Sabio de intercambio

Daniel Márquez Soares

Cuando Francisco de Miranda, el precursor de la independencia latinoamericana, visitó Estados Unidos, tuvo la oportunidad de conocer a muchos de los fundadores de aquel país que acababa de nacer. Los comentarios que el venezolano haría luego sobre sus anfitriones serían muy poco halagüeños. Todos ellos, sobre todo George Washington, le parecieron muy poco brillantes (“limitaditos”, como se dice hoy en día) y no tuvo ningún empacho en dejarlo sentado por escrito.


Tanta soberbia, hoy risible, se torna comprensible si es que recordamos el calibre de Miranda. Era uno de los hombres más educados de su época, viajero incansable cuyos destinos abarcaron desde Escandinavia hasta el Imperio Otomano y uno de los amantes más exigentes y prolíficos en una época que, ya de por sí, fue generosa en materia de promiscuidad.


Era muy cercano a los monarcas ilustrados de aquel entonces, como Catalina de Rusia y Federico de Prusia, conoció a Napoleón y Humboldt, y se codeaba con los más influyentes políticos ingleses. Fue un destacado militar durante la Revolución Francesa y conoció de cerca a todos sus principales protagonistas. Es difícil imaginar una vida más intensa y plena, así que no sorprende que viese a Washington y los suyos con desdén.


No obstante, si comparamos los países que cada uno legó, es sencillo concluir que, en materia de prosperidad, libertad y justicia, Washington hizo un mejor, muchísimo mejor, trabajo. Miranda se vuelve sospechosamente parecido a esos estudiantes latinoamericanos de intercambio que van un año a Europa o Norteamérica y vuelven convencidos de ser muchísimo más inteligentes que sus pares del Primer Mundo, pero que años después no conciben explicar cómo esos mismos antiguos compañeros, de inferior inteligencia, logran construir mejores sociedades y economías más prósperas que ellos, brillantes latinoamericanos.


Creemos que la educación y la inteligencia tienen que ver con elocuencia, exquisitez, almacenamiento de información y ganar discusiones, cuando lo que importa es resolver problemas, crear y hacer. Ya lo decía un inglés corriente, subordinado de Miranda: era erudito, pero no sabio; conocía de muchas cosas, pero no sabía hacer nada en concreto. Bien podría haberse estado refiriendo a todos nosotros.


[email protected]