La resurrección de Atuntaqui

Autor: Ramiro Ruiz R. | RS 69


Se puede viajar a Atuntaqui, ubicada en el centro de la provincia de Imbabura, para visitar los almacenes donde se exhibe la industria textil; saborear mojicones enconfitados con panela, panuchas o panes diminutos de dulce y los famosos rosquetes abizcochados cubiertos con azúcar impalpable. Estos manjares de la panadería se acompañan con enormes helados de colores (crema y frutas), que no son helados sino tibios.

Pueblo de tolas
Aseguran los científicos que la vida de Atuntaqui comienza en el periodo Precerámicos (2000 a 3000 años AC).
Desde el año 1200 AC, los Atuntaquis se entretenían jugando con tierra. Los niños, apenas se levantaban de la cama, corrían a mojar la tierra. Hacían tortillas, caminos, lomas diminutas, abrían surcos con palitos, sembraban maíz, se cansaban y ensuciaban. La tierra formó parte de la vida de los niños y de los viejos.

Construían TOLAS, esas pequeñas montañas que al parecer servían para enterrar a sus muertos en fosas individuales o colectivas. Otras, las utilizaban como habitaciones. Subían a la cima a adorar a los dioses: cantaban, danzaban, bebían chicha sagrada de maíz. Hasta ahora existen; las principales llevan el nombre de Pilatoa, Orozcotola y Pupotola.

Cacha Shyri XV, de la dinastía de los Caras, caminó hasta la fortaleza de Atuntaqui. Llegó molido de cansancio y estrés. Se quedó un tiempo, ayudó a levantar tolas y a hacer tortillas de tierra. Tomó bríos y regresó a combatir al barrigón Huayna Cápac. La última batalla fue en Atuntaqui. Se jugó la vida. Murió Cacha como hombre valeroso: apenas de una certera y absurda pedrada con honda.
Desde aquellos días de fatiga, los Atuntaquis heredaron la pasión por el trabajo y el desprecio a la ociosidad.

La fábrica Imbabura
Parece un viejo cuartel de obreros. Alfredo Terán, un hombre curtido, cubierto con una piel morena de mestizo, cuenta que la fábrica comenzó a funcionar en 1937, el gerente era un hombre de apellido Seifer. Dieciocho años después, trabajaban 850 hombres y mujeres. Hacían telas. La fábrica tenía instalaciones de tintorería, mecánica y carpintería. Una fábrica espectacular, con vivienda y espacios verdes. Los obreros aseguraron su vida con sueldos de 150 sucres semanales.

Pero llegó el año de crisis. En 1965 suspendió sus operaciones. Abarrotaron la tela. Los obreros sufrieron el mal del vértigo: no les quedó ni un real en el bolsillo.

¿Quién lo mató? Fuenteovejuna, señor, todos y nadie
En 1924 los hermanos Dalmau decidieron la ubicación en el caserío de Lourdes, actual población Andrade Marín, que pertenecía a la parroquia de Atuntaqui, de la competencia del cantón Ibarra.

La producción comenzó en 1925. En las décadas de los años treinta hasta los cincuenta del siglo XX, la calidad de sus productos, el sistema de comercialización, el prestigio y acogida de sus productos permitió a sus trabajadores disfrutar de una estabilidad económica y bienestar. Esta época de progreso terminó con el asesinato del técnico José Vilageliuzó

Comenzó la crisis social, económica y moral. Aumentó la pobreza con la competencia de Colombia que desarrolló la industria con la fabricación de telas de calidad y bajo precio. La producción textil colombiana ingresaba al Ecuador de contrabando.

La Fábrica Imbabura despidió a los trabajadores. En 1950 tenía 816 entre empleados administrativos y obreros. A mediados de la década cincuenta, en pleno progreso, trabajaron 1000 trabajadores, de nómina y ocasionales. Desde 1961, se inició el despido paulatino de trabajadores. En 1965 trabajaban 562.

En junio de 1961 llegó de España, el técnico textil José Vilageliu, contratado para solucionar la crisis. La fábrica seguía sus operaciones en forma normal. Sin embargo, los accionistas de la Industrial Algodonera, dueños de la Fábrica Textil Imbabura, no tenían decisión política de renovar la maquinaria.

Vilageliu en sus primeros años ganó la confianza y amistad de obreros y administrativos. Su esposa María Caralt y de su hija Rita, fueron respetados. Recibían invitaciones a los actos civiles, militares o sociales de la localidad y la provincia.
Mientras Vilageliu perdía la aceptación de los obreros.

Las decisiones que tomaba eran órdenes de sus superiores.
En el mes de abril de 1965, la situación era inadmisible. Fue indiscutible el deterioro de visión y decisión de los patronos para modernizar la maquinaria y el desinterés por continuar manteniendo la industria.



