China profundiza su sistema autoritario con la ‘coronación’ de Xi Jinping

El actual presidente chino, que revalidará su mandato por cinco años más, ya es el líder de esa nación asiática con más poder desde Mao Zedong.

Cientos, miles de pancartas con proclamas políticas adornan Pekín. Retahílas variadas de retorcida sintaxis, articuladas todas ellas en torno al mismo nombre propio.

«El pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para la nueva era guía la acción de todo el partido y de toda la nación», reza aquella que preside el puente de Dongdaqiao. Semejante ornamento saluda el XX Congreso del Partido Comunista que inició este domingo 16 de octubre de 2022 en la capital china.

Todo ha estado dispuesto, desde hace semanas, para que Xi se perpetúe en el poder, convertido ya en el líder chino más poderoso desde Mao Zedong. Un momento decisivo para confirmar el giro autoritario impuesto por un mandatario obstinado en transformar el porvenir de la potencia emergente y, por ende, el del mundo.

Esta cita, celebrada cada cinco años, supone la más importante del régimen. Representando a los 96 millones de miembros del Partido Comunista –dos veces la población de España–, 2.300 delegados acudirán al Gran Palacio del Pueblo, frente a la plaza de Tiananmen.

Durante la sesión inaugural, Xi tomó la palabra para evaluar sus logros tras una década al frente del país, en la que ha afrontado «cambios globales nunca vistos en un siglo», y presentar su estrategia ante el lustro entrante.

“Taiwán es de China”, ha proclamado este domingo el presidente del país, Xi Jinping, durante el discurso con el que ha marcado la apertura del XX Congreso del Partido Comunista.

El mandatario ha asegurado que perseguirá con “el máximo esfuerzo” la “reunificación pacífica” con la isla, pero Pekín nunca se avendrá “a renunciar al uso de la fuerza armada”, ha añadido en el instante más encendido de su alocución en el Gran Salón del Pueblo de Pekín.

El discurso ha durado cerca de dos horas ―muy por debajo de los 203 minutos de hace cinco años― y en él ha pasado revista a los grandes asuntos sobre la mesa, de la economía a la pandemia; del desarrollo tecnológico y militar a las turbulentas aguas del teatro geopolítico; de la salud del “mayor partido gobernante marxista del mundo” a la modernización de esta ideología “con características chinas”.

Ha destacado que los últimos cinco años, por los que rinde cuentas ante el partido, han sido “fuera de lo común y extraordinarios”. Pero ha encuadrado sus palabras dentro de la “compleja situación internacional” con “bruscos cambios”, lo cual plantea “desafíos nunca vistos antes”.

Después, una semana de conversaciones a puerta cerrada con el propósito de reformar los estatutos del partido y renovar su estructura jerárquica. Doscientos dirigentes componen el Comité Central, 25 el Politburó y, en lo más alto, el Comité Permanente que ahora cuenta con siete miembros. Todos los puestos están en liza. Todos, menos uno.

Una nueva era

En 2018, Xi abolió el límite de mandatos para el presidente del país, fijado en dos etapas consecutivas de cinco años. De este modo, acabó con una convención respetada por sus dos predecesores inmediatos, Jiang Zemin (1993-2003) y Hu Jintao (2003-2013), creada para impulsar un «liderazgo colectivo» que evitara repetir los excesos del maoísmo.

«Ha solidificado su autoridad a expensas de la reforma política más importante de las últimas cuatro décadas: la regular y pacífica transferencia del poder», apuntaba Richard McGregor, investigador del Lowy Institute, en su ensayo ‘After Xi’.

Una progresiva y naciente institucionalización completada de manera íntegra por primera vez en 2013, con el propio Xi por beneficiario. La reversión de este mecanismo abre la puerta a un gobierno de por vida. También a una hipotética crisis de sucesión, en particular tratándose de un hombre de 69 años, obeso y aficionado al tabaco.

Salvo una sorpresa mayúscula, al final del XX Congreso se reelegirá a Xi como secretario general del Partido Comunista –o incluso recuperando el título de presidente reservado a Mao– para un tercer mandato que concluirá en 2027.

Entre el triunvirato de cargos que ostenta, este representa el principal, al que suma el de presidente de la Comisión Militar Central –y como tal, jefe supremo de las Fuerzas Armadas– y presidente de la República Popular.

La reválida del último no llegará hasta la próxima reunión anual del aparato legislativo en marzo de 2023, cuando se complete el proceso de renovación en la cúpula del régimen que afiance su tendencia personalista.

La biografía de Xi Jinping está llena de misterios. La incógnita original de su liderazgo reside en el conocimiento que aquellos que en 2007 le designaron heredero tenían, o no, sobre los cambios que su nombramiento desataría.

