‘El general Rodríguez Lara fue un presidente genuinamente progresista’: Enrique Ayala Mora

Enrique Ayala Mora, historiador y académico. Foto: Universidad Andina Simón Bolívar.

En su reciente libro ‘Guillermo Rodríguez Lara: testimonio de vida y del nacionalismo revolucionario’ el historiador Enrique Ayala Mora mantiene una amplia entrevista con el exmandatario. El autor conversó con LA HORA sobre un personaje y un Gobierno que hasta el día de hoy despierta polémica por el inmenso impacto que tuvo en la historia nacional.

P. ¿Por qué se ha estudiado tan poco hasta ahora el proceso del general Guillermo Rodríguez Lara?

Porque hubo pocos escándalos. Porque fue un Gobierno honrado. Y por desgracia en este país, en donde la noticia fundamental gira alrededor del escándalo, de la denuncia, de la corrupción, un Gobierno que hizo en general bien las cosas no es noticia. Porque no daba malas noticias. Por desgracia es así. Segundo, porque no había a quién atacar. Rodríguez Lara se retiró de la política y por lo tanto ya no había motivo para buscar agredirlo, para hacerle perder influencia o popularidad. Se hizo el objetivo de no intervenir en política y cumplió. En tercer lugar, porque en el país se han estudiado históricamente más las crisis que los auges. Las épocas de crisis, como del año 1920 al 1947 se han estudiado mejor, hasta en la literatura, que la época de estabilidad o de cierto auge entre 1948 y 1960. La época de Rodríguez Lara fue una época de auge y entonces el auge como que no necesita muchas explicaciones. Las crisis son las que necesitan explicaciones. Esto no quiere decir que no sea importante reflexionar sobre ese momento de la historia nacional y sobre este personaje. Por eso me empeñé desde hace algunos años ya en convencerle al general Rodríguez que se dejara entrevistar. Nunca he perseguido a una doncella con tal empeño como le perseguí al general para que me permita entrevistarle. Él decía que no, que ha resuelto no intervenir en política, no dar sus opiniones. No quería. Pero hubo un momento, un lanzamiento de un libro en la Escuela Militar, que yo tuve que hacer, en el que estaba el general. No se había mencionado su gestión como director del Colegio Militar ni el papel que la escuela había tenido en la formación de los futuros gobernantes del país. Yo le reclamé, con cierta energía. Le dije “mi general ‘Bombita’, usted tiene una responsabilidad con el país de decirle qué hizo y por qué lo hizo”. Lo aplaudieron mucho. Al momento de despedirnos me dijo “Enrique, venga el lunes para comenzar nuestra entrevista”. Efectivamente, duró un poco más de un año todo el proceso, hasta cuando estuvo listo el libro, luego hubo que conseguir el diseño, pero el general se enfermó. Hasta que sanara pasaron cuatro años.

P. Llama la atención el énfasis que hacía el régimen de Rodríguez Lara en el nacionalismo. ¿Se trata de un principio que ahora ya pasó de moda? ¿Qué sucedió con ese concepto que fue una de las grandes fortalezas y éxitos de ese Gobierno?

El nacionalismo es una tendencia muy acentuada en este país desde el siglo XIX; con una característica: nuestras Fuerzas Armadas, que tienen la costumbre de intervenir en política con mucha frecuencia, han sido siempre muy nacionalistas, se forman en el nacionalismo. El nacionalismo es una tendencia muy vigorosa en el país y claro enfrenta a quienes están más interesados en vincularse con el capitalismo mundial, con las potencias mundiales. En esos años, el desarrollismo, que estaba en boga, y las líneas nacionalistas llevaron a la formulación consciente de un nacionalismo muy bien estructurado. El nacionalismo revolucionario tenía una propuesta no solo sobre el petróleo, sino sobre la industria nacional, sobre el comercio exterior, sobre la promoción de la economía nacional, etc. 

P. Llama la atención cuánto enfatiza el general Rodríguez Lara la condición de las Fuerzas Armadas como “extracción de la sociedad ecuatoriana”, la cercanía de estas con la sociedad, así como la relación de él con la gente. ¿Rodríguez Lara es una consecuencia o una causa, un iniciador, de esta tradición social de las Fuerzas Armadas?

