Violencia y Género




La biología ha jugado claramente un papel de gran importancia a lo largo de la historia de la especie humana y la de sus ancestros, más o menos lejanos. El desarrollo de mecanismos de supervivencia y evolución sofisticados, en referencia al cuidado y protección que sus crías requerían para dominarlos, y que se convirtieron en las más importantes ventajas evolutivas de la especie, la bipedestación primero, y el lenguaje, serían decisivos para la evolución humana.

Crecimiento cerebral
El incremento de proteína animal en la dieta, tras adaptarse la especie a la vida en la sabana, por algún cambio climático, fue determinante en el crecimiento cerebral, qué pasa de 400 cc a 1200 en un millón de años. Este crecimiento permite el desarrollo de funciones superiores como el lenguaje. Junto a la liberación de las manos, que de a poco aumentan en habilidad y en destreza, producen la retroalimentación de funciones cerebrales, que al unirse con el crecimiento del cerebro, lo vuelven cada vez más complejo.

Ventajas y costos
Esta transición tiene un costo, como sucede en general en la naturaleza, que consiste en el largo tiempo que las crías humanas deben ser cuidadas y atendidas, hasta que pueden desenvolverse por su cuenta. Esta situación determina limitaciones, especialmente para la madre, que debe destinar mucho tiempo y esfuerzo en la crianza del niño. Los millones de años de esta circunstancia, determinaron decisivamente unos roles específicos, algo que está profundamente instalado en el ADN y en el inconsciente, la “memoria cultural” de los diversos grupos humanos en el tiempo.

Definición de roles
Los roles de madre y padre/proveedor fueron definiéndose, con la diferencia morfológica y funcional del género, pues sólo la madre es capaz de gestar. Esa diferencia se produce también por la superior fuerza física y tamaño del macho, que se va constituyendo en factor de autoridad, que se consolida a lo largo de cientos de miles de años de evolución.

Ya como Sapiens, cuando hace 10 mil años se inicia la revolución agrícola, abandonando de a poco el nomadismo, pasando de la caza y la recolección, a la siembra y la ganadería, los roles sociales tienden a volverse más rígidos, pese a que el problema de seguridad de los hijos mejora sustancialmente. Se libera tiempo para que las madres puedan dedicarlo a toda una serie de nuevas actividades que la vida sedentaria exige, como la alfarería, la fabricación de redes para pesca, el tejido y la confección de ropa, entre tantas necesidades nuevas.

Genetistas y sanadoras
Sin duda, serán mujeres las que encuentren la manera de procesar la serie de alimentos existentes, que requerían de un trabajo previo para volverlos aptos para el consumo, así como la domesticación y mejora de granos y tubérculos para las siembras, pues durante la larga transición, los hombres estarían cazando, como venían haciendo desde siempre. Serán ellas las que encuentren las plantas para curar enfermedades y cicatrizar heridas, convirtiéndose en curanderas y en dadoras de vida. De esta memoria vendrán las magas mitológicas, las Circes, Medeas, Hecates, o la Lilith bíblica.

Matriarcados?
Resulta aventurado hablar de sociedades matriarcales, en sentido estricto, esto es, con el control del poder político por las mujeres. Se puede hablar de sociedades matrilineales sin duda, pues existen todavía sociedades de ese tipo en el mundo, donde el traspaso por herencia de la riqueza se produce por la línea materna, así como la filiación, por el apellido familiar materno. Lo más común y extendido sin embargo, es lo contrario.

Aquella etapa de transición que mencionara antes, entre el clan cazador y recolector nómada, y las primeras sociedades agrarias y ganaderas sedentarias, sí resulta por demás interesante, pues las transformaciones de las estructuras sociales que se producen durante esta, dan lugar a una importancia económica significativa para la mujer, por esas nuevas necesidades y técnicas para suplirlas, en las que las mujeres se vuelven dominantes.

Diosas y sacerdotisas.
También es destacable como la transición a la agricultura se refleja en el surgimiento de los cultos a la fertilidad, en los cuales, como es natural, aparecen preponderantes diosas y sacerdotisas, para asegurar el éxito de las cosechas y el crecimiento de los rebaños. Es una época de oro de las diosas, de Sumeria a Egipto y la cuenca Mediterránea, asi como en América, con las grávidas Venus de Valdivia y su promesa de continuidad. Los maravillosos trabajos escultóricos de Khajuraho, en la India, los eróticos mosaicos romanos o los frescos minoicos, que exaltan la sexualidad como la expresión máxima de la fertilidad, marcan un apogeo de la presencia de lo femenino, de los cultos lunares, en las diversas culturas que se están adaptando a sus nuevas realidades. Unos panteones en los que las diosas son parte esencial de las creencias, y sus sacerdotisas quienes deben traducir los mensajes divinos a través de los diversos oráculos del mundo antiguo, donde se asocian a la serpiente, ancestral símbolo de la sabiduría.

