Por Alan Cathey Dávalos
En medio de la vorágine de acontecimientos y noticias, por lo general alarmantes cuando no terribles, es una suerte poder celebrar en conjunto el Día del Libro, con ferias en las que encontramos, juntos y en permanente diálogo a los grandes autores, del pasado lejano, al más actual presente. Conferencias de autores y críticos nos hacen reflexionar y nos dan valiosa información sobre los temas más variados, donde la maravillosa creación e imaginación humana nos alcanza, sin otro recurso que la palabra.
El lenguaje será uno de los factores clave de los que nos han traído a lo que somos, como el desarrollo de las herramientas. El lenguaje fue decisivo para ir más allá del instinto y ser capaces de interactuar con cada vez mayor complejidad y efectividad, y será uno de los motores clave en el desarrollo del cerebro humano.
El nombre de las cosas
Durante millones de años, los sonidos que en un primer momento pudieron generar esos lejanos ancestros, irían refinándose en unas palabras cada vez más precisas, que definían el mundo y sus maravillas. En el Génesis, dios encarga a Adán la tarea de dar nombre a las cosas, asociándolo así a la creación. Cuando decide castigar la pretensión humana de ser como él y llegar al cielo con su Torre, lo hace con una terrible pena, la confusión de las lenguas, una suerte de segunda expulsión del Paraíso, al condenarlos a la soledad del silencio.
Nuestro tema, el libro, se refiere a esas voces cuando pasan a ser expresados por medio de dibujos, jeroglíficos, ideogramas, marcas o símbolos, sobre diversas superficies. Este paso de lo verbal a lo figurativo, es el primero hacia el arte y la abstracción.
75 mil años
Las primeras evidencias encontradas, reconocibles como tales, de expresiones no verbales, datan de hace 75 mil años, en unas cuevas en la actual Sudáfrica, y luego en las cuevas de Lascaux y de Altamira. En África, Australia y América, tenemos numerosas evidencias de petroglifos y pictogramas en rocas diversas. Benditos impuestos. Hace unos 5000 años, en la Mesopotamia, sumerios y acadios se inventan un sistema, inicialmente concebido para mantener registros numéricos tributarios, que pronto progresa de tan prosaico destino, al crear figuras y símbolos para las ideas y palabras. El SRI da paso al libro, eventualmente, a la biblioteca, y las palabras se convierten en la memoria del mundo. La escritura marca el paso de la prehistoria a la historia, al existir ya registros escritos que relatan eventos o dan cuenta de creencias, leyes y mitos, así como detalles de la vida diaria.
La escritura cuneiforme
En Mesopotamia, el material escogido para escribir sobre el, era uno muy abundante en una llanura aluvial, la arcilla. En moldes que se estandarizan, con el barro aún húmedo, se imprimen sobre las unas incisiones, en forma de cuña, en configuraciones que representan palabras e ideas, que luego se hornea. Como la arcilla cocida apenas es afectada por la humedad o los insectos, su duración estaba garantizada.
Hoy, 5000 años más tarde, seguimos descubriendo tablillas, que nos cuentan las historias, mitos y leyendas de esas culturas. A la habilidad de arqueólogos y lingüistas para
vincularlas con los lenguajes modernos, debemos hoy el conocer a sus héroes, dioses y reyes. Según los entendidos, el más antiguo libro de la historia, sería la “Epopeya de Gilgamesh”, un héroe acadio de quien se encuentran ecos y casi plagios al carbón en la Biblia judía y entre los griegos. Su enorme importancia nos ha llegado hasta hoy por esas vías indirectas de la religión y de los mitos, y es parte inextricable de nuestra cosmovisión.
La escritura es aquel puente mágico que, unida a la imaginación, nos permite viajar libremente en el tiempo y el espacio.
Jeroglíficos egipcios
En el Egipto de los Faraones, se inventan los jeroglíficos, que serán utilizados durante milenios para contar al mundo y a sí mismos, de sus dinastías, de sus divinidades y de sus esperanzas de otras vidas tras su muerte.
