Libertad y seguridad

Autor: Dr. Alan Cathey Dávalos | RS 596

La irreverente y cuestionadora figura que el inefable Quino crea en su aclamada Mafalda, la niña Libertad, encarna a la perfección lo que es la esencia misma de un anhelo y una necesidad humana elemental, como es aquel universal deseo de ejercer su albedrío, sin que tutores oficiosos lo hagan a su nombre, ni censores que definan lo que se puede y no se puede decir, o hasta pensar y soñar.

En una poco conocida novela distópica, el autor albanés Ismail Kadare, “El palacio de los sueños”, nos describe, ya no al gran hermano ostensible y visible de la pesadilla orwelliana, al que hoy vemos ya en acción abrumadora en China, sino algo más profundo, podríamos decir, hasta freudiano, en un ministerio cuya función será psicoanalizar masivamente a los ciudadanos, para que, por la interpretación de sus sueños, se puedan detectar desvíos de las conductas esperadas, alineadas, como no podría ser de otra manera, a las directivas del Partido.

Que éste sea un posible destino, es una de las grandes interrogantes acerca de la llamada IA, la inteligencia artificial, que cuyas inquietantes derivaciones seguramente serán aprovechadas por regímenes para los cuales la noción de la libertad es subversiva.

Al Poder absoluto, que bajo la fórmula de reyes, emperadores, faraones o secretarios generales y führers, han gobernado desde el inicio de la historia registrada, se les abrió la caja de Pandora hace unos 250 años, cuando se empezó a cuestionar la legitimidad de ese Poder omnímodo, que no debía dar cuentas a nadie.

Los filósofos de la Ilustración fueron los encargados de tomar la posta del portentoso legado renacentista, en cuanto a su impulso al humanismo, al devolver al ser humano al centro del escenario social, del cual había sido desplazado por la divinidad.

PROGRESO, AL FIN
Se puede afirmar que la primera revolución que se produce en torno a la gestión del poder en la sociedad es la protagonizada por estos ilustrados pensadores, principalmente ingleses y franceses, que atacan de raíz al poder instituido, es decir, a su legitimidad en la que constaba un supuesto mandato divino, en el que participaban, como avales, las varias instituciones religiosas que consagraban tal pretensión de gobernar por “derecho divino”

El enfoque renacentista e ilustrado en el ser humano individual como la razón de ser en el arte, el conocimiento y la sociedad, dinamita las bases del arcaico concepto absolutista del poder, al establecer que la legitimidad, y, por tanto, la soberanía, radican en el pueblo, entendido como la suma de voluntades de los individuos.



El eje de este argumento pasa por el reconocimiento del individuo como ente de derechos intangibles, que no constituyen una graciosa concesión de ninguna autoridad, sino emanan de la propia naturaleza humana. LAS LIBERTADES Y DERECHOS

La Ilustración se constituyó en una Epifanía para la comprensión social revolucionaria del cambio que proponía: que el ejercicio del poder fuera producto de una voluntad colectiva, para que actuara dentro de unos límites establecidos por leyes debidamente promulgadas, y que fuera responsable de sus actos ante los ciudadanos. A éste decisivo cambio político, se unió el desarrollo de una nueva visión del individuo como sujeto de derechos y de libertades que debían ser protegidas y garantizadas desde esa nueva concepción del poder, como servicio a los ciudadanos, y no al revés, con éstos como los siervos del poder, lo que había sido la tradición.

REVOLUCIÓN
En 1776 en lo que serán los Estados Unidos, tras una prolongada y victoriosa lucha por la independencia de la metrópoli británica, será promulgada una Constitución que recoge los principios y valores que la Ilustración había preconizado; un documento que se mantiene hasta hoy como el fundamento de la primera potencia mundial, con las enmiendas que se le han hecho, siempre de acuerdo con el proceso establecido en la Ley.

Unos años más tarde, se producirá, a partir de 1889, la Revolución Francesa que, bajo similares principios, pone fin al absolutismo monárquico, generando en toda Europa un verdadero terremoto político, ante la amenaza de contagio que los valores democráticos representaban para el resto del continente, gobernado por emperadores y reyes. La Revolución, acertadamente, habla del “ancient regime”, situándolo en tiempo pasado, como algo antiguo y anacrónico.

LA TRADICIÓN AUTORITARIA
Si bien la Revolución Francesa sucumbe ante el peso de la tradición autoritaria, en buena medida por los excesos de sus radicales, el mensaje original permanecerá en el corazón y el recuerdo de millones de europeos, a los que el mensaje de “libertad, igualdad y fraternidad” alentará futuras luchas que, tras los horrores de dos guerras mundiales, de los fascismos y comunismos autoritarios que se apoderaron de buena parte del continente, será la fórmula general de gobierno adoptada en la Europa Occidental primero, para, tras la caída del Imperio Soviético, que durante 45 años padecieron las dictaduras comunistas que les fueron impuestas manu militari, serlo también por los países de Europa Oriental.

