamente famosos y reconocidos en el mundo entero. No sé a qué se debe exactamente. Quizás hay alguna herencia hispánica, del hispanismo, que ha privilegiado la cultivación del espíritu de lo artístico, de lo inmaterial, de lo etéreo más que de lo útil y de lo práctico. Tal vez por eso nos hemos inclinado hacia las artes con más vocación y educación que hacia la ciencia y la técnica. 

P. En el libro menciona que América Latina intenta escapar de la camisa de fuerza de la imagen que le ha impuesto el mundo, pero fracasa. El continente sigue siendo el lugar en el que son bienvenidos los impulsos y los excesos políticos que en el mundo no se permiten. ¿Cómo escapar de ese molde?

América Latina debería dejar de ser la pantalla donde Europa proyecta sus fantasías utópicas. Los europeos son bastante sensatos cuando abordan sus propios problemas, pero cuando quieren actuar como artistas, cuando quieren dejar que su imaginación aflore de forma desmadrada, piensan en América Latina. La ven como el lugar de las utopías que son imposibles en Europa, y esto sucede desde la época de Cristóbal Colón. Cuando llega a América, no sabe que ha llegado a una zona nueva, pero poco a poco empieza a proyectar todo su ideario religioso y acaba diciendo «este es el paraíso terrenal»; todos los viajeros, conquistadores, de pronto empiezan a ver las criaturas fantásticas que antes solo aparecían en la literatura. Sí se proyectan en este nuevo mundo una cantidad de fantasías y de delirios que eran irrealizables en Europa. Eso ha seguido hasta el día de hoy. Creo que sí, por supuesto, América Latina debería hacerle frente a este tipo de cosas, decirle al utopista europeo que si quiere hacer la revolución la haga en Italia o e España o en Francia y que deje de joder aquí. 

P. El libro habla de la ‘latinoamericanización’ del mundo, de cómo esa manía de perseguir delirios en la política se está extendiendo a otros continentes, de como Chiapas o Venezuela sirvieron para exportar un modelo. Incluso Estados Unidos empieza a exhibir un populismo similar. ¿Ese proceso sigue en curso?

En parte sí. El populismo no es que sea un fenómeno netamente latinoamericano, sino que se puede manifestar en diferentes sociedades, pero América Latina sí es un sitio muy propenso al populismo. Hay cierto tipo de nostalgia de una unidad perdida, cierta noción de que debemos ser una comunidad homogénea en donde las opiniones discordantes son extrañas, nocivas, antipueblo. Esta idea populista ha impregnado a países que parecían refractarios de este fenómeno. En el caso español es evidente el contagio latinoamericano; los que llevaron una de las manifestaciones del populismo, la gente de Podemos, vinieron aquí a América Latina como aprendices de chamán, como aprendices de Evo Morales, de Rafael Correa, de los Kirchner, también del subcomandante Marcos, que aunque no es exactamente un fenómeno populista sí fue un fenómeno muy mediático y que supo aprovechar, explotar, la tecnología mediática de los noventa, la globalización mediática, para promocionar la causa. Reprodujeron todas estas enseñanzas en España. Ellos sí, a diferencia de los utopistas, quisieron «latinoamericanizar» España, quisieron no venir a América Latina a vivir la revolución y luego volver a sus sociedades, sino curiosamente llevar la revolución latinoamericana a España

P. En el libro se presenta a Juan Domingo Perón como una suerte de supervillano. ¿Qué significa Perón para América Latina?

