Jaime Marchán la ficción entre la verdad y la ‘posverdad’

La novela negra, cuya aparición se remonta a comienzos del siglo XIX, se centra en la figura del policía que investiga un crimen. Mucho ha transcurrido desde que los clásicos detectives nos planteaban una serie de acertijos antes de llevarnos hasta el verdadero culpable.

Con los cambios en el orden mundial, a lo largo de dos siglos, este género ha modificado sus reglas al sumergirnos en las complejidades de la geopolítica actual y en fenómenos como la corrupción, que asfixian a nuestras sociedades.

La novela como artefacto útil a la hora de denunciar estas situaciones propone un laberinto en el que se despliega una trama con inesperadas evidencias que señalan en distintas direcciones, lo que impide pensar en un único culpable.
Así, lo policial, cargado de misterios e intrigas, en ocasiones nos enfrenta a la irracionalidad de muchas de las decisiones que llevan a los países al caos, la miseria y la devastación. El narrador, como Teseo, entra en el laberinto descubriéndonos a los responsables y a las víctimas, que van dejando a su paso las subterráneas estrategias del poder.

¿Quién o quiénes están detrás de esas decisiones fatales? ¿A qué fines oscuros obedecen? ¿Dónde están los beneficiarios de tan letal despilfarro? Estas son muchas de las preguntas que se plantea Anaconda Park. La más larga noche, la última novela de escritor ecuatoriano Jaime Marchán (1947), quien nos introduce en un mundo en proceso de “profunda reestructuración”, en el que su el líder se propone borrar los vestigios del pasado para “refundar la nación” aunque para ello deba eliminar a los oponentes.
Marchán, quien fuera galardonado con el Premio Nacional de Literatura “Joaquín Gallegos Lara” 2013 en su país por la novela Volcán de niebla, nos ofrece en Anaconda Park la grotesca parábola política del populismo, que desde la antigua Roma entiende que pan y circo son suficientes para controlar a las masas sometidas. “Anaconda Park”, en este universo, es un proyecto que pretende ofrecer diversión y entretenimiento a un pueblo enfermo de tristeza. Es, a la vez, la idea de un publicista que va en carrera vertiginosa hacia la obtención de una mayoría de votos, lo que lo obliga a presentar un relato de los hechos absolutamente falaz para convencer a la opinión pública de que debe ir por la vía que le indican.
Dominado por la amenaza constante de un volcán, que se levanta sobre el horizonte como un dios terrible y vengativo, el pueblo se deja llevar por los cantos de sirena del líder, el joven constructor que avanza hacia una “revolución lúdica”.

Cualquier parecido con el paisaje andino no es casualidad, pues Marchán, además de orientar nuestra mirada hacia las alturas amenazantes cubiertas de niebla, nos hace un guiño cómplice al evocar el clásico ensayo del boliviano Alcides Arguedas Pueblo enfermo (1909), que analiza la psicología del indígena de su tierra, su endémica tristeza, de ninguna manera de origen “racial”, sino debida a hechos políticos y sociales derivados de la conquista.
Marchán, que profesionalmente se ha desempeñado como diplomático, inició su carrera literaria en el exterior, circunstancia que sin duda facilitó el distanciamiento necesario a la hora de abordar hechos de la realidad propia, como en La otra vestidura, que escribió durante su estancia en la ex Yugoslavia, y que ganó un premio internacional de literatura; o en Destino Estambul, que fue traducida al otomano, y arranca de Turquía; así como Itinerario de trenes, que transcurre entre Milán y Ginebra.

En una entrevista concedida a Francisco Febres Cordero en 2012 Marchán aseguraba lo siguiente: “desde el exterior aprendes a comprender, a ver y a amar mejor a tu país, con la distancia que te da el amable exilio”. Volcán de niebla, que se sitúa en su país es, por tanto, su primera novela “rotundamente ecuatoriana”.

Aquí, el autor nos plantea conflictos de frontera, emigración y tráfico de seres humanos, para lo que se sirve del suspenso, del thriller, donde entra en juego el ejercicio abusivo del poder, pero también la insurgencia al interior del poder indígena.
En Anaconda Park, escrita tras el retiro definitivo del autor de la carrera diplomática, el procedimiento del thriller igualmente le sirve para desentrañar la trama de corrupción que alimenta la maquinaria del poder.

Marchán nos instala en un momento de confusión, de abrumador exceso de reclamos publicitarios y de consignas que desde el poder determinan la enfermedad del pueblo y la necesidad de una terapia. La única conciencia crítica que podría parar ese huracán es el médico Leonardo Revelo quien se resiste a firmar el malicioso certificado redactado por sus superiores.

Sus palabras resumen el eje de la trama que se sostiene sobre la consigna de proporcionar alegría al pueblo, como remedio a su “tristura”:

[…] una vez que yo emita ese papelito, el régimen tendrá la base médico-científica para seguir adelante con su terapia revolucionaria: la millonaria construcción de ese parque de atracciones, su afirmación populista en el poder y un hermoso parapeto para la corrupción consiguiente.

Muchos son los ejemplos que en Latinoamérica presenta el thriller como procedimiento para evidenciar la corrupción, con prestigiosos autores, como el cubano Leonardo Padura, pasando por el mexicano Elmer Mendoza o la argentina Claudia Piñeiro, quienes tienen en Manuel Vázquez Montalbán y Rubem Fonseca dos grandes maestros del género. Ambos convierten la novela en crónica social y lo hacen con un sentido del humor grato al lector.

No olvidemos al colombiano Santiago Gamboa que, en Perder es cuestión de método, audazmente combina el género negro con la más mordaz crítica social, para abordar problemas sangrantes en nuestras sociedades, como el narcotráfico, las guerrillas y la violencia política y social.

No es extraño, por tanto, que Jaime Marchán haya elegido esta vía para exorcizar mediante la ficción los conflictos que abruman a su país y que se le imponen en el momento de la escritura. Pero no se trata en este caso de ofrecer una crónica de los hechos. Su cometido como escritor se aprecia en la capacidad de metaforizar un determinado aspecto de la realidad y de llevar hasta el límite la historia.

Para ganarse al lector, se vale de un hábil manejo de la trama, así como en los procedimientos que le dan verosimilitud al relato: informes, datos científicos, estadística, etc.
Distribuida en cinco partes de breves capítulos, la narración controla de forma equilibrada la tensión necesaria para que el lector llegue hasta el final. Asistimos a la presentación del proyecto y su realización por los más “competentes” “ludólogos” del mundo. Estos dan forma a la locura de un “iluminado” ingeniero constructor, que proclama la “refundación” de la nación recuperando la risa y la alegría de vivir.

Los protagonistas se ponen en acción, la maquinaria se despliega y, poco a poco, se va sumando una multitud bulliciosa procedente de los más remotos confines del país, conducida con consignas contra los llamados “garcas” (oligarcas) hacia el aparatoso parque.

No cabe duda de que el autor también se propone hacer reír al lector, del mismo modo que lo pretenden los arquitectos de Anaconda Park en su novela. La diferencia está en que, en este caso, la propia literatura se convierte en un asidero real para el ser humano, ante las perecederas empresas dictaminadas por la megalomanía humana.

En su epílogo, el narrador interviene para recordarnos que se atiene a los hechos sin claves paródicas, en tanto nos ha ofrecido “la verdad desnuda”.

Este es también un guiño para el lector cómplice que llega al final y sabe que la verdad literaria es absolutamente ajena a la “posverdad” de los propagandistas de cualquier déspota que se siente en el poder.