¿Ni una menos?

Jorge Oviedo Rueda

Dentro de la sociedad capitalista la mujer es como la última sobreviviente del régimen feudal. La liberación de las fuerzas productivas que se produjo con la revolución burguesa a finales del siglo XVIII no llegó a la familia, dentro de ella, como en una burbuja, la mujer siguió siendo una especie de esclava con privilegios.

Tenía derecho a criar a sus hijos, pero no lo tenía a protestar por las decisiones de su amo, ninguna libertad económica, peor soberanía sexual. En el hiper-capitalismo actual, ni aun después de las conmociones de la década de los años sesenta, de libros como el Segundo Sexo y de la lucha permanente de las feministas, la esencia de la familia sigue siendo la misma.

Las iglesias tienen la misión de preservar este núcleo familiar, saben que aunque se produzcan conmociones a su alrededor, si no se afecta el mismo, se tiene garantizada la conservación del sistema en su conjunto. Igual hace el Estado. Si así no fuera, amable lector, ¿cómo explicaríamos los siguientes hechos?:

Un marido abandonado por su mujer llega en la noche y de dos tajos le cercena las manos “para que jamás toques el miembro de otro hombre”, le dice. Otro celoso mata a machetazos a su mujer en presencia de sus tres hijos; otro le tira ácido en el rostro advirtiéndole que nunca será de otro hombre; otro bárbaro incendia la humilde casita de su exmujer y los calcina a ella y a sus pequeños; otro la encadena y la tiene encerrada por años en un sótano… miles de millones de hombres ejercen sobre sus mujeres una violencia sicológica sin límites.

¿Todo esto llegará a su fin con la ley enviada por el presidente Lenín Moreno a la Asamblea? Mientras no se cambie el tipo de familia y se deje de incubar el áspid del machismo en su seno, eliminarlo será imposible.

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