Culto solar y patriarcado
El arribo de los cultos solares, de los pueblos guerreros indoeuropeos, con su superioridad tecnológica metalúrgica, altera el orden, en lo humano y lo divino, vigente hasta entonces.

Las sociedades se estratifican en torno a los reyes-guerreros, extendiéndose también al ejercicio sacerdotal, del que se excluye ya a la mujer. Con el surgimiento del monoteísmo judío en Canaan, su carácter marcadamente misógino y excluyente se expresa en contra de los altares y aras de las diosas, destruidos sistemáticamente. Desde el Génesis, quedan ya trazadas las responsabilidades de la mujer en la Caída, condenándola a “parir con dolor a tus hijos”, y a estar sujeta a la voluntad de su marido. De esta vena intransigente, del “no pondrás a otros dioses delante de mi”, de un sacerdocio masculino tan celoso como su mismo dios, surgirán las dos religiones más extendidas en el mundo, el Cristianismo y el Islam, en todas sus variantes, sectas y cultos, que congregan a unos 3000 millones de fieles creyentes.

El tronco abrahámico
El tronco común de las llamadas religiones abrahámicas, el único dios, celoso y excluyente, permea a todas ellas, y con él, la subordinación de la mujer en todo plano.

Una deriva semejante se había dado también en las áreas de influencia indoeuropea en el Mediterráneo, dejando a la mujer en situación de inferioridad social y legal. En la Atenas de la democracia, ésta se reserva a los varones atenienses, y la participación de la mujer en la cultura es muy mal vista, catalogando a las que, pese a todo, incursionan en esas áreas, como “hetairas”, una suerte de cortesanas de elevada condición. En Roma, la legislación establece el absoluto poder, hasta de vida o muerte, del “pater familias” sobre los suyos.

Este es pues, el marco sobre el cual hemos construido el tramado de relaciones sociales y culturales en buena parte del mundo.

Más allá del ámbito abrahámico, las culturas que se desarrollan en Asia Oriental, bajo la fuerte influencia china, son también patriarcales, con la mujer subordinada. El caso de la India es incluso más extremo, pues la conquista indoeuropea crea una estratificación social rígida, en castas que no pueden cruzarse, y en la que la subordinación de la mujer es total. Todavía se registraron casos, en el siglo XX, de mujeres quemadas vivas para hacer compañía a sus esposos muertos.

Poderosas pese a todo.
Es sin duda extraordinario que, pese a todas las limitaciones y restricciones, nunca hayan faltado poderosas figuras femeninas que han asumido unos roles vedados a ellas, en todas las épocas y lugares. Desde Enheduanna, la hija del rey Sargón el Grande, considerada el primer autor o autora de literatura escrita en el mundo, a la poetisa Safo de Lesbos, de la Reina Hatshepsut a Cleopatra, de Dido a Helena y a Penélope, imaginarios poderosos en los mitos griegos, la mujer está presente en el mundo antiguo. Las Livias y Agripinas de la historia romana, serán continuadas por esa Teodora, esposa y cogobernante del gran Justiniano, indudable “poder tras el trono” en la sociedad bizantina, e Hipatia de Alejandría, la continuadora de la filosofía platónica y de la ciencia aristotélica, hasta su muerte a manos de una turba de monjes cristianos, en su intento, exitoso finalmente, por destruir la enorme herencia de la cultura clásica, para ellos subversiva por su apelación a la razón y no a la fe religiosa, a ésa penosa y elogiada fe del carbonero , tan obscura y nefasta como el mismo carbón.

Donde se quema libros, al final se acaba quemando personas. (Heinrich Heine).

Ese pensamiento filosófico es calificado de paganismo, lo que lo condena a los rollos y libros que lo conservan, a unas hogueras literarias que serán antecedente de las piras para quemar herejes, puestas en boga ni bien iniciado el cristianismo.