El “Libro de los Muertos” ha sobrevivido a los milenios, en rollos de papiro guardados en vasijas selladas, para que las momias de un pasado remoto regresen a inquietarnos en el cine, o inspirando a nuevos mitógrafos.
Ideogramas en China
En China, se desarrollan los ideogramas, una escritura conceptual en la que sus trazos representan ideas que son comprensibles para todos, una vez aprendidos. La escritura china se difundirá en toda su extensa área de influencia, siendo hasta hoy utilizada en China y Japón, habiendo influido en las primitivas escrituras coreanas e indochinas. Se escribía sobre seda, hasta la invención del papel, que en adelante se usará en la escritura, por medio de distintas tintas y pinceles. Muy pronto, la caligrafía se volvió un arte muy valorado.
El libro
Los incomodos y pesados rollos que debían desplegarse para leerlos, hizo que a alguien se le ocurra la idea de recortarlos en hojas, que además permitían escribir de lado y lado, un ahorro importante en pergamino, una superficie de piel animal tratada para la escritura. La idea de las hojas, que al juntarse por medio de unas cuerdas cosidas permitía que se pasaran de una en una, debe haber sido una revolución, al facilitar la lectura y la escritura.
Una corrección ya no requería la eliminación del rollo entero, sino sólo de la hoja. Pero tal vez lo más importante, es una extraordinaria y única virtud del libro, su portabilidad, que lo convierte en el mejor amigo de los viajeros y el consuelo de los perseguidos, en fuente de inspiración para filósofos y amantes o en trinchera de iconoclastas y disidentes. El libro, como hoy lo entendemos, aparece ya en ese momento, tomando el nombre de códice, estableciendo una tendencia que continuará en el tiempo.
Prestigio intelectual
En Roma, se vuelve un tema de prestigio el tener una biblioteca particular, que, con el creciente poder del Imperio, da lugar a que se concentren en ellas mucha de la literatura y la filosofía griega, y también el surgimiento de una “industria editorial”, pues ante la demanda, se desarrollaron los talleres de copistas.
El mundo greco-romano fue un ámbito donde el pensamiento no sufrió de limitaciones. La tolerancia era la norma, a nadie se le ocurriría censurar o prohibir los escritos o religiones de otros pueblos. En Roma, el Panteón se construye para albergar
a todos los dioses, sin importar su origen, romanos, griegos, orientales o egipcios. Esta tolerancia, que mostraba incluso una creciente indiferencia al pensamiento mágico, dio lugar a corrientes filosóficas tan ricas como el estoicismo, el epicureísmo, el escepticismo o el platonismo.
Las intransigencias
Al contrario del indulgente politeísmo romano, desde Medio Oriente llega una visión monoteísta intransigente, que termina, como es frecuente en los fanatismos, por imponer a un dios celoso y a su iglesia, alrededor de una recopilación de una “buena nueva”, los Evangelios, que terminarán persiguiendo el legado cultural grecorromano, considerado pagano. Ese “Nuevo Testamento, se une al Antiguo, para pasar a llamarse la Biblia, “el libro”, con su implicación de único, pues no son necesarios otros para la salvación. Unos 250 años más tarde, desde la misma raíz mosaica, con las mismas características intolerantes, aparece otro profeta, un poco más al sur, al que otro dios se revela a un camellero y comerciante mequí, Mahoma, y le dicta el Corán, igualmente suficiente para el creyente.
Libros “sagrados”
Éstos tres libros recogen la misma idea del dios único, que ha condescendido a dictar un libro “sagrado”, que, al ser directamente revelado por dios, es perfecto y único. Estos “libros sagrados” harán que sus fieles, vean con aversión y sospecha todo lo que no coincida con el suyo, pues son conscientes del peligro que la diversidad de pensamiento implica para su visión totalitaria.