«Los compañeros y mentores de Xi en el Politburó le ‘contrataron’ para manejar por la fuerza lo que colectivamente entendían como una crisis existencial en ciernes, arraigada en la deriva organizacional y una corrupción atroz», defendía Chris Johnson, presidente de China Strategies Group, en un informe reciente para Asia Society. «Xi aceptó su apoyo y lo empleó para volver a poner el aparato coercitivo del régimen bajo control del partido».

El hecho de que no estuviera vinculado a ninguna de las facciones que competían por el poder le convirtió en un candidato de consenso. Pero eso no quiere decir que no perteneciera a otra, íntima: la suya.

No tardó en demostrarlo. Apenas un mes después de asumir el control del país lanzó una campaña anticorrupción sin precedentes que, todavía en vigor, ha encausado a casi 5 millones de cuadros, incluyendo a sus rivales en las más altas esferas como Bo Xilai, Zhou Yongkang y tantos otros.

A lo largo de la última década, Xi ha llevado a cabo una reideologización de la sociedad, reforzando la presencia del Partido, con su figura en el centro.

Política de Covid cero

Sus medidas internas y externas conforman un continuo transformador. La China de Xi ha acabado con los derechos y libertades en Hong Kong incumpliendo su acuerdo internacional más relevante; ha reprimido a las minorías étnicas de Xinjiang llevando a más de un millón de personas a campos de reeducación; ha aumentado la presión militar alrededor de Taiwán; ha modernizado unas fuerzas armadas más poderosas que nunca; ha declarado la erradicación de la pobreza extrema; ha establecido una «amistad sin límites» con Rusia en vísperas de la invasión de Ucrania; ha profundizado las discrepancias ante países vecinos como India y Australia y la hostilidad frente a la potencia establecida, Estados Unidos.

Ninguna de sus decisiones, sin embargo, resulta más ambiciosa que la política de COVID cero. El mundo ha recuperado la normalidad, pero China continúa aislada dos años y medio después del estallido de la pandemia en Wuhan.

Pese a la administración mayoritaria de vacunas, la vida diaria en el país permanece sometida al virus, como demuestra la obligación general de realizar pruebas cada tres días y los confinamientos recurrentes de ciudades enteras ante la aparición de rebrotes. El descontento social se acumula ante una nueva utopía para la que no hay salida.

La proximidad del XX Congreso invitaba a pensar que, una vez rebasado este sustancial trance político, el país comenzaría una lenta reapertura escalonada. Por el contrario, los medios oficiales han reiterado en los últimos días la importancia de la política.

«La persistencia es el camino hacia la victoria», pregonaba la agencia oficial de noticias Xinhua; sentencia que el propio Xi ha pronunciado en repetidas ocasiones.

La continuidad de la política de covid cero daña un elemento central del contrato social chino: la prosperidad. Dicha estrategia asfixia una economía lastrada a su vez por factores previos como la desaceleración progresiva, la creciente intervención estatal, la crisis del sector inmobiliario, la persecución contra las empresas tecnológicas, o el énfasis en la autosuficiencia.

El objetivo oficial de crecimiento de PIB, fijado para este año «alrededor del 5,5%», resulta ya inalcanzable. Aun así, no se atisba cambio de rumbo. «Cuando eres capaz de codificar tu posición como la línea oficial del partido se vuelve muy difícil de criticar», explica Johnson. «Si vas a hacerlo, más te vale ganar».

Sin alternativa

El XX Congreso supondrá, por encima de todo, una confirmación del rumbo que China sigue bajo el dictado de Xi. El reparto de plazas en el Comité Permanente esclarecerá su dominio a partir de la suerte que corra el actual primer ministro Li Keqiang y otros representantes de la Liga de las Juventudes Comunistas, otrora una sólida facción, como Hu Chunhua y Wang Yang, en comparación con acólitos del líder como Chen Min’er, Li Qiang o Ding Xuexiang.

La realidad última, no obstante, es que no hay alternativa. «Xi ha eliminado toda posibilidad de organizarse contra él», señala McGregor. ¿Toda? Quizá no. De entre los cientos, miles de pancartas que adornan Pekín, una hacía referencia al mandatario en términos tan diferentes como directos.

«Abajo con el dictador y traidor a la patria Xi Jinping», proclamaba el jueves una sábana colgada de otro puente, el de Sitongqiao, que fue retirada de inmediato; una insólita protesta entre el blindaje de la capital. En China nadie puede hablar de Xi y, en esta nueva era de autoritarismo, solo él puede hablar por China.