Lorenzo Tous Febres Cordero, en representación de La Industrial Algodonera, el 19 de abril de 1965, solicitó al inspector Provincial del Trabajo de Imbabura el aviso de liquidación y cierre de la Fábrica Textil Imbabura.

Intentaron negociar entre los representantes de los dueños y de los trabajadores durante dos meses. Consiguieron un acuerdo entre el Comité Ejecutivo Pro-Defensa de la Fábrica y los dueños de la fábrica.

No sirvió la negociación. Los trabajadores perdieron la paciencia. El técnico español José Vilageliu, no pudo controlar el desorden. La turba atravesó las salas. Forzaron los candados de seguridad de la puerta. Los trabajadores que esperaban en el patio ingresaron violentamente al corredor interior del edificio. La gente enardecida quería “matarlo y beberle la sangre al señor Vilageliu”.

Uno de los obreros gritó: “Aquí está este desgraciado”. José Vilageliu sacó su arma y disparó tres veces. Uno de los trabajadores le golpeó con una varilla el brazo derecho. Otro, de apellido Zapata le acertó un golpe en la frente con una varilla.

La gente gritaba que le arrastren hasta Atuntaqui. Así lo hicieron, le arrastraron desde la iglesia de Andrade Marín hasta Atuntaqui, por la calle General Enríquez. En Atuntaqui, aproximadamente a las 10h30, una mujer, Alicia Ayala, repicó las campanas de la Iglesia. La población llegó hasta la puerta de la iglesia, otros esperaron en el parque.

“A la plaza, a la plaza, gasolina para incendiarle como en Manabí”, pedía otro enloquecido.

El crimen contra el técnico de la fábrica textil Imbabura, José Vilageliu se cometió el 1 de julio de 1965. Lo ejecutó una turba enloquecida de más de dos mil personas. Este hecho no se ha borrado de la memoria de muchas generaciones de Atuntaqui.
Junto al cadáver quedaron abandonados dos tarros pequeños con gasolina y un poco de paja.

Llegó desde Ibarra el jefe de la Policía y un escuadrón. Ordenó que el cadáver fuera trasladado inmediatamente a la morgue de la ciudad de Ibarra. La fábrica siguió clausurada hasta febrero de 1966. Atuntaqui soportó una crisis social y económica. Se reabrió la fábrica con la mitad de los trabajadores. Lucharon dos años para conseguir la amnistía de los trabajadores y personas implicadas en el crimen. La Asamblea Constituyente, en junio de 1967, otorgó la amnistía general a todos los involucrados en este crimen, como también a los presos y prófugos.
Atuntaqui de hoy

Los obreros que trabajaron en la Fábrica, después los hijos y nietos instalaron talleres y pequeñas fábricas. Aquellos jóvenes estudiaron en universidades y regresaron con conocimientos nuevos y mentalidad abierta a la creación.

Con el tiempo se organizaron la Cámara de Comercio. Consiguieron la unidad. En la actualidad, han trabajado en políticas de innovación dirigidas a la asistencia técnica y marketing. Consiguieron la organización de la Expoferia, principal proyecto impulsado por la Cámara de Comercio de hilos, camisetas de fútbol, sombreros de lana, ponchos, prendas de nailon y hasta cobertores para autos producidos en Ecuador.

Ganaron mercado en países como Colombia, Perú y Bolivia. Las ventas del sector textil llegaron a USD 1.143 millones en 2021, según la Asociación de Industriales Textiles de Ecuador.

Podemos determinar que la industria textil y de confecciones representa el 8.6% de la Industria manufacturera nacional, es la segunda sub actividad económica de mayor relevancia para el país. A su vez la producción textil contribuye con el 1.13% al Producto Interno Bruto (PIB) total del país.

Actualmente Atuntaqui cuenta con 217 empresas textiles que se desarrollan dentro del mercado interno, desde las familiares hasta grandes empresas, que sostienen el desarrollo y crecimiento económico de Atuntaqui.

A combatir el hambre
Atuntaqui no sólo es una ciudad industrial. También ofrece gastronomía y descanso para los turistas. Basta parar en la carretera Panamericana en un puesto de venta de choclos. Compre uno y tierno, tajitas de queso amasado y un ají que hará saltar lágrimas y abrirá el paladar para saborear otro choclo.

Visitan Atuntaqui los franceses, alemanes, norteamericanos que les encanta saborear el plato típico: carne colorada, llapingachos, mote pelado, empanada de queso o arroz, un pedazo de maduro brillante y ensalada criolla. Después salga despacio y vuelva a Atuntaqui, observe detenidamente al viejo volcán Imbabura y al occidente, el Cotacachi. Es un espectáculo digno de una fotografía que guardará en la memoria y pensará volver pronto.