De la monarquía a la teocracia

Por Alan Cathey Dávalos

En 1925, hace casi exactamente 100 años, toma el poder en Persia, Reza Shah, primer monarca de la familia Pahlavi, quien se empeña en un proyecto de modernización de grandes proporciones en su país. Como en Turquía, casi al mismo tiempo, modernizar las arcaicas estructuras del estado implicaba entrar en conflicto con las poderosas fuerzas de la tradición religiosa islámica, shiita en el caso de Persia, sunnita en el de Turquía. Dos intentos tan exactamente contemporáneos, no pueden verse como una coincidencia. De hecho, la autoridad de Mustafa Kemal Ataturk era por lo menos tan profunda como la de Reza, sino más, por su proximidad al ejército, tras haber sido el inspirador, tras la derrota del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial, de la victoriosa guerra contra Grecia, con la recuperación de importantes regiones que habían sido capturadas por los griegos en la costa mediterránea.

Un hueso demasiado duro.

El poder clerical, profundamente enraizado en ambos países, se revelaría un hueso difícil de roer, al punto que terminará imponiéndose de nuevo, con Khomeini y su teocracia y con Erdogan, que restaura el poder clerical que el “Padre de los turcos”, Mustafa Kemal, había logrado reducir radicalmente, al declarar el carácter laico del Estado turco.

De Persia a Irán.

En 1935, Shah Reza decide recuperar el muy antiguo nombre de su país, Irán, cuyo rico pasado se empeña en revalorizar. Al fin y al cabo, un gran imperio iraní había brillado hace cuatro mil años, proyectando su poder a grandes secciones del mundo mesopotámico y anatolio, para finalmente alcanzar la cima de su poder en el Imperio Aqueménida. Reza buscaba recuperar ese pasado glorioso, pero principalmente pre islámico, como centro de una concepción histórica y laica, como el argumento para desmontar el poder religioso.

Enfatizará el carácter de conquistadores que los árabes tuvieran, durante la expansión del Islam, y la imposición del árabe como idioma en la Persia conquistada.

Abdicación y sucesión.

Su admiración por Adolfo Hitler le significó la enemistad, durante la II Guerra Mundial, tanto de Churchill como de Stalin, que se pusieron de acuerdo para invadir Irán y derrocarlo. Fue sucedido por su hijo Mohamed tras abdicar al trono en 1941. Mohamed gobernará hasta 1979, fecha de su derrocamiento. Sin duda, el régimen del Sha tuvo claroscuros, pues junto a la represión brutal a sus opositores, y una extensa corrupción y dispendio, también se produjo una importante inversión en obras públicas y educación, pasando de tener un 11% de alfabetismo, a más del 70% en 1979. Creó una red vial importante, y desarrolló una capacidad petrolera muy significativa. Pero tal vez su esfuerzo principal, pasó por eliminar las restricciones y limitaciones a las que la tradición religiosa tenía sujeta a la mujer, y que, lamentablemente, fueron vueltas a imponer con toda la severidad, por la teocracia que lo derrocó. Ciertamente, el Sha con sus excesos y despilfarros, además de su desprecio por la vida humana, dio a sus enemigos todas las armas para atacarlo, con una sociedad civil que de ninguna manera se pondría de su lado, sin comprender que los clérigos sucesores multiplicarían por diez su autoritarismo.

Khomeini regresa.

El 1 de febrero de 1979, el Ayatolá Khomeini, que había estado refugiado en 1978, no en un estado musulmán, presumiblemente por su calidad de shiita en un mundo islámico esencialmente sunita, en el que, dados los odios fanáticos existentes entre las versiones más extendidas del Islam, un refugio se hacía prácticamente imposible, pues su condición de shiita lo colocaba en una calidad bastante más grave que la de “infiel”, pues se trataba de un hereje. Durante años permaneció como refugiado en Irak, entre la activa comunidad shiita de Nayaf, pues Irak es el único estado islámico con una mayoría shiita por fuera de Irán, hasta ser expulsado de ese país por Saddam Hussein.

Asilado en Francia!!

Debió asilarse en una abominable Francia, occidental y cristiana, la originaria de los Cruzados, esos viles Frany  que conquistaran Jerusalén 1000 años antes, la esencia misma de la “casa de la guerra”, el ‘Dar al Harb”, en contraposición al “Dar al Islam”, la “Casa del Islam”. Esos infieles, legítimamente, según la concepción islámica, pueden ser atacados y muertos por cualquier musulmán, si por desgracia llegan a poner un pie en el “Dar al Harb”, incluso por accidente.

La regla coránica, definida en un “fiqh”, un edicto interpretativo, establece que todo el ámbito del Dar al Harb, pertenece al Islam, así como los bienes de todos los infieles que en ellas viven, por lo que también apoderarse de ellas es legítimo.

