Vilcabamba: «El Atillo» un ícono

Estoy frente a la enorme fotografía donde dieciséis personas estamos posando -con mayor o menor interés- a la foto que nos tomaría el tío Arsenio; una de las primeras personas de Loja en tener una cámara profesional.


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Lo primero que me llama la atención es curiosamente, quien no está allí, y no veo a mi madre ni a mi padre -estarían ocupados en labores de la agricultura y la ganadería- y tampoco veo -obviamente- a mis dos hermanos menores, porque no habían nacido aún. Están los tíos Riofrío: Carmen, Virginia, Germán y Piedad, ella abrazando con evidente cariño a su sobrina Beatríz, unos años más joven que ella; nadie más abraza a nadie; todos con interesante independencia y seriedad. Se ven once jóvenes y niños Vivanco-Riofrío pero cinco somos de Marina y seis de Carmen, faltaban tres para llegar a los catorce que sumábamos los primos con iguales apellidos. Francisco Benjamín, Vinicio y Alonso estarían por nacer en los siguientes años. Y está María Retrete, la niña que cumplía las labores de ayudante.

Todos, menos dos, estamos sentados sobre las hojas de maíz junto a La Molienda donde se exprimía la caña de azúcar, se hacía la miel y se batía hasta formar en marcos rectangulares las panelas que llenaban una bodega cada semana. Seis visten camisas y una blusa confeccionada de la misma tela: color café a cuadros; seguramente de la misma pieza de tela y confeccionadas, también seguramente, por mi madre que era la costurera de la familia, y que lo hacía con mucha destreza menos con los cuellos de las blusas y camisas, que siempre salían diferentes y con ángulos distintos, evidencia de que cocía pero no muy bien.

Mis dos hermanas y la empleada tienen vestidos de la misma tela: blancos con bolas negras pero sus diseños son diferentes; mi tías Carmen y Virginia visten unas blusas más elegantes, al igual que las primas Inés y Gladys que tiene vestidos de muñecas, de esos traídos seguramente de uno de los tantos viajes al exterior que hizo el tío que tomó la fotografía. Alberto -mi hermano menor- se movió hacia adelante durante el click de la máquina y por eso aparece borroso, aunque los rasgos de su cara y su pelo rubio lo destacan fácilmente.

Yo estoy con el pantalón levantado hacia más arriba de las rodillas, seguramente fue confeccionado para los fríos de Loja y había que reducirlo a pantaloneta con prontitud para el clima siempre caliente del Valle de Vilcabamba.

Nadie se ríe, todos serios a pesar de ser todos niños y adolescentes; la única que esboza una mueca de alegría es la tía Carmela -cómo también le llamábamos con mucho cariño- y en menor medida también lo hace la tía Virginia, la hermana que fue su sombra y su confidente, siempre juntas toda la vida.

La precaria construcción de atrás era la fábrica de panelas, compuesta fundamentalmente de cuatro áreas: el espacio alto donde estaba el trapiche, las pailas en la planta baja, el exterior para secar el bagazo que era la fuente de energía para hervir el guarapo y la miel y, finalmente, la bodega donde se almacenaban las panelas hasta ser retiradas cada fin de semana por el comerciante Rigoberto González que las vendía al triple en los mercados, hasta llegar a cuatro reales para el consumidor final.

Pero lo mejor de lo que todos -estoy seguro- sentíamos, no se destaca en la fotografía; había que estar allí posando y ahora recordar para decirlo: la enorme serenidad y alegría, el amor ilimitado por nuestra familia a pesar de los desacuerdos permanentes, la contemplación incesante a la naturaleza, la capacidad de ser felices con cosas pequeñas que estaban a la mano como el baño en el río, montar en los caballos y burros, comer miel con quesillo fresco y jugar hasta el desvanecimiento.
La foto retrata la seriedad del acto que se consumaba para la historia, pero oculta esa felicidad que todos sentíamos en el lugar apropiado, en las vacaciones que empiezan en julio y en las comidas que se preparaban en la cocina con la destreza de varias mujeres que eran nuestras segundas madres. Y la casa vieja de Hacienda como utero de madre de muchas personas queridas, generación tras generación…..