Cuando un amigo se va

Rosalía Arteaga Serrano

En la vida de las personas los amigos ocupan un lugar especial, máxime si son de la talla y la envergadura de Nelson Robelly Lozada, a quien quiero recordar y rendir un homenaje póstumo en estas líneas, con dolor en el corazón y la consciencia de su valía como hombre público, como maestro, diplomático y consejero.

Siempre vinculado a la academia, su visión a la hora de evaluar el destino del país, de trazar la prospectiva de las situaciones a ser analizadas, le dieron una vigencia permanente entre su grupo de amigos y personas con las que se vinculó a lo largo de su prolífica vida.

Tuve la suerte de contarme entre sus amigos. Caminamos juntos los senderos de la política, en cuyo ámbito soñamos en un futuro mejor para el país. Me acompañó en los momentos de triunfo y de alegría y en dolorosos episodios.

Nelson Robelly deja una huella profunda entre sus múltiples amigos. Supo granjearse la simpatía de sus alumnos entre los que dejó prolíficas enseñanzas, así como de los diferentes grupos y organizaciones a las que pertenecía.

Dueño de agudeza y percepción, Nelson supo mantenerse cerca de sus amigos, brindando criterios honestos y desinteresados, sin dejar jamás de esgrimir un gran sentido del humor que le caracterizó.

Sus estudios de geografía le llevaron a estar vinculado con el campo, con los emprendimientos en esta área, sobre todo en el entrañable sector de Nono, al que dedicó esfuerzos y desvelos.

Cuando un amigo se va, como nos dice el cantautor Alberto Cortez, nos deja un vacío grande, pero también los gratos recuerdos que lo vuelven inolvidable.