El peligro del “libro único” y de los lectores de uno solo, se vuelve omnipresente y se continúa hasta hoy, en las religiones e ideologías militantes, que se agrupan en torno a sus biblias propias, El Capital, el Libro Rojo, Mi Lucha, que florecen junto a las “revelaciones” de las incontables sectas que mercadean la salvación en “otro mundo”. El fuego será el método para la erradicación de los peligrosos y subversivos libros, y las grandes bibliotecas de la antigüedad, de Alejandría, “la memoria del mundo”, de Aleppo, de Nalanda, serán destruidas por similares fanáticos a los que, apenas el siglo pasado, quemaban libros porque sus autores eran judíos o discrepaban de los nuevos mandamientos marxistas o maoístas.
Ocaso milenario
El ocaso del mundo grecorromano dió lugar a un milenio durante el cual, curiosamente, el libro debió refugiarse en los monasterios y las abadías para sobrevivir, oculto del brazo inquisidor y de sus piromanías, tal vez porque había dejado de ser leído, por la ignorancia generalizada.
Cuando el Renacimiento da sus primeros pasos, Lucrecio y otros autores del mundo clásico, silenciados por el dogma, de nuevo le hablan a un mundo medieval, ávido por recuperar sus fuentes y su naturaleza, y le traen un mensaje de razón, de lógica, de ciencia, pero sobre todo, de libertad. De los horrores de la Peste Negra, nos llegará uno de las primeras obras renacentistas, El Decameron de Boccaccio, donde reaparece el mundo real y la vida, ya no la eterna, sino la del hombre en el mundo.
Trágicamente, con el Renacimiento llega por otro lado, la Reforma y su reacción, con las que las hogueras para quemar libros y junto a ellos, a sus autores, se extienden por todo el mundo europeo, desde España a Suiza, para gloria de unos dioses, ávidos de sacrificios humanos. La figura de Torquemada, cuyo apellido prefigura sus aficiones, emerge señera por enviar al fuego eterno a quienes arrancaban confesiones junto a jirones de sus carnes. En la calvinista Ginebra, el notorio médico y científico, Miguel Servet, será quemado, junto a sus estudios sobre la circulación de la sangre, en la hoguera, tras ser acusado de brujería. El fervor incendiario cruza el Atlántico, para destruir los códices mayas y aztecas, y los quipus incas, pues en ellos los sacerdotes sólo veían al diablo que debían erradicar por el fuego.
El siglo XX
Este es el siglo del furor ideológico, en el que las doctrinas y utopías reemplazan a las viejas religiones. Heinrich Heine había escrito que “donde se queman libros, al final se acaba quemando gente”, una terrible profecía que se verá materializada en su propia patria. En 1933, en Alemania, se encienden las piras para quemar millones de libros de autores judíos, un incendio, que terminará en los hornos de Auschwitz y en los campos de exterminio, donde la cultura occidental despierta sus pesadillas y sus monstruos ocultos, esos monstruos de los que nos habla Goya, provenientes de los sueños, más bien de las pesadillas, de la razón.
Nada más peligroso que quienes encuentran en un solo libro las respuestas para todas sus inquietudes. No importa que sea La Caperucita Roja. Al final del día, saldrá el lobo a imponer su fuerza y su voluntad omnímoda, llevándose por delante todo lo que se le oponga. Los libros “únicos” y sus lectores, suelen ser la fuente de las peores pasiones y de los más obscuros instintos. Cuidarse de ellos.
Volver a las fuentes
El Renacimiento es el paso decisivo que da Europa para recuperar esa identidad que le había sido amputada con el advenimiento del cristianismo, aquella sobre la que buena parte de nuestro mundo actual se construye, el pensamiento científico, la especulación racional, la libertad de pensar y decir, los límites al poder. Se le ha puesto fecha a la finalización de la Edad Media, con la caída de Constantinopla en 1453, que es la crónica de una muerte anunciada por más de un siglo.
