Fiestas

Uno de los factores adversos para la falta de adelanto de nuestro país es la abundancia de fiestas, lo que trae consigo consecuencias negativas que influyen en la mentalidad individual y colectiva, bajo el errado concepto de que el trabajo es una maldición y no una virtud como los pueblos desarrollados conciben, aplican y fomentan para alcanzar altos niveles de vida.

La obsesiva atracción fiestera constituye una constante aclimatada desde hace centurias en la idiosincrasia ecuatoriana: hay celebraciones que duran, en algunos casos, semanas, con los consiguientes efectos negativos. Del siglo XVI data una curiosa y acalorada sesión del Cabildo de Quito en defensa de las fiestas populares que se tenían en la ciudad con motivo de la Pascua de Pentecostés, que se quería desaparecerlas o regularlas a fin de evitar la proliferación del alcoholismo que ocasionaba preocupante número de muertos; una vez que se aprobó la resolución favorable a que las fiestas prosigan, hubo general complacencia: mediante bando se comunicó a los moradores la esperada noticia, con la invitación de que salgan inmediatamente a la plaza principal para el jolgorio, con la advertencia de que quienes no lo hicieran tendrían sanciones.

No solo el campesino se halla directamente inmerso en estas prácticas que fomentan la vagancia y el alcoholismo, que sumergen más en la penuria económica especialmente al indígena cuando acepta ser prioste, debido a los ingentes gastos que está obligado a efectuar, frecuentemente endeudándose por años.

Otra cosa es cuando las celebraciones se justifican plenamente, cual el caso de las cívicas, a las que, en todo momento, se debe impulsar con la pedagogía de la historia, para el afianzamiento de la conciencia colectiva hacia realizaciones trascendentales.

[email protected]

Uno de los factores adversos para la falta de adelanto de nuestro país es la abundancia de fiestas, lo que trae consigo consecuencias negativas que influyen en la mentalidad individual y colectiva, bajo el errado concepto de que el trabajo es una maldición y no una virtud como los pueblos desarrollados conciben, aplican y fomentan para alcanzar altos niveles de vida.

La obsesiva atracción fiestera constituye una constante aclimatada desde hace centurias en la idiosincrasia ecuatoriana: hay celebraciones que duran, en algunos casos, semanas, con los consiguientes efectos negativos. Del siglo XVI data una curiosa y acalorada sesión del Cabildo de Quito en defensa de las fiestas populares que se tenían en la ciudad con motivo de la Pascua de Pentecostés, que se quería desaparecerlas o regularlas a fin de evitar la proliferación del alcoholismo que ocasionaba preocupante número de muertos; una vez que se aprobó la resolución favorable a que las fiestas prosigan, hubo general complacencia: mediante bando se comunicó a los moradores la esperada noticia, con la invitación de que salgan inmediatamente a la plaza principal para el jolgorio, con la advertencia de que quienes no lo hicieran tendrían sanciones.

No solo el campesino se halla directamente inmerso en estas prácticas que fomentan la vagancia y el alcoholismo, que sumergen más en la penuria económica especialmente al indígena cuando acepta ser prioste, debido a los ingentes gastos que está obligado a efectuar, frecuentemente endeudándose por años.

Otra cosa es cuando las celebraciones se justifican plenamente, cual el caso de las cívicas, a las que, en todo momento, se debe impulsar con la pedagogía de la historia, para el afianzamiento de la conciencia colectiva hacia realizaciones trascendentales.

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Uno de los factores adversos para la falta de adelanto de nuestro país es la abundancia de fiestas, lo que trae consigo consecuencias negativas que influyen en la mentalidad individual y colectiva, bajo el errado concepto de que el trabajo es una maldición y no una virtud como los pueblos desarrollados conciben, aplican y fomentan para alcanzar altos niveles de vida.

La obsesiva atracción fiestera constituye una constante aclimatada desde hace centurias en la idiosincrasia ecuatoriana: hay celebraciones que duran, en algunos casos, semanas, con los consiguientes efectos negativos. Del siglo XVI data una curiosa y acalorada sesión del Cabildo de Quito en defensa de las fiestas populares que se tenían en la ciudad con motivo de la Pascua de Pentecostés, que se quería desaparecerlas o regularlas a fin de evitar la proliferación del alcoholismo que ocasionaba preocupante número de muertos; una vez que se aprobó la resolución favorable a que las fiestas prosigan, hubo general complacencia: mediante bando se comunicó a los moradores la esperada noticia, con la invitación de que salgan inmediatamente a la plaza principal para el jolgorio, con la advertencia de que quienes no lo hicieran tendrían sanciones.

No solo el campesino se halla directamente inmerso en estas prácticas que fomentan la vagancia y el alcoholismo, que sumergen más en la penuria económica especialmente al indígena cuando acepta ser prioste, debido a los ingentes gastos que está obligado a efectuar, frecuentemente endeudándose por años.

Otra cosa es cuando las celebraciones se justifican plenamente, cual el caso de las cívicas, a las que, en todo momento, se debe impulsar con la pedagogía de la historia, para el afianzamiento de la conciencia colectiva hacia realizaciones trascendentales.

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Uno de los factores adversos para la falta de adelanto de nuestro país es la abundancia de fiestas, lo que trae consigo consecuencias negativas que influyen en la mentalidad individual y colectiva, bajo el errado concepto de que el trabajo es una maldición y no una virtud como los pueblos desarrollados conciben, aplican y fomentan para alcanzar altos niveles de vida.

La obsesiva atracción fiestera constituye una constante aclimatada desde hace centurias en la idiosincrasia ecuatoriana: hay celebraciones que duran, en algunos casos, semanas, con los consiguientes efectos negativos. Del siglo XVI data una curiosa y acalorada sesión del Cabildo de Quito en defensa de las fiestas populares que se tenían en la ciudad con motivo de la Pascua de Pentecostés, que se quería desaparecerlas o regularlas a fin de evitar la proliferación del alcoholismo que ocasionaba preocupante número de muertos; una vez que se aprobó la resolución favorable a que las fiestas prosigan, hubo general complacencia: mediante bando se comunicó a los moradores la esperada noticia, con la invitación de que salgan inmediatamente a la plaza principal para el jolgorio, con la advertencia de que quienes no lo hicieran tendrían sanciones.

No solo el campesino se halla directamente inmerso en estas prácticas que fomentan la vagancia y el alcoholismo, que sumergen más en la penuria económica especialmente al indígena cuando acepta ser prioste, debido a los ingentes gastos que está obligado a efectuar, frecuentemente endeudándose por años.

Otra cosa es cuando las celebraciones se justifican plenamente, cual el caso de las cívicas, a las que, en todo momento, se debe impulsar con la pedagogía de la historia, para el afianzamiento de la conciencia colectiva hacia realizaciones trascendentales.

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