Debe haber resultado vergonzoso en extremo para Khomeini, el no encontrar en el mundo otro sitio de refugio, que no fuera en medio de los despreciables infieles, a los que su único objetivo, como con claridad meridiana dejará establecido tras su retorno a Irán, ese 1 de febrero de hace 45 años, es destruirlos e incorporar sus tierras al Islam, cuyo destino revelado es la conquista de todo el mundo.

Es también legítimo para el Islam, aprovechar  las debilidades, pues así comprenden a la ley, la tolerancia y el respeto a las libertades religiosas, que priman en las sociedades democráticas del mundo occidental, que permite la prédica de diversas religiones y creencias, así como la presencia de templos y mezquitas de otras confesiones, algo totalmente vetado, o al menos severamente restringido en el Dar al Islam.

Alianza contra natura.

Mientras Khomeini pasaba 13 años exiliado, en Irán muchas cosas sucedían. Mohamed Reza Pahlavi, el Sha de Irán, heredero de la dinastía Pahlavi, atravesaba por una cada vez más crítica situación, ante el combinado ataque de la oposición, de los conservadores ultra radicales islámicos, agrupados en torno a varios clérigos que se identificaban con las posturas de Khomeini, por un lado, y por otro, de los extremistas de izquierda y del partido comunista iraní, el Tudeh, que encontrarían  todos los motivos para arrepentirse de su alianza, tácita o expresa, con los clérigos.

A los cinco años de la toma del poder, tras la caída del Sha, los comunistas y socialistas iraníes se convirtieron en el objetivo de Khomeini y del ala más conservadora de la teocracia en que se transformó el gobierno revolucionario. Se desató una verdadera cacería contra ellos, y más de 20 mil fueron asesinados, mientras otros miles lograron escapar al exilio, con muchos más encarcelados en las acogedoras cárceles iraníes.

El “antiimperialista”.

El encargado de la administración de esta persecución, al que, por su brutalidad se lo conocerá como “el carnicero de Teherán”, es nada menos que el actual presidente de la República Islamica de Irán, el clérigo Ibrahim Raisi, muy respetado entre los círculos de la “izquierda”, sobre todo nuestra desnortada versión latinoamericana, que lo saluda como un líder antiimperialista. Baste recordar el penoso papel de varias legisladoras locales ya con Raisi ocupando su cargo, unas supuestas defensoras de los derechos de la mujer, de proclamada línea socialista, en el Majlis, el Parlamento iraní, santificando el asesinato de la joven Mahsa Amini, perpetrado por la siniestra “policía de la moral”, una Gestapo islámica, encargada de hacer cumplir a rajatabla, las disposiciones represivas de vestuario, velos, hijabs, burkas, en fin, impuestas a las mujeres iraníes por los clérigos misóginos, para que su lascivia no los lleve a la tentación.

El Imán puede engañar.

Todas las promesas de Khomeini de gobierno popular, de libertad, de derecho a la opinión, se revelaron como una estrategia vacia, hasta asegurarse todos los resortes del poder, sobre todo el control de la policía secreta y de las Fuerzas Armadas, a las que intimidó de entrada, augurando un destino trágico a quienes no se alinearan de inmediato con los clérigos gobernantes. Para mejor controlar al ejército, creó la Guardia Revolucionaria, a la que equipó muy bien, con equipos superiores a los de las propias Fuerzas Armadas.

El viaje en el tiempo.

Al proclamar la República Islámica, restauró la Sharia, la legislación religiosa islámica basada en el Coran, un texto escrito a partir del relato verbal de unas visiones que un mercader mequí experimenta, dirigidas a una comunidad de pastores nómadas en el desierto arábico del siglo VII, del cual se infieren interpretaciones jurídicas para su aplicación, en ese entorno y época. Cabe la reflexión de que el fundamentalismo islámico que se ha tomado el alma de millones de musulmanes, no es exclusiva del shiismo iraní, pues en la otra vereda, el retorno a la barbarie se ha manifestado con brutalidad similar o peor, como en el caso de ISIS, el “Estado Islámico” sunnita, proclamado en Irak y Siria hace una década, que estableció su ideal político-religioso en una extensa zona, donde esa misma Sharia se convirtió en la ley para millones de personas, desatando el horror y la barbarie de las limpiezas étnicas y religiosas, reinstaurando la esclavitud, en particular la sexual, entre sus súbditos, con el añadido tecnológico de las decapitaciones en vivo y en directo, de los infieles de los que habían podido echar mano.

Amargura y resentimiento.

La asincronía que se ha puesto de manifiesto con el ascendente fundamentalismo islámico, anclado a un pasado de barbarie, que el propio Islam había superado hace más de 1000 años, cuando, al entrar en contacto con las múltiples culturas mesopotámicas, mediterráneas y asiáticas, en su veloz proceso de expansión, descubre el enorme acervo de cultura y conocimiento que sus conquistas han puesto a su alcance. Que duda cabe del superior nivel cultural que ése Islam alcanza, expresado en curiosidad y tolerancia, respecto de una Europa que, tras 4 siglos de la caída imperial romana, seguía sumergida en la anarquía y el oscurantismo.