Un evento infinitamente más importante se ha producido 3 años antes, en Alemania, cuando Johannes Gutenberg, tras años de pruebas, ha terminado de construir la primera imprenta de tipos móviles del mundo. En 1455 se termina la impresión, inevitablemente, de la primera Biblia. La imprenta completará la democratización de la lectura, a la que hice referencia al principio, con la adopción del alfabeto griego. La imprenta consigue la masificación de la producción de libros, de hecho, es el primer emprendimiento industrial que se produce en Europa.
En una conjunción afortunada, la Reforma demanda del creyente una directa relación con Dios, a través de la lectura de su palabra en la Biblia. Aprender a leer se vuelve un imperativo de salvación personal, ampliando el universo de los posibles lectores, abaratando el precio de los libros para el público, al que se le ofrecen textos no tan santos, que retroalimentan a su vez la demanda.
Este círculo virtuoso logra la difusión de las ideas, a una escala no vista en ningún otro momento de la historia humana, y es la revolución de la información, en la que estamos inmersos, cada vez más extendida, ya a escala planetaria, por la informática y el internet, que han sido los continuadores de la globalización, iniciada en Europa a partir del Renacimiento, con los descubrimientos que los grandes exploradores portugueses y más tarde españoles, realizan, culminando en el viaje de Magallanes hace 500 años.
Instrumento de libertad
El libro es el maravilloso instrumento que nos permite viajar en el tiempo y el espacio, conversar con las mentes más brillantes que han dejado su huella en lo que somos o en lo que aspiramos a ser, es la fuente de alegrías y emociones, de lágrimas, risas y placeres que nos deparan sus páginas, y esa mágica capacidad de aprender del “misterioso universo”, al decir de Borges, en su poética imaginación de lo que sería el Internet.
En pleno siglo XXI, vemos cómo se levantan nuevas Grandes Murallas electrónicas para censurar las ideas subversivas de la libertad, tan peligrosa para las tiranías, religiosas o políticas. De nuevo, los “santos oficios” prohíben los libros y el arte, o aquellas obras “políticamente incorrectas” porque no se sujetan a unas concepciones que se pretende imponer como dogmas. Paradójicamente ya se ha calificado en la categoría pornográfica, en los Estados Unidos, nada menos que a la Biblia, pidiéndose se retire de los colegios del país, siguiendo los pasos del David de Miguel Ángel, impúdica escultura que puede causar impresión en unos niños, que con frecuencia ven a sus compañeros asesinados en alguna balacera insensata. Otra vez, el Index se pone de moda, y los hipócritas y sepulcros blanqueados se hacen cargo de gestionarlo.
No a las tinieblas
Inevitablemente, se nos vienen a la memoria Bradbury y Orwell, que hace 80 años vieron venir de nuevo las tinieblas. Como a menudo, voy a cerrar con unas palabras de Borges, el bibliotecario, separado de su cargo por esos fanáticos que, para humillar al más preclaro autor argentino, le nombraron inspector del Mercado de Aves de Corral, esos mismos que han logrado que el 50% de los argentinos se encuentren ya en la miseria. “Resiste al mal”, nos pide Borges, “pero sin asombro y sin ira”, difícil tarea para cualquiera, pues éstos no le permiten al hombre responder con aquello que nos hace distintos, la inteligencia y la cultura. “Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dió a la vez los libros y la noche.
“Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.”
Que cada 23 de abril, el día que, según viene la historia, mueren Cervantes y Shakespeare, en 1616, recordemos a estos genios, y en ellos a todos quienes nos han enriquecido y emocionado con sus palabras, y demos gracias también a esos lejanos personajes que crearon el libro en todas sus formas, en donde se guarda nuestra memoria colectiva. Que su creación siempre nos acompañe y nos haga mejores y más amables, pero que nunca nos permita rendirnos ante el abuso y la injusticia. Jorge Luis Borges.
Dr. Alan Cathey Dávalos
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