Perón es un fenómeno interesante y nocivo. No olvidemos que es un militar golpista —participó en dos golpes de Estado—, un militar filofascista y además de eso con inclinaciones pederastas —anduvo amancebado con una niña de catorce años—. Además de todo esto es un personaje camaleónico que supo disfrazar todas sus ideas de derecha dura o adaptarlas a un modelo democrático, no porque quisiera, sino porque las circunstancias históricas se lo demandaron. Él llega a la presidencia en 1946, justo cuando el nazismo ha sido derrotado en Europa en 1945; todas las fantasías nacionalistas duras de los filofascistas tienen que moderarse, silenciarse y adaptarse al modelo democrático. Él es en América Latina el pionero de esta experiencia. Él es el primero que logra llevar el autoritarismo de derecha a la democracia. Aprovechando el tirón popular que tiene logra un éxito legítimo en las urnas, pero una vez en las instituciones hace algo novedoso: cambia la dinámica autoritaria. Ya no va a usar los tanques para desde la calle llegar a palacio, sino que va a llegar a palacio legítimamente y empezar a derruir las instituciones desde dentro. Es un autoritarismo con aspecto democrático pero igualmente nocivo porque se va a encargar de socavar la diferenciación de poderes. Lo va a hacer de manera sutil, con tecnicismos legales, apelando a artículos de la Constitución, pero el objetivo va a ser siempre el mismo: primero, apoderarse del aparato judicial, remover a los jueces que sean hostiles a sus propósitos, poner alfiles totalmente plegados a su causa y una vez que controla el poder judicial convocar a una asamblea constituyente. El primer artículo que se cambia de la constitución, es el que prohíbe la reelección. Entonces él ya simplemente dependerá de la popularidad para permanecer sistemáticamente en el poder, y para ganar popularidad va a aprovechar la cultura, copar todos los espacios culturales —en la educación, en las universidades, en la diversión, en los clubes cívicos, en el calendario—. Va a peronizar toda la vida para que la gente deje de respirar oxígeno y respire peronismo. 

P. América Latina vivió diferentes momentos políticos y culturales, diferentes delirios, a lo largo de estas últimas décadas. ¿Cómo encaja la cultura narco en este proceso? ¿Es una fase más que ha dejado una impronta?

Como colombiano, he convivido prácticamente toda mi vida con el fenómeno del narco. Desde que tengo conciencia, Pablo Escobar ha estado ahí y ahora se ha convertido en un icono pop, muy apreciado por los europeos, por los yanquis, están fascinados. Incluso su sicario, su mano derecha ‘Popeye’ se convirtió en un guía turístico de gringos a quienes llevaba a hacer recorridos macabros donde ocurrían matanzas, donde él mismo mataba, una cosa de exotización y de miserabilización de Colombia, bastante desagradable. En cuanto a la cultura, se convirtó en un tema de actualidad, de preocupación mediática, de preocupación social, y por eso mismo llamó la atención de los escritores. Sí hubo algunos que consiguieron hacer cosas buenas, pero rápidamente se convirtió en un tema mainstream que garantizaba algún tipo de éxito comercial y que por eso atrajo a tantos escritores. Pero obras buenas se escribieron pocas. Esto acabó degenerando en una caricatura, la «sicaresca antioqueña». Yo creo que en Colombia al menos ese tema, de la literatura ligada al narco, ya está medio olvidado y superado. Claro, nosotros ya pasamos por ahí, ahora Ecuador lo está viviendo con dramática actualidad. Entiendo que aquí sea una preocupación y no se sepa qué va a pasar a nivel cultural con el narco, pero es un tema coyuntural. No creo que vaya a inspirar obras interesantes. 

P. El ecologismo y la justicia climática son nuevos temas en boga en el continente. ¿Terminará siendo esto un nuevo delirio de América Latina, como fueron las revoluciones del siglo pasado?

En este momento, Gustavo Petro es claramente un ejemplo de ello. Es difícil saber si lo que a él le interesa es la causa ecológica o la causa ideológica porque para solucionar el problema climático está proponiendo soluciones muy ideologizadas, muy de la izquierda dura de la que viene. Convierte al problema de la economía carbonizada en un problema de planificación económica, invita incluso a planificar la economía mundial. Propone anular el sistema de libre mercado y establecer un control estatal o gubernamental de una entidad global de la economía, que son ideas que tienen más que ver con una ideología previa, de izquierda clásica, más que con el problema ecologista actual. Se mezcla: el tema ambiental es como una nueva forma de dar viejas luchas. También es una forma de ganar protagonismo mundial, de convertirte en un líder no solo local, sino regional e incluso global. Es evidente que ese discurso tiene mucho éxito en ciertas audiencias. En las universidades norteamericanas arden de la dicha de que venga un presidente y diga que va a acabar con la extracción de petróleo y que va a descarbonizar la economía; ellos no son los que van a pagar las consecuencias de la desfinanciación del Estado, entonces lo único que hacen es aplaudir hasta con las orejas. 

