El silencio vale oro

Autor: Revista Semanal | RS 69


Fueron varias semanas las que, los tres famosos astronautas que llevaron al hombre a pisar nuestro satélite por primera vez evitaron cualquier entrevista al regresar a la Tierra, esquivando preguntas periodísticas, haciendo gala de un desesperante mutismo.

Nada más terminar la cuarentena obligatoria de Armstrong, Aldrin y Collins en 1969, la prensa internacional se lanzó en busca de las primeras declaraciones de los astronautas, pero su intento resultó vano. Los tres primeros hombres que pisaron el suelo lunar no quisieron, o no pudieron dejar escapar ni una sola palabra. La frustración de los periodistas abrió las puertas a las más increíbles elucubraciones y fantasiosas teorías.

Luego de varias semanas, el momento tan deseado parecía haber llegado cuando Neil Armstrong dejó escapar las primeras palabras sobre el viaje más espectacular e importante de la especie humana. “Había muchas incógnitas, muchas ideas sin demostración previa, muchas dificultades sin precedentes. El módulo lunar no había volado nunca y había muchas cosas relacionadas con la superficie lunar que no sabíamos. Faltaba probar si era posible comunicar simultáneamente la Tierra con los vehículos en el espacio. Sinceramente, en aquellos momentos abrigaba la sospecha de que era improbable que el Apolo 11 pudiera efectuar el primer vuelo de alunizaje”.

Por aquellos días otro astronauta, Aldrin también dejaba saber sus inquietudes y dudas: “Siento curiosidad por saber cuánto durarán esas huellas sobre la superficie de la Luna”. Más adelante, de sus labios salieron sus reflexiones: “Aquel ambiente era único, casi místico. Neil y yo somos personas muy reticentes para dejarnos llevar por los sentimientos. En contraste con esa actitud, hubo un momento en la Luna en que nos miramos el uno al otro, nos dimos unas palmadas en el hombro y nos dijimos: Lo hemos logrado. Esto es un gran espectáculo. No creo que haya habido nunca una pareja de personas más separadas físicamente del resto del mundo que lo que estuvimos nosotros”.

Sin embargo, la extraña actitud inicial de los astronautas seguía intrigando a los reporteros. Nadie comprendía el silencio de los primeros días, puesto que la atención mundial era lo suficientemente grande y poderosa exigiendo conocer todos los detalles científicos y técnicos, pero sobre todo filosóficos, religiosos y humanos que rodeaban al viaje a la Luna.

La explicación no vino de los héroes espaciales, ni siquiera de la propia NASA. Lo que al fin se pudo conocer fue el resultado de la tenacidad y curiosidad de varios reporteros que no descansaron hasta hallar la explicación que la saciara.

La cooperativa
La razón del silencio radicaba en una cooperativa de hecho y no de derecho que habían establecido los 55 astronautas norteamericanos y las viudas de los ocho compañeros muertos en otras misiones. El peligro que encerraba su trabajo era tan alto que debían respaldar el futuro de sus familias y, por ello, habían fundado una especie de cooperativa que “vendía” los derechos de exclusividad como los derechos de reproducción de textos relativos a sus viajes.



Ese contrato vetaba a los hombres del espacio a dar todo tipo de entrevistas, salvo una breve conferencia, a la que asistieron apenas regresaron a la Tierra, para luego entrar en cuarentena. Allí, los astronautas esquivaron la mayor parte de las preguntas e hicieron gala de un desesperante mutismo.

Seguro de vida y otras prebendas
Durante las semanas anteriores a la publicación de las primeras entrevistas con los astronautas y cuando ya se había firmado un acuerdo con el gigante de las comunicaciones Time-Life, se conocieron los datos de esta historia. No faltaron voces de protesta, entre varios representantes del Congreso estadounidense, pues, la hazaña había sido financiada por el gobierno de los Estados Unidos, a través de la NASA, y por lo tanto, se suponía que sería el gobierno el propietario de dichas memorias.