TOLERANCIA Y RESPETO
El modelo democrático, como demuestran sus resultados, cuando su aplicación se produce adecuadamente, en un balance de tolerancia y respeto por los derechos y las opiniones de otros, es sin duda el que más ha contribuido a la calidad de vida de aquellos países que lo han adoptado sin reservas.

De los países más prósperos del mundo, con los mejores índices de salud pública y educación a todo nivel, sin considerar a aquellos que han tenido la suerte de sacarse la lotería en la forma de una accidental y desmesurada riqueza petrolera o minera, todos son países democráticos, derivados de una forma u otra, del ideal propuesto por la Ilustración hace 2 siglos y medio. Es, en ese contexto, donde ha sido posible el desarrollo de conceptos como los derechos humanos y las libertades, hasta el punto incluso de despertar críticas por llevar esas concepciones demasiado lejos.

Pero, resulta ingenuo pensar que el arcaico y muy atrincherado modelo autoritario, que se encuentra profundamente grabado en el ethos colectivo inconsciente de muchas de las sociedades humanas, en forma de prácticas y tradiciones ancestrales que se vinculan a las figuras de autoridad, sean éstas familiares, sociales, o religiosas, haya visto las virtudes de la democracia y estén en la búsqueda de armonizarlas con conceptos tan extraños como la participación de toda la sociedad en la toma de decisiones que vayan a afectar a todos. La realidad es exactamente la opuesta.

El autoritarismo ha visto, desde un primer momento, al ideal democrático de la Ilustración, como su enemigo más peligroso, como la peor amenaza para el mantenimiento de sus arcaicas estructuras de poder, que garantizan a unos pocos todas las ventajas en una pirámide social inmutable y eterna.

Este reconocimiento ha dado lugar al atrincheramiento del autoritarismo en torno a la defensa de unos “valores” que han sido en realidad los soportes ideológicos del sistema, como la “tradición”, las costumbres, y naturalmente, la fe y la “patria”.

UNA SORDA LUCHA
Mientras el mundo occidental mantuvo su ascendencia económica, política y militar como un monopolio, la difusión de las ideas liberales se produjo con más facilidad, por el evidente atractivo que la participación en libertad en la toma de decisiones implica para los individuos, lo que genera un deseo de adhesión, pero los autoritarismos, con habilidad, se transformaron en guardianes del orden y de la seguridad, puestos en peligro por las idealistas veleidades democráticas.

Fuera del ámbito occidental, los conceptos democráticos empezaron a ser tildados como instrumentos de dominación post colonial, por los cuales se pretendía mantener sujetas ideológicamente a las excolonias, por lo que había que rechazarlo o asumirlo con tales reservas que, en efecto, lo volvían inútil. El caso iraní es ilustrativo, una “democracia” de nombre, tutelada por un organismo clerical, autoridad final para cualquier decisión, lo que la convierte en efecto en una teocracia.

Las Fuerzas Armadas se han constituido, en muchos países y momentos, en otro actor político autoritario, proclamándose inclusive como “la reserva moral de la nación”.

AUTORITARISMOS AL ACECHO Y AL PODER
Pero, sin duda, los autoritarismos que con más ahínco han trabajado para contrarrestar a la idea democrática, han sido los ideológicos, que a lo largo del siglo XX se desarrollaron en Europa y el mundo. Coincidencialmente, hace 100 años, con una diferencia de 3 meses, se da la captura del poder por el fascismo en Italia, cuando Mussolini marcha sobre Roma; y el establecimiento de la dictadura soviética en el antiguo Imperio Ruso, por parte de los bolcheviques comunistas, vencedores de la cruenta guerra civil que los lleva al poder. Uno y otro se vuelven el referente autoritario a seguir, y en 15 años, media Europa ha sucumbido a este “retorno a las raíces” del más rancio absolutismo. Envalentonados por su expansión, se alían entre sí para presentar un frente temible contra las democracias que a ratos a duras penas han sobrevivido en Francia, Gran Bretaña, los Países Bajos y Bélgica, de entre los posibles beligerantes, ya que Suiza y Suecia logran mantener su larga tradición de neutralidad.

El inicio de la II guerra mundial, encuentra como aliados a los grandes poderes autoritarios europeos, Italia, Alemania, y oh sorpresa, la Unión Soviética, tras el pacto que firman Stalin y Hitler, para repartirse Polonia y que Stalin pueda invadir impunemente a los estados bálticos e incorporarlos al estado soviético. El otro miembro del Eje será, al otro lado del mundo, el Imperio Japonés, igualmente autoritario.