P. Hay una nueva ola de líderes jóvenes latinoamericanos que aspiran a suscitar una transformación, como Gabriel Boric, Nayib Bukele o Javier Milei. ¿Estamos ante algo nuevo o es más del mismo ánimo delirante?

Creo que es más de lo mismo. Ya no son balcones sino TikTok. Ya no es un Velasco Ibarra que pedía un balcón para llegar a la Presidencia; Bukele diría «denme un smarthpone y les doy la Presidencia«. Es un nuevo lenguaje, un nuevo vehículo de comunicación, pero finalmente es lo mismo; es hechizar a la masa entendiendo muy bien los códigos del presente. Así como Velasco Ibarra entendió muy bien los códigos de su época, creo que Bukele entiende muy bien los códigos de la suya. Por eso ha tenido ese éxito. Claramente, son dos estilos distintos: Velasco Ibarra era un orador descomunal, Bukele es un performer, un tipo que se disfraza como un joven para llegar a una audiencia joven, quizás igual de efectivo.

P. En América Latina sigue existiendo una relación incestuosa entre la cultura y la política. Nuestros artistas siguen aspirando a cargos públicos y los gobiernos populistas intentando cooptar el arte. ¿Cómo sería una relación sana entre los artistas y el Estado?

Es un dilema permanente. Hay expresiones artísticas como la danza, la ópera, el teatro, el cine, que son costosísimas, que de pronto sí necesitan algún tipo de apoyo estatal, sin que eso suponga cooptación ni alineación ideológica. Otros campos, como la literatura o la plástica, que son más baratos de hacer, que no necesitan grandes infraestructuras, sí es mejor que estén bastante alejados del poder. Es conveniente que estén al margen del Estado. No digo que no se pueda aspirar a becas o a premios del Estado, pero sí conviene, creo yo, que el artista, que el escritor, más bien vea al Estado como un compañero dudoso, un personaje a quien es mejor tenerlo lejos y dejar que haga su trabajo.

P. Tras el amplio estudio que has hecho para tu libro ¿qué autores latinoamericanos juzgas firmemente que son universales e inmortales?

Es dificilísimo decirlo porque los gustos cambian con tanta facilidad. Hoy, nombres que antes eran inmortales están siendo cancelados, incluso el propio Neruda. Yo diría, no sé si es más mi deseo que un juicio racional, que será inmortal Borges. Quisiera que lo sea también Vicente Huidobro, aunque no sé si lo va a ser. Tiene un poema digno de inmortalidad que es Altazor, los otros no tanto. También, porque lo aprecio muchísimo, Vargas Llosa. Hablo desde el deseo más que desde la objetividad. Si esos tres nombres alcanzan la inmortalidad creo que América Latina estará bien representada.

P. Llama la atención el carácter abrumador de tu obra. ¿Cuál es tu metodología de trabajo?

Mi método de trabajo es sencillo. No parto de una hipótesis, sino de la curiosidad, del interés, a veces simplemente de un pretexto. Este libro, ‘Delirio americano’, quería que me sirviera para leer todo lo que no había leído. Encuentro un punto de inicio, lo investigo, leo muchísimo, me encierro en la biblioteca una semana, e inmediatamente escribo una semana. Después sigo intentando seguir un camino, una pista, un indicio que me haya dejado lo leído o lo escrito. A partir de ahí sigo investigando y sigo escribiendo. Siempre leo y escribo todo el tiempo, es mi forma de ir avanzando en los libros. Me angustiaría mucho leer sin escribir, me aterrorizaría. Necesito escribir permanentemente para sentir que voy avanzando, subiendo peldaños en una larga escalera. Finalmente, nunca sé lo que he hecho. Es un proceso muy intuitivo, vital, orgánico. 

P. A nivel personal e intelectual, ¿qué es lo que tendría que hacer alguien que quiera mantenerse a salvo de los delirios? ¿Con qué hay que tener cuidado?

La cuestión no es dejar de ser delirante. Se puede ser delirante en tu vida privada: sé excéntrico, vive tu sexualidad de forma delirante, vive tus pasiones, tus deseos, pero no se los impongas a los demás. El problema es cuando se intenta imponer esos delirios a los demás, cuando ese delirante se cree no un individuo con ideas sino con verdades y se los intenta imponer a otro —más cuando tiene poder, desde un cargo público—. Ese es el problema. (DM)