Ecuador y la bipolaridad rígida

Autor: Daniel García| RS 59

Según la teoría neorrealista de las Relaciones Internacionales, la estructura del sistema internacional moderno representa el gran marco dentro del cual todos los Estados deben conducir sus respectivas políticas exteriores. Más allá de los objetivos particulares que cada nación se propone, de las idiosincrasias de los líderes de turno en cada país y de los sistemas político-económicos imperantes en éstos, todos los Estados se conducen en el ambiente internacional no como quisieran, sino en el contexto de unas condiciones dadas más allá de su propia voluntad. Esto es especialmente cierto para un país como el Ecuador.

Esta estructura está determinada por dos elementos. En primer lugar, la ausencia de un gobierno mundial. Al estar el sistema westfaliano integrado por Estados soberanos que no reconocen ninguna autoridad por sobre ellos mismos, se dice que el sistema internacional moderno es anárquico. Como resultado, las relaciones internacionales se asemejan al estado de naturaleza descrito por Hobbes. Los Estados se encuentran en una competencia incesante por el poder y los más fuertes imponen su ley a los más débiles. Las ambiciones hegemónicas de un Estado poderoso solamente pueden ser detenidas por coaliciones compuestas por otros Estados poderosos que no quieren ver mermada su propia integridad territorial o su libertad de acción. La política internacional se resume, entonces, en la conformación de siempre fluctuantes equilibrios de poder.
En segundo lugar, la distribución de poder entre los Estados. Mientras que la anarquía es una condición permanente, la cantidad de potencias dominantes varía con el tiempo y, con ésta, el tipo de dinámicas políticas que predominan en el sistema internacional en diversos periodos.

Entre 1648 y 1945, la política internacional se caracterizó por un juego constante de alianzas y contra alianzas entre unas cinco o seis grandes potencias, junto con el frecuente recurso a la guerra entre éstas: la multipolaridad.

Entre 1945 y 1991, la política internacional consistió en la conformación de dos bloques más o menos rígidos, cada uno liderado por una superpotencia dominante que se concentraba en la acumulación de cada vez más mortíferos arsenales ante la omnipresente posibilidad de una confrontación apocalíptica con su par: la bipolaridad.

AGONIA DEL MONOPOLIO DEL PODER
Y desde 1991, la política internacional ha estado caracterizada por la presencia de una sola potencia dominante que, por partes iguales, ha sido el principal campeón de unas relaciones internacionales normadas por reglas e instituciones liberales, así como el más conspicuo y frecuente infractor de éstas.

El carácter incontestado del dominio de esta superpotencia es, precisamente, la explicación de esta aparente paradoja: la unipolaridad. Pero a lo largo de la última década, los estudiosos han debatido si la unipolaridad sigue siendo la característica estructural del sistema o si éste se encuentra en un periodo de transición hacia una bipolaridad, una multipolaridad e, incluso, una a-polaridad. De manera significativa, en uno de sus informes recientes, la Dirección de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, entidad que integra a las diversas agencias de inteligencia del gobierno norteamericano, prevé que para 2040 Estados Unidos y China se erigirán claramente como las dos potencias dominantes del sistema internacional y que sus relaciones estarán signadas por la rivalidad.



Es así como en las próximas décadas, la bipolaridad probablemente se consolidará como la característica estructural del sistema internacional. Ese será el marco dentro del cual los demás Estados del mundo, incluido el Ecuador, deberán planificar, formular y conducir sus respectivas políticas exteriores. Será en medio de los vaivenes de la rivalidad entre

Estados Unidos y China que el Ecuador tendrá navegar para conseguir sus objetivos nacionales permanentes de integridad territorial, autonomía política y desarrollo socioeconómico. En cierta medida, la política exterior ecuatoriana ya enfrenta esta realidad.

Mientras que Washington, debido a factores geográficos e históricos evidentes ha sido el principal socio de Quito en los ámbitos político, diplomático, económico y de seguridad, Beijing se ha posicionado rápidamente como un indispensable socio del país en los ámbitos comercial y financiero, de la misma manera en que ya lo es para el resto de la región, especialmente América del Sur, dada su riqueza en recursos naturales y biodiversidad.