La mención al pacto germano soviético, que se firma 15 días antes de la agresión alemana a Polonia, siempre provoca urticaria entre los empeñosos defensores del stalinismo, pues se retrata de cuerpo entero la absoluta falta de sindéresis y el cinismo staliniano, que no duda en entenderse con su supuesto rival ideológico, en contra de las democracias. De hecho, está claro que, como dice la sabiduría popular, “entre bomberos no se pisan las mangueras”. El acercamiento entre los dictadores es mucho más sencillo, pues están sobreentendidas, como entre las mafias, una serie de conductas y prácticas no escritas, que se aplican sin preguntas, mucho menos observaciones. Ni Hitler preguntaría nunca sobre el genocidio contra Ucrania ni por las purgas soviéticas, ni Stalin hablaría de las persecuciones a los judíos.

Tras el apocalipsis de la II Guerra Mundial, con la URSS ya en el bando vencedor, tras haber sido traicionada por su aliado, toda la Europa Oriental queda, durante 45 años, bajo la férula de partidos comunistas designados por la URSS, dentro del proyecto colonial soviético.

EL DIFICIL CAMINO DE LA DEMOCRACIA
Europa Occidental logra realizar un difícil tránsito a la sociedad democrática, y con ella, a la prosperidad. El gran temor de las autocracias, la visión de unas sociedades democráticas exitosas, con elevados niveles de vida, al lado de sus fronteras, se materializó con la quiebra moral y económica de la URSS en 1992, que liberó de paso a esa Europa Oriental ocupada, que de inmediato pidió su ingreso a la Comunidad Europea, estableciendo gobiernos bajo los principios democráticos. Lamentablemente, la tradición autoritaria rusa está demasiado arraigada, y su tránsito hacia algún progreso en lo político nunca se concretó.

EL RETORNO AUTOCRÁTICO
A partir de los años 80 del pasado siglo, tras sufrir los desastres del “gran salto adelante”, cuando entre 1957 y 1959 mueren de hambre cerca de 50 millones de personas en la China de Mao, y de la demencial “Revolución Cultural”, que destruye a buena parte de los cuadros más preparados y pragmáticos de la administración pública, Deng Xiao Ping, el sucesor y administrador de quiebra del estado, abandona las taras ideológicas que maniataban a China, lanzándose a reformar profundamente al país. Para hacerlo, ofrece al mundo económico aquello que a este más le interesa, esto es, utilidades y seguridades de una mano de obra abundante, muy barata, y con la seguridad de que nunca habrá una huelga.

En 40 años, China pasa de ser uno de los países más pobres del mundo, a su actual segundo lugar en la economía mundial. Pero la ilusión que Occidente se hace acerca de un cambio político hacia la democracia con el progreso económico y un mejor nivel de vida es tan sólo un espejismo. La matanza de Tienanmen deja en claro que la autocracia china se ocupará de impedir a toda costa toda actividad que mine al régimen de partido único establecido. Más bien, el crecimiento de la economía china ha significado también el de los recursos al alcance del régimen para reafirmar, a través de sofisticados sistemas de vigilancia y represión, los cada vez mayores controles sobre su población, su apropiación del poder político permanentemente. También ha confirmado públicamente que su postura hacia temas de derechos humanos, no se sujetará a ninguna visión que no sea la suya propia.

Adicionalmente, se ha alineado firmemente con el autoritarismo global, convirtiéndose en valedor y soporte de los regímenes más represivos del mundo, en lo diplomático, económico y hasta en las tecnologías represivas y de vigilancia más avanzadas. Nos hallamos claramente ante un poderoso contragolpe del autoritarismo más recalcitrante y arcaico, que busca a toda costa eliminar a ese peligroso enemigo, la libertad de las personas.

Entre las amenazas que se presentan para el mundo democrático y las libertades, se debe mencionar enfáticamente, la renuncia de los gobiernos democráticos a cumplir su parte del contrato social, esto es, garantizar la seguridad de sus ciudadanos internamente, un sistema de justicia ágil y transparente, y la aplicación, sin titubeos ni atenuantes, de las leyes para todos. Cuando las democracias se rinden ante las opiniones más estridentes y permiten que las leyes se burlen, están abriendo el camino al desencanto social y a la búsqueda de otras alternativas para recuperar la seguridad perdida. Esa penosa transacción se traduce al final del día, en el sacrificio de la libertad, por un modicum de seguridad. Asistimos hoy a este proceso en la República de El Salvador, donde cualquier resto de institucionalidad democrática está siendo liquidado, a favor del “hombre fuerte”, del líder iluminado.

El paso siguiente hacia el Führer, el Duce, o el Secretario General, está claramente a la vista. El ejemplo cercano de Ortega y Diaz Canel, y las imitaciones que se escuchan desde Honduras, muestran como el contagio se extiende rápidamente.