Año Viejo

Franklin Barriga López

Esta noche, la del 31 de diciembre, es de celebración abierta, regocijo, muchedumbre, en contraste a la de Navidad, emotiva, dulce, intimista, alumbrada por el calor de hogar o su recuerdo.

La del Año Viejo es una costumbre tradicional, de lejana data; responde al nombre del monigote que se lo quema en la cercanía de la madrugada, con la intención de purificar entre las llamas todo lo negativo del tiempo precedente y posibilitar el florecimiento de la esperanza porque cambie la adversidad, con la llegada de mejores días. Por eso, no faltan los parabienes, la alegría, bailes y abrazos repletos de entusiasmo y fraternidad.

El “testamento” del Año Viejo es creación popular, frecuentemente en verso, en la que se ironiza, en especial, el proceder de políticos y politiqueros que han defraudado la confianza colectiva. Es la oportunidad para que brote el sarcasmo y el sentimiento reprimido de la muchedumbre que no sale a la protesta violenta que ha terminado con regímenes dignos de ser defenestrados, sino la reacción sardónica y jovial que refleja lo que bulle en el interior de los individuos y la colectividad.

Ciertamente, vivimos tiempos en que la corrupción ha llegado a niveles increíbles, en atmósfera de insolencia, embuste y cinismo. No es de extrañar, por tanto, que sea el tema preferido en esta ocasión, como muestra del fugaz castigo que somete el pueblo a quienes le defraudan en sus aspiraciones, aunque no lo haga en las urnas debido a que no aprende de sus reiterados errores, por eso, incomprensiblemente, encandilado por falsa y desbordante propaganda, repite como algo natural aquel dicho tan expresivo, perjudicial y miope, enraizado profundamente, “roba pero hace obra”, lo que facilita el ejercicio del poder con los menos indicados.

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