Este renacimiento fundamentalista solamente se explica por la amargura y el resentimiento por la pérdida de esa posición estelar que el mundo islámico alcanzó, para luego, por las ambiciones de califas, sultanes y emires, la fue desperdiciando en unas luchas intestinas permanentes, con el paulatino ahogamiento del pensamiento y la investigación, por el creciente poder religioso, inmovilista y que se congeló en el tiempo.

Renacimiento europeo.

La Europa impotente de la época de la conquista islámica, que vió a los ejércitos árabes conquistar la península Ibérica y llegar con sus fuerzas hasta Poitiers a 300 km de París, o asaltar Roma y saquear las basílicas cristianas, operando desde una Sicilia ya conquistada, dio paso en cambio al milagro del Renacimiento y las posteriores revoluciones científica y técnica, y con ellas, la llave para imponerse y someter, al mundo Islámico, y de hecho, a todo el mundo.

Ese resentimiento es sin duda el motor que ha generado la explosión fundamentalista en Irán, Irak, Afghanistan, Yemen, Siria, y hasta en las comunidades musulmanas en Europa, a la que se niegan a integrarse, aún luego de haberse jugado la vida para llegar a ella, escapando de la brutalidad y la miseria que sus líderes islámicos han traído a sus tierras.

Fanatismo religioso y “patriótico”.

Encontró, en la toma de la Embajada de los Estados Unidos en Teherán, perpetrada por estudiantes autoproclamados revolucionarios islámicos, el mecanismo para unificar al país bajo un nacionalismo fervoroso, dirigido contra el “gran Satan”,encarnado en aquel país. Apoyó expresamente a los estudiantes, lo que originó una brecha insalvable hacia el futuro, cuyas consecuencias se mantienen a medio siglo de distancia. Igualmente, señaló a Israel, la “entidad sionista”, como objetivo a destruir, extirpándolo del Dar al Islam, si fuera necesario, con su exterminio.

Destruir Israel.

Esta ha sido la postura de Irán desde entonces, el eje de su política internacional, articulado en torno a la  misma Guardia Republicana, instrumento para proyectar allende sus fronteras, el fundamentalismo shiita iraní. Apoyando, sea a gobiernos, como el de Assad en Siria, quien es un alauita, una variante shiita, o armando y entrenando milicias shiitas como Hezbola, en Líbano, o a los grupos houthies, también shiitas, en Yemen, ha logrado constituirse en un poder regional disruptivo, controlando además un corredor que se extiende desde Teherán hasta el Mediterraneo. En su objetivo de desaparecer a Israel, ha armado a Hamas y otros movimientos terroristas, con misiles, armas e información, que los han vuelto más y más peligrosos cada vez.

Guerra Santa y “martirio”.

En 1981, estalló una feroz guerra con Irak, su vecino occidental, que se prolongaría durante 8 años, durante la cual Irán sufriría pérdidas terribles, por sus asaltos en oleadas humanas contra las posiciones iraquíes. Se estiman en casi un millón las víctimas de las promesas de inmediato ingreso al paraíso de aquellos que aceptaban el “martirio” y morían en las batallas. Tal visión martirológica se volvió la norma mínima esperada de la población, así como su fidelidad a través de la delación de vecinos y conocidos, al mejor estilo de las redes de informantes de las policías secretas de cualquier dictadura ideológica, con el obscuro componente adicional de inquisición religiosa.

Dejar el tinglado armado.

En 1989 muere Khomeini, pero deja armado el modelo de dictadura teocrática que gira en torno a la represión, el terror y la brutalidad de la Guardia Republicana, que ha abogado en sangre las manifestaciones y revueltas que se han producido, tanto por la situación económica, como por los crímenes de estado sin sanción, sino más bien con la bendición de la teocracia. La fórmula de la represión, a más protesta, más salvajismo, ha funcionado tan eficazmente como en China, en Rusia o en Cuba. Cuando es indiferente a cuantos se mate o encarcele para los represores, parece que han dado con el mecanismo para que el poder sea indefinido. Tonterías como opinión pública, mala prensa o derechos humanos, les resultan tan indiferentes como la lluvia o el frío invernal.

Las heroínas.

Utilizando una banda de sicópatas fanáticos, mentalmente deformados por unas doctrinas propias del siglo VII, la teocracia nunca ha dudado en emplearla contra sus ocasionales opositores, especialmente las mujeres, constituidas en las más audaces críticas del oscurantismo, a pesar de unos riesgos aterradores. Sin duda, ellas han sido las principales damnificadas de la siniestra teocracia iraní, ellas y las minorías de kurdos y baluchis, