Yo, la peor de todas

A los casi cinco siglos de este hecho, hoy podemos afirmar que los seres humanos intentamos transformar el título de la obra de Sor Juan Inés de la Cruz, en otra tan decidora como aquella, pero que refleja una ambición antes que una realidad: “Yo, el mejor de todos”.


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EL FÚTBOL, EL MEJOR EJEMPLO

Han transcurrido pocos días desde que en Dubai, la capital de Qatar, el capitán de la selección de fútbol argentina levantó la copa de campeón del torneo más importante del mundo de este deporte, y ya las redes sociales no mencionan la hazaña deportiva, sino que llenan los espacios con una bizantina discusión sobre quién ha sido el mejor jugador de la historia de este deporte: Pelé, Maradona o Messi; Messi, Pelé o Maradona; Maradona, Messi o Pelé, no importa el orden en que se les mencione, lo verdaderamente importante es el afán de colocarles uno detrás de los otros dos, por el solo afán de declararles “el mejor”.

SER EL MEJOR O SER FELIZ

Menudo problema es este de los seres humanos. No nos contentamos jamás con ser felices; queremos siempre establecer un orden de prelación sobre todas las actividades humanas y “descubrir”, de acuerdo con ciertos protocolos o, simplemente, de acuerdo con mi personal criterio a quién o quiénes han sido los “mejores” en cada una de ellas.

No, no es suficiente el dejarse llevar por la vocación de cada uno; tampoco es suficiente con practicar diariamente el placer de trabajar en lo que a uno le apetezca; no, hace falta someterse a la competencia a la tiránica comparación de definir ¿Quién es mejor? Mejor, esa palabreja que exige el olvido de la felicidad compartida y nos lleva a convertirnos en seres insufribles, personajes que perseguimos sin límites ni descanso alcanzar la cima de ser “el mejor”, “el más fuerte”, “el más audaz”, “el más osado” “el más sensible” el más… el más…

Y, conste, no es una ambición reducida a una sola actividad humana; por el contrario, la encontramos en todas las que los seres de esta especie intentamos merecer nuestra vida.

En las ciencias, en las artes, en las actividades intelectuales, en las manuales, en los deportes, en fin, en todas las facetas de la existencia aparece en forma constante esta característica.

¿QUÉ PASA EN LA CIENCIA?

Quizás, en la ciencia no sucede esto. Los científicos, si bien constituyen una comunidad, sus integrantes son, en realidad, seres solitarios que luchan contra lo desconocido, batallan cometiendo errores y cuando consiguen alguna victoria, la comparten con los demás e inician una nueva guerra hasta descubrir un nuevo elemento, una nueva ley escondida que les permita comprender de mejor manera el universo.

Albert Einstein trabajaba en solitario en su oficina de correos, en Austria, escribiendo en una libreta sus ideas y sus números que al final le darían forma a la llamada “teoría de la relatividad” y cuando creyó que la tenía lista, la envió a la Royal Society de Londres para que sus miembros verifiquen la verdad de su teoría, y lo hizo con una condición expresa: si ésta no cumplía, al menos, dos de las más rigurosas pruebas, sería una señal de que su tesis era falsa o al menos errónea. Así funciona la ciencia, en la humilde soledad del pensamiento, en la humilde búsqueda de la verdad.

En cambio, en el arte, en el deporte, en la cotidianidad de otros menesteres, la comparación es el arma usada para alcanzar la fama y la gloria y por eso se torna imprescindible el encontrar al “mejor”.

POSEER AL MEJOR

Pero, fijémonos bien. No es el individuo que practica alguna actividad el que pretende ser el mejor; son los miembros de algún conglomerado social, los que ansían que los demás reconozcan “al mejor”, quizás por pertenencia o quizás o por orgullo, o por ambas razones, lo cierto es que son los pueblos o los integrantes de determinados segmentos los que demandan el reconocimiento, de parte de los otros, de esa cualidad de uno de los suyos.

Mientras el “mejor” hace su trabajo, quizás con alegría, quizás con indiferencia, usando el don que posee y el esfuerzo diario para pulir dicho don, el colectivo mira más allá, tiene puesta la mirada en un hipotético futuro irreductible del grupo, una capacidad de supervivencia sin fisuras al contar con el honor que el “mejor” traerá a todos; el grupo mira el orgullo que pueda soldar las fisuras y traer la dureza diamantina que quizás lo hará eterno.