La tradición social de las Fuerzas Armadas puede rastrearse desde el siglo XIX. La composición social de las Fuerzas Armadas fue siempre más popular. Luego la reforma alfarista fue determinante. Con respecto a la procedencia de los mandos militares, ya en los años sesenta, por ejemplo, menos del 20 por ciento era de lo que podía llamarse ‘clase alta’, el 60 por ciento eran sectores medios-bajos y 20 por ciento ya de sectores populares; a los oficiales me refiero. Rodríguez Lara no es hijo de un terrateniente, sino de un pequeño propietario rural. En realidad, él y Lucio Gutiérrez son los jefes de Estado de más bajo nivel social que ha tenido el país en toda su historia; eso se debe a que el Ejército es un importante mecanismo de ascenso social.

P. Llama la atención, y se lo narra en el libro, cuánto tiempo pasó y cuánto estudió fuera del país el general Rodríguez Lara. ¿Es acaso él, su pensamiento y su obra un producto extranjero?

No. Todo lo contrario. Es un ecuatoriano viajado, que no es lo mismo. Su pensamiento y sus ideas son una mezcla de las doctrinas castrenses que estaban en boga, de la propia formación militar ecuatoriana que era nacionalista y muy exigente en algunos aspectos, y del desarrollismo. Él, sobre todo a través de los asesores que consiguió, se empapó mucho de las ideas desarrollistas y las llevó a la práctica en su Gobierno. 

P. Sorprende la elocuencia con la cual el general Rodríguez Lara defiende en el libro la toma del poder, el golpe de Estado, que protagonizó. ¿Usted cree que fue un procedimiento justificado? ¿Qué hubiese pasado, en otro escenario, con el Ecuador, bajo Assad Bucaram?

El Ecuador estaba agotado de la vieja política que representaban Velasco y Bucaram, y todos los partidos políticos de entonces. Yo creo que el país requería una revolución, pero esa revolución no era posible, por diversos motivos; entonces la gente se contentaba con que se hagan algunas reformas. Estas solo podían ser hechas por gobiernos dictatoriales y representantes de la fuerza del Estado mismo. Las Fuerzas Armadas son parte del Estado, entonces los cambios se hacen desde el Estado, eso es lo interesante. No es un hecho externo. Había surgido una necesidad de transformación, una necesidad de cambio que la clase política no estaba en condiciones de impulsar. 

P. ¿Ni siquiera con el petróleo?

El petróleo en manos de estos políticos solo hubiese servido para que se lo gasten y hagan menos cambios. El propio Bucaram era un mercachifle bastante mediocre. Vivísimo, hombre inteligente, pero humanamente mediocre. ¿Qué hubiera hecho con el petróleo? Velasco Ibarra fue hasta el límite: emitió el decreto 1001, hizo algunos cambios, hasta metió presos a algunos, pero ya cuando terminaba su periodo comenzó a ceder a las presiones de los sectores más tradicionales. No había condiciones en el país para que se produzca un cambio dirigido orientado por personas que estaban vinculadas a las viejas fuerzas políticas. Esa necesidad de recambio se expresó en Rodríguez Lara y en la gente que le acompañó, personas vinculadas a grupos con antecedentes de izquierda, en algunos casos, o progresistas. 

P. Da curiosidad el desdén con el que el general Rodríguez Lara menciona el intento de golpe en su contra (la llamada ‘Guerra de las Funerarias). ¿Qué tan seria fue esa amenaza fascistoide en el Ecuador?

El intento de derrocamiento que protagonizó González Alvear no tenía mayor porvenir. Primero porque González Alvear era un tipo bastante mediocre, sin ningún prestigio, eso lo reconoció todo el mundo. Quienes lo seguían tampoco eran gente representativa. Pero sí es importante destacar que ya había mucho descontento con Rodríguez Lara, con el Gobierno. Ya no se iba a sostener su Gobierno. Lo que sucedió fue un síntoma de lo que estaba pasando. Ya Rodríguez no tenía el apoyo general de los militares. Primero porque se convencieron de que no había hecho lo suficiente por ellos. Luego, lo que sí había en las Fuerzas Armadas era una tendencia fascistoide que no era precisamente la de González Alvear, sino que el capitán de eso era el general que era su ministro de Gobierno, quien le acompañó a Riobamba y luego le traicionó, derrocándole para hacerse cargo del poder: Durán Arcentales. Si había en las Fuerzas Armadas una tendencia de corte más autoritaria y que quiso mantener a toda costa el Gobierno militar fueron ellos. Rodríguez Lara ya no representaba eso, él sí era un presidente genuinamente progresista. 