LA BIPOLARIDAD Y SUS CLASES
Los académicos argentinos Nicolás Creus y Esteban Actis proponen diferenciar entre los escenarios de una bipolaridad distendida y una bipolaridad rígida. En una bipolaridad distendida, Estados Unidos y China no dejan de ser rivales, pero la interdependencia económica, los desafíos comunes como el cambio climático y la convergencia de intereses en diversos ámbitos y regiones, llevan a ambas potencias a una cogestión del orden internacional.

Para Estados medianos y pequeños, este escenario implica la posibilidad de mantener simultáneamente relaciones positivas con Washington y con Beijing, de integrar bloques diplomáticos y económicos no exclusivos y una mayor flexibilidad en la elección de modelos políticos y de desarrollo a nivel doméstico. En suma, una bipolaridad distendida permite mayores márgenes de autonomía para las políticas exteriores de países como Ecuador.

Por otro lado, en una bipolaridad rígida, las relaciones entre Estados Unidos y China se degradan continuamente en los planos diplomático, económico e ideológico y existe la posibilidad presente de una confrontación militar directa entre ambos países.

Este escenario no es descartable. A lo largo de la última década, la relación bilateral entre Washington y Beijing se ha deteriorado progresivamente.

Las secuelas de la crisis financiera global de 2007-2009, la guerra comercial declarada por la administración Trump y las presiones resultantes de la pandemia en pro de un desacople entre las dos principales economías del mundo, han puesto en duda a la interdependencia económica como un factor limitante en la rivalidad entre Estados Unidos y China. En el plano geopolítico, los puntos de tensión, especialmente en Asia, son múltiples y sus respectivos perfiles han ido en aumento, a medida que el poder militar de China ha crecido y Estados Unidos ha tenido que enfrentar la que, según el historiador Paul Kennedy, es la enfermedad de todas las grandes potencias maduras: el “sobre-estiramiento” imperial.

Para países como el Ecuador, el escenario de una bipolaridad rígida resultará en menores márgenes de autonomía para su política exterior. Washington y Beijing exigirán exclusividad en la membresía de bloques diplomáticos y económicos y los demás Estados se verán compelidos a escoger entre uno y otro. La rivalidad adquirirá ribetes de tipo ideológico, haciendo que la libertad en lo concerniente a la elección de modelos domésticos de desarrollo socioeconómico sea mínima.

En el caso de un conflicto militar con China, probablemente circunscrito al Asia-Pacífico, Washington sin duda exigirá a los países latinoamericanos la unanimidad hemisférica en los planos diplomático y estratégico-militar, con una reducción sustancial, sino total, del relacionamiento económico con Beijing. En definitiva, en el escenario de una bipolaridad rígida, el sistema internacional habrá regresado a una era de bloques geopolíticos enfrentados el uno contra el otro, con América Latina firmemente dentro de la esfera estadounidense. De esta manera, en las próximas décadas, y dado el escenario arriba señalado, el desafío del Ecuador y de América Latina en el sentido de la preservación de su autonomía será altamente complejo. La esperanza, como se ha dicho muchas veces, sería la integración regional.

Desde el comienzo de su historia como Estados independientes, relativamente débiles y pequeños, el mantenimiento y expansión de sus respectivos márgenes de autonomía ha sido uno de los objetivos primordiales de los proyectos de integración regional entre los países latinoamericanos.

Pero con niveles de relevancia global en mínimos históricos, economías golpeadas por repetidos shocks externos en el espacio de pocas décadas, altos grados de polarización político-ideológica y la crónica falta de liderazgo por parte de potencias regionales como Argentina, Brasil y México, además de los múltiples fracasos acumulados en las experiencias integracionistas recientes, es difícil pensar que la integración regional pueda ser una carta de salvación en el escenario no descartable de una bipolaridad rígida entre Washington y Beijing.