Pero el Legislativo de esa nación nada pudo hacer ya que, al margen de los beneficios obtenidos por la cooperativa de los astronautas, la compañía Time- ofreció a cada uno de los astronautas un seguro de vida por 100.000 dólares, cuyas primas establecidas en función del riesgo elevado de las misiones espaciales, eran tan elevadas que, la NASA no las podía cubrir. Ante esa realidad, el Congreso norteamericano tuvo que conformarse, y Time-Life, obtuvo la exclusiva.

Una vez firmado el contrato de exclusividad con dicha empresa, Neil Armstrong pudo relatar por vez primera, y con lujo de detalles, cómo vivió, la que podría considerarse una de las jornadas más importantes de la historia de la humanidad. Si bien, mirando la pantalla de la televisión, el mundo entero pudo vivir el momento cumbre del viaje, cuando Armstrong y Aldrin pisaron el suelo lunar, las palabras del primer hombre en hollar el suelo de nuestro satélite natural tenían el encanto de forjar una versión más viva de esa hazaña: “El día del alunizaje fue largo y muy ajetreado. Aquella mañana nos levantamos a las 5.30 de la mañana y no tocamos suelo hasta las 3.20 de la tarde hora de Houston. Había mucho que hacer en cada uno de los minutos de aquel día”.

Hubo momentos en que los viajeros espaciales vivieron bajo el imperio del miedo como el narrado por el comandante de la misión: “…empezamos a tener dificultades con el computador. Cuando este no marchaba bien, se encendía una luz de alarma y un número. Habíamos simulado gran variedad de alarmas antes del vuelo. Para las más predecibles nos aprendimos de memoria ciertos recursos. Para las más complejas escribimos notas en tarjetas que sujetamos en el panel, pero aquella no era ninguna de la habíamos previsto ni de las que habían surgido en nuestros simulacros”.

El frío no nos dejó dormir
Edwin (Ed) Aldrin recordaba otro momento difícil, pero este se refería a las condiciones del espacio: “Antes de poner el pie en la luna dormimos mal […]. Pero lo que realmente nos mantuvo despiertos fue la temperatura. Hacía mucho frío allí. Unas tres horas después llegó a ser insoportable. Podríamos haber levantado las pantallas de las ventanas y dejar entrar la luz para calentarnos, pero ello habría eliminado cualquier posibilidad de dormir que nos quedase”.

Honrar a las máquinas
Mientras que Michael Collins, deleitaba a la curiosidad del mundo entero cuando dijo: “de todas las cosas que vi en aquel viaje, y que raramente tienen el privilegio de ver los ojos humanos, lo más maravilloso fue ver al módulo lunar subir desde la superficie de la Luna, porque por primera vez me di cuenta de que había logrado su objetivo de alunizar y despegar”.

“Prefiero poner a la gente por sobre la tecnología, por sobre la maquinaria, pero hay ocasiones en que los objetos fríos e inanimados merecen nuestros afecto, consideración y estima, reservadas corrientemente a la carne y la sangre. El 24 de julio fue una de esas ocasiones, y la nave Columbia es una de esas máquinas. Nos había llevado a través de un vacío oscuro y hostil hasta un planeta extraño y después nos trajo de vuelta, depositándonos serenamente, casi afectuosamente, en las más azules de las azules aguas. No pareció un acto justo abandonar su descortezado caparazón sin ceremonia alguna, tirado y olvidado, sin tratar de distinguirlo y ponerlo aparte. Aquella noche volví a trepar a bordo y, bolígrafo en mano, permanecí de pie ante la estación de navegación, contemplando la vacía cavidad gris. No encontré palabras lo bastante elocuentes para describir mis emociones, pero escribí estas palabras: “Nave espacial 107, alias Apolo 11, alias Columbia. El mejor navío que se botó al espacio. Dios lo bendiga”.
De esa manera la humanidad entera entró en la era espacial, gracias a los relatos periodísticos que, a partir de las confesiones de los pioneros del espacio, cautivaron la imaginación y el afán de aventura de todos los miembros de nuestra especie.