Guiño a la diosa madre
Si bien los cultos marianos se vuelven un éxito, exaltando la figura de la Virgen Maria, al hacer un guiño a la ancestral figura, nunca olvidada del todo, de la Diosa Madre, mucho se esfuerza la Iglesia por convertir en figuras reprobables a unos personajes como María Magdalena, que podía producir sombras en la fe, al revelar demasiados rasgos humanos en Jesucristo, afectando la preferente castidad monacal.

De esa misma vertiente patriarcal excluyente, nacerá en Arabia una nueva religión, que bebe de idénticas fuentes intolerantes, con unos resultados muy similares. No resulta razonable esperar, al sembrar unas semillas iguales, el obtener frutos distintos. El ethos del habitante de desierto, con su dureza a veces despiadada, encuentra en el mensaje de Mahoma, un fundamento ideológico que se adapta muy bien a sus tradiciones, de las que muchas provienen, sea del propio culto judío, o del mundo cristiano del Egipto post alejandrino, o del Asia Menor. La inferioridad de la mujer, consagrada en el Corán y en sus exégetas, se instala profundamente en todo el mundo que el Islam conquista en tan corto tiempo.

Patriarcado uniforme
Vemos pues que, para el año 750, el ámbito del Mediterráneo, el de la Europa transalpina hasta el Rin y el Danubio, el del Asia Menor hasta la Mesopotamia, el Imperio Sasánida, y más allá, en Anatolia y el Asia Central, esas religiones abrahámicas se han convertido en prácticamente las únicas, con todos aquellos componentes que hemos mencionado, pero que para nuestro tema se concretan en un rígido patriarcado, excluyente e intolerante.

Tal será, en lo esencial, el escenario en que se desarrollarán las relaciones sociales en el mundo, durante siglos por venir.

La Ilustración
Con el surgimiento de la Ilustración, se dan, en Europa, unos tímidos pasos que buscan cambiar en algo la milenaria condición de inferioridad de la mujer. En la concepción de democracia y derechos individuales que se empieza a plantear como alternativa ante la autocracia, se producen ya hechos de gran simbolismo, como la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, una paráfrasis de la del Hombre, que publica, en 1791, Olympe de Gouges, una revolucionaria francesa que había estado presa en la Bastilla, por una publicación denunciando la esclavitud.

Guillotinada por la Izquierda
Curiosamente, en plena Revolución Francesa, el ala más radical de la izquierda revolucionaria, los Jacobinos, la acusa de espionaje y la hace guillotinar el 3 de noviembre de 1793, con 20 días de diferencia, hace casi exactamente 230 años.

Su lucha será continuada por otras valientes mujeres, que, a lo largo de estos 2 siglos, han alcanzado enormes avances hacia la igualdad de derechos y oportunidades. Tal progreso se ha dado también gracias a que se estableció en el mundo occidental, principalmente, el concepto de la democracia política y el de las libertades y derechos personales. Eso es lo que ha contribuido a que la discusión por los derechos de igualdad se haya incorporado a las estructuras legales en esos países.

Cuando se escuchan por ahí, entre las más militantes feministas, las feroces críticas que frecuentemente expresan contra todo lo que representa la cultura occidental, incluso los valores que han abierto el campo para la superación de unas diferencias sin sentido, no cabe sino preguntarse porqué se quedan en cómplice silencio con situaciones de lejos más criticables y hasta monstruosas, como lo que acontece en varios países islámicos, en los que, no sólo existen situaciones de una desigualdad extrema, sino que además está consagrada en las leyes, como un mandato divino, nada menos.

Cómo puede ser posible volverse hasta cómplices de una asesina teocracia, como lo es la iraní, aceptando ir a un parlamento al que le parece normal que, a las jóvenes iraníes, por no usar velo, se las asesine o encarcele hasta por 11 años, y que, para salir a la tienda, lo tengan que hacer con un guardián masculino.

La viga al otro lado
Qué curioso escuchar las amargas quejas contra el patriarcado que resiste dar paso a nuevos derechos, callando a la vez por el horror de las niñas afganas, a las que se prohíbe recibir alguna educación.

Vociferan contra un Occidente en el que si pueden hacerlo sin que las encarcelen o las maten, y quedarse estrepitosamente calladas cuando Xi Jingping, muy suelto de huesos, declara que las mujeres deben volver a casa para cumplir con su deber de parir hijos para China. Cada uno de estos silencios vuelve menos creíbles sus argumentos e intenciones y es inevitable la sospecha de instrumentalización ideológica que pesa sobre un movimiento que, en su origen, mereció todo apoyo. Empezar a ver las vigas en el ámbito autocrático parecería ser mucho más importante que insistir en ver la paja en el democrático.