P. En el libro, el general busca enfáticamente distanciarse del Gobierno posterior, el del Triunvirato. En el país tendemos mucho a separar los gobiernos en dos partes, para luego alabar la primera y condenar la segunda. ¿Es justo hacer esa separación entre el Gobierno de Rodríguez Lara y el del Triunvirato?

Los propios sucesores de Rodríguez Lara lo hicieron, marcaron una diferencia, comenzando por quitarle el apellido de ‘revolucionario’ al Gobierno. Efectivamente, su tendencia fue otra. En algunos aspectos continuó: fue un Gobierno institucional de las Fuerzas Armadas, mantuvieron el control sobre el petróleo, no lo privatizaron. Sin embargo, su línea de relación con las organizaciones sociales, su línea de tolerancia, de equilibrio, no la mantuvieron. 

P. ¿No se le puede achacar al general Rodríguez Lara, por ejemplo, el fracaso económico que dejó después el Triunvirato?

Se le pueden hacer muchas críticas al general. Por ejemplo, cuando pudo radicalizar el proceso de cambio, no se asentó en el movimiento social, no quiso ni conversar con los trabajadores y los campesinos, intentó muñequear dentro de las Fuerzas Armadas y perdió. Por otra parte, era mucho menos radical que su ministro Jarrín Ampudia, por ejemplo. 

P. Siempre que se habla de la estructura del Estado ecuatoriano que prevalece hasta hoy, se menciona a Rodríguez Lara como uno de los principales autores. ¿Esa apreciación es correcta?

Sí. Rodríguez Lara dio una serie de pasos como ningún otro Gobierno para modernizar el Estado y sobre todo para impulsar el Estado empresario. El otro día en una entrevista con Alberto Dahik él dijo que ese es el peor daño, que el principio de todos los males fue Rodríguez Lara; ellos piensan eso. Pero Rodríguez Lara reivindicó el Estado, la planificación, estuvo en una línea que le dio al Estado un espacio en la economía. Obviamente los neoliberales, que vinieron después, despreciaron eso, pero nunca pudieron acusarle de corrupción, que es lo que resulta más fácil hacer. 

P. El general insiste mucho en que los logros de su Gobierno no fueron solo consecuencia del petróleo, sino que hubo mucha gestión. ¿Está usted de acuerdo con eso?

Sin el petróleo, el Gobierno de Rodríguez Lara no podría haber sido lo que fue. Pero el gobierno de Lara no hubiera sido tampoco lo que fue si no se hubiera tomado una serie de medidas importantes. El manejo importante podría haberse dado en otro sentido; no es que se abrió a las compañías extranjeras de forma incensurable, sino que negoció y logró ventajas significativas. Por otro lado, todo su proyecto de promoción industrial no era muy bien visto en la agenda de los grupos tradicionales. La propia creación de una serie de empresas estatales, el dotarle al Estado de una capacidad productiva significativa es importante y eso no hubiera sucedido con otro Gobierno. No encuentro una figura más adecuada para ejercer el Gobierno que Rodríguez Lara. Era el mejor cuadro que tenía el país. 

P. Llama la atención la forma como el pueblo ecuatoriano se acomoda o armoniza con la dictadura. ¿Ve usted una tendencia dictatorial en el pueblo ecuatoriano?

Creo que los ecuatorianos, en general, tienden mucho al autoritarismo. Encuentran que el autoritarismo es una forma casi natural de gobernar el Ecuador. Entonces, las dictaduras, mejor cuando son ‘dictablandas’, cumplen un papel que a la gente le gusta. A la gente le gusta que se tomen medidas como los tribunales especiales, que fueron un atropello inútil. La gente sentía que tenía un sitio donde podía quejarse. Se cometieron abusos, no fueron muy eficientes, pero durante un tiempo mantuvieron un miedo razonable. No hubo nunca una resistencia popular a la dictadura; a la dictadura la tumbaron los propios militares. (DM)