El espíritu clerical Lojano

Debo admitir que el Alto Prelado que me fija su mirada intensa desde la fotografía que tengo enfrente, aún me intimida. En los inicios de la segunda mitad del siglo XX había religiosos de distinto nivel jerárquico que producían diferentes sensaciones; tan grandes y distantes como del cielo al infierno.


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Los padrecitos de la Orden de San Francisco desde su Monasterio ubicado en la pequeña pero bella plazoleta de la calle Bolívar eran un pan de dulce, en efecto nos regalaban a los niños y a los pobres un panecillo diminuto que fungía de hostia para nosotros y para ellos, al menos diez para que hagan porción de desayuno.

Los Hermanos Cristianos eran unos curitas que nos confundían, parecían incompletos, porque no celebraban misa; suponíamos que ya con su misión y carisma de batirse con nuestras ignorancias era bastante tarea para una vida. Los padres encargados de las parroquias urbanas y rurales se acomodaban a los beneficios de los vecinos pudientes y no se hacían problema: misas de rigor y un buen sermón los domingos que deje en la memoria de los feligreses que deben cuidar a sus patrones para que tengan un lugar en el Paraíso, era suficiente. Pero, hablar del Papa de Roma, del Arzobispo de Quito o del Obispo de Loja, era muy diferente: con ellos no había fuerza humana por más diabólica que sea, que intente cualquier censura so pena de cometer automáticamente un sacrilegio y la consecuente muerte moral.

El Prelado de la fotografía fue antes de llegar a Loja a morir; en Quito; Prelado
Doméstico del Papa, Protonotario
Apostólico, Arcediano de la Catedral
Metropolitana, Decano y Obispo titular
de Ponpeyópolis, auxiliar del Arzobispo de Quito; y , Arzobispo de Quito en 1861; siendo gestor del Primer Concilio Provincial Quitense.

Un hombre de Dios notabilísimo, sólo comparable con el Arzobispo Federico González Suárez que nació 50 años después que José María Riofrío y Valdivieso, el Prelado de la foto ya indicada. En la mañana del 30 de marzo de 1877, el arzobispo de Quito José Ignacio Checa y Barba celebraba la solemne liturgia del Viernes Santo. Después de beber el vino del Sagrado Cáliz, ordenó a uno de los Canónicos que asistía en el servicio que le quitara el vino porque sabía amargo; lo habían envenenado.

El 8 de septiembre de 1876, el radical liberal general Ignacio Veintemilla usurpó las riendas del gobierno en un golpe militar y se proclamó Jefe Supremo. Dijo claramente que la posición de su gobierno hacia la Iglesia era diametralmente opuesta a la de García Moreno. Una de sus primeras medidas fue secularizar la educación; luego vino la “Carta a los Obispos” que les ordenaba que no se involucren en la vida política del país y se preocupen solo por las obras espirituales. Ese asesinato habría impactado mucho a Monseñor Riofrío y habría causado una enfermedad de pronta muerte, un mal cancerígeno que haría que lo jubilen y regrese a morir en su tierra lojana, no en Cariamanga donde había nacido, sino en la ciudad de Loja donde se encargaría -como pudiera- de un cargo nuevo: Administrador Apostólico de Loja. Compró entonces la Hacienda “El Atillo” de Vilcabamba, sobrevivió milagrosamente 13 años con buena salud y finalmente lo enterraron en el patio de atrás de la casa de hacienda ; en algún lugar que no ha podido ser identificado aún.

Dr. Manuel José Vivanco Riofrío