Es que el “mejor”, el héroe, provoca consistencia al grupo, le otorga fuerza, unidad, orgullo. Sin él, son apenas seres unitarios, débiles, fáciles de corromper y de destruir; pero unidos bajo el ejemplo se tornan fuertes, aguerridos, y hasta se creen invencibles.

CAMPEONATOS MUNDIALES
Ahora mismo Argentina salta de orgullosa alegría porque su selección de fútbol triunfó en un torneo mundial. Pero, ese orgullo no es eterno, no cambiará su cotidiana realidad, apenas permanecerá en un estado de falsa felicidad y por ello entrega a quienes conforman su selección el estado de héroes, de guardianes del orgullo patrio.
Paralelamente, desde otros lados, aparecen los que pretenden destruir ese horizonte y ya se han lanzado a cuestionar a Lionel Messi, diciéndole que no es el mejor jugador de fútbol del mundo; que antes Edson Arantes do Nacimento, Pelé y Diego Armando Maradona, lo fueron, que hay que compararlos y para ello despliegan un ejército de números estadísticos. Pero, no se dan cuenta que la comparación es una trampa insidiosa ya que las condiciones del juego no son iguales: Pelé, en 1958 y en 1970 jugó en otras canchas, con otra pelota, distintas a las que jugó Maradona y muy diferentes a las que juega Messi.

Hoy el fútbol se juega en estadios de césped artificial, en estadios con calefacción artificial, con pelotas de materiales sintéticos en las que se han incrustado chips que brindan información detallada de los golpes que reciben, de la velocidad, del ángulo y hasta de la fuerza del viento que podría modificar su ruta. Pelé y Maradona jugaban en estadios de césped natural, abiertos a las condiciones climáticas naturales, con balones de cuero que guardaban en su interior unos “bleris” de caucho inflados. Así, entonces, no es posible compararlos.

Tampoco puede compararse las condiciones a las que fueron y son sometidos los jugadores y cuerpo técnico. Los médicos tienen ahora a su disposición toda una gama de recursos inimaginables que cuidan los cuerpos de los gladiadores modernos, mientras que años atrás los “aguateros” tenían unas fundas con agua para toda ocasión. A las selecciones ahora acompañan chef especializados que les preparan comidas bien estudiadas para cada una de las necesidades, en el avión que los transporta también viajan frutos de la tierra de los jugadores a los que están acostumbrados, mientras que años atrás, los viajes eran largos y tediosos en los aviones comerciales donde no cabían las cocinas volantes que ahora existen. ¿Será posible compararlos?

COMPARAR Y COMPARAR

Cuando acabe esta bizantina discusión, la humanidad estará pendiente de lo que sucederá en Hollywood cuando anuncie las mejores películas del año. Luego, se anunciará la mejor música o melodía del año. Luego la atención mundial se centrará en los gramados del tenis, o en las pistas de carreras de fórmula 3, 2 o 1. Los campeonatos anuales de golf, de básquet, de fútbol americano, de beisbol de hockey, concitarán la atención, así como los campeonatos de baile, de resistencia, de box, de kick box, de lucha libre, de quién golpea los chirlazos mas fuertes, de quien es capaz de engullir el mayor numero de hamburguesas sin levantarse de su asiento y de tantas otras cosas.

No podemos olvidar que, también, estaremos atentos a las competencias cuyos resultados engrosarán los libros de los récords Guiness. Se anunciará el premio Nobel de literatura, de medicina, de economía y de cuanta materia se nos ocurra, y hasta en las finanzas se proclamará al banco que más ha ganado en el año y la empresa que más ha vendido en ese período, y todo porque queremos saber cuál es el mejor en cada rama del convivir social.

Pero, esa actitud nos lleva también a mirar las matanzas y las guerras con ojos de competencia; ¿quién ganará esta batalla?

¿PARA QUE SIRVE LA COMPARACIÓN?

No hemos sido capaces de comprender que dicha sed de comparar podría ser beneficiosa cuando sirva como herramienta científica para compartir una mejora en la condición de vida de todos los seres humanos, en todos los continentes; porque hasta ahora, solo ha servido para ilustrar la vanidad de que somos “los mejores”.

Fausto Jaramillo Y.