Noche de Jarana

Autor: Fausto Jaramillo | RS 70


Corría los primeros años de la década de los años setenta del siglo pasado, y ya, a los hogares de los quiteños llegaba la señal de 4 canales de televisión; por cierto, la señal era en blanco y negro, el color llegaría un par de años después. El 2 y el 6 transmitía desde un edificio ubicado en la cima del Itchimbía; el 4 en los edificios de la misión evangélica HCJB y el 8, en Bellavista.

A pesar del poco tiempo transcurrido desde el aparecimiento de la televisión en la ciudad, los canales luchaban por conseguir la mayor audiencia posible con telenovelas extranjeras, y con programas de producción propia, pues, parecía que a los quiteños les gustaba ver en sus televisores a su gente y saborear sus historias.

En el canal 8 Televisora Nacional, el departamento de producción de programas estaba conformado por jóvenes inquietudes que contrarrestaban su falta de conocimientos propios de la televisión; se esforzaban con ilusión en producir para su público, especialmente, joven, como ellos, programas de cierta calidad y de interés.

Una mañana de un día cualquiera, el director del departamento de producción llegó eufórico a su oficina. Convocó a todo su equipo para anunciarle que, a través de un contacto, había concertado una entrevista con Carlota Jaramillo, quien en aquellos días era la máxima exponente de la canción ecuatoriana; y ordenó que, para tal día, a tal hora, debía estar preparado todo el equipo técnico, las cámaras, luces, micrófonos, etc., y, claro, todo el personal del departamento quería acompañarlo.

Llegó el día tan esperado y, por la tardecita, los equipos fueron movilizados en los carros de los propios funcionarios, pues, el canal no tenía sino un jeep que servía para todas las actividades de la administración y para el traslado del personal que laboraba en la transmisión hasta altas horas de la noche.

Al llegar a la casa de la artista, en el barrio América de Quito, los técnicos bajaron los equipos y empezaron con su tarea de preparar el escenario, las luces, de probar los micrófonos, etc., etc.

Mientras tanto, los entrevistadores, nerviosos conversaban con la entrevistada para “entrar en confianza”, conocer un poco más de la vida de la mujer que tenían delante de ellos, saber de su infancia, de sus estudios, de su vida profesional. La secretaria tomaba nota de las preguntas y de las respuestas para luego entregarles a los entrevistadores.

Llegó el momento, afuera: la negra noche; adentro: las luces de lo que sería una fiesta bohemia con cantos, risas, conversaciones y confesiones.

Jóvenes como eran los dos audaces periodistas, temerosos en los inicios del diálogo, pronto tomaron confianza, gracias a la amabilidad de la entrevistada. No se limitaba a responder las preguntas e inquietudes que le planteaban, sino que se atrevió a narrar anécdotas de su vida personal y de su vida artística, y hasta dio la vuelta la tortilla y, en algún momento, ella fue la entrevistadora y los jóvenes fueron los entrevistados. Perdieron el micrófono, pero ganaron una noche de alegría, baile, copitas de licor y la certeza de haber conocido algo más de la música ecuatoriana.

Mi primer disco
“Mi primer disco lo grabé en Riobamba, en radio El Prado del ingeniero Cordovéz”.

–A ver, a ver, ¿cómo está eso? —

“Allá por la década de los años 30 del siglo XX, mi esposo Jorge Araujo Chiriboga, oriundo de Riobamba, debió volver a su tierra y, claro, yo le acompañé. El guardaba una gran amistad con Carlos Cordovez, como se llamaba el propietario de la radio El Prado, la primera emisora que funcionó en el país. Y, claro, en algún momento se toparon los amigos y enseguida vino la invitación a conocer la emisora, sus equipos y admirar su trabajo”.

“De ese encuentro a que yo grabara en su radio no pasó sino el instante de la invitación del propietario, y la inmediata aceptación de mi marido y mía. Lo que yo no sabía en aquel momento es que el viaje programado de pocos días se iba a convertir en una larga estadía en la capital de Chimborazo”.

No se si fue nuestra cara de incomprensión, o nuestro silencio lo que le animó a doña Carlota, como la llamamos, a darnos todos los detalles; bueno, casi todos.

La tecnología de grabación
Verán, les cuento: en aquellos tiempos, no existía en el Ecuador, ninguna compañía productora de discos. Nuestras presentaciones eran en vivo. Alguien venía con una propuesta para que nos presentáramos en tal o cual ciudad, y nosotros, aventureros como éramos, nos embarcábamos en un bus de transporte público y “allá vamos”

Radio El Prado, tampoco tenía todas las facilidades tecnológicas para grabar un disco. Debíamos hacerlo en horas de la madrugada, luego de finalizada la transmisión regular de la emisora; pero también, debido a que en esas horas no transitaban por las calles de Riobamba ninguna carroza halada de caballos o mulas que, golpeando sus patas en las piedras de la calzada, interferían en el micrófono. El estudio no estaba insonorizado.

La grabación, no era como ahora, en las cintas que ustedes tienen, no. Lo hacíamos en directo, en unos conos circulares embarrados en una cera especial que al contacto con la aguja quedaba marcada el registro musical, y luego se lo sellaba.

Y, ¿para reproducir?
Pues, se hacía el proceso contrario: el cono previamente grabado y sellado, era el que movía la aguja del reproductor y se recuperaba el registro.

Así grabé mi primer disco

–Y, ¿Cuál fue la primera canción que usted grabó?

¿Cuál cree, pues, mi bonito? “Sendas distintas” de la autoría de mi marido y que la había compuesto para mí, para nuestro matrimonio. Y tatareó: “Tú ni siquiera vives todavía, y yo, ya de vivir, tengo pereza”.



¡Ah!

Pero, luego, cuando ya llegaron al país las primeras grabadoras planas, me preocupé de grabar otras canciones. Allí mismo en Radio El Prado.

Recuerdo especialmente una: el pasillo Sombras, de una belleza increíble y que se convertiría en una especie de himno de la música ecuatoriana.

“SOMBRAS” fue compuesto en Riobamba
Pero, a ver, guambras. ¿Quién sabe el nombre del compositor o compositora de la letra del pasillo Sombras?

Se escucharon un par de nombres y doña Carlota, con la sonrisa en los labios, movía negativamente la cabeza.

–No, señores. La letra no la escribió ningún ecuatoriano. La letra fue escrita por una poetiza mexicana Rosario Sansores; de Yucatán, por más señas. Esta mujer, al igual que yo, se casó con un hombre mayor y, lastimosamente, su esposo murió luego de unos 12 o 14 años, no recuerdo bien: pero ella siguió adelante y en 1934 publicó en México un libro de poemas titulado: “La novia del Sol”. Y uno de esos poemas se llamaba “Cuando tú te hayas ido”.

La música del pasillo si es de un autor ecuatoriano don Carlos Brito Benavides, de aquisito, no más: de Uyubicho. Don Carlos había estado radicado en Riobamba, como director de la banda de músicos del batallón, que creo que se llama “Vencedores”. Allí había caído en sus manos el libro de poemas de Rosario Sansores y el caballero había quedado prendado de la letra de ese poema. Entonces decide ponerle música.

Pero, vean como son las cosas: a Don Carlos no le había gustado el título del poema y buscó ponerle otro nombre: ese fue “Sombras”.

La poetiza mexicana y el compositor ecuatoriano jamás se conocieron, pero entre los dos crearon uno de los pasillos más hermosos de nuestro pentagrama.

Ya ven, guambras que ustedes no saben nada de la música nacional.
……………….

La noche continuó con risas y anécdotas, con suspiros y recuerdos, con alegría y con nostalgia, tal como tantas noches de bohemia, solo que en esta ocasión la anfitriona fue doña Carlota Jaramillo.

A la madrugada debimos levantar las cámaras, los micrófonos, las luces y retirarnos. Lo hicimos con la alegría de haber conocido a una mujer de enormes cualidades humanas y una artista que supo, con su voz, convertir en canciones, el sentir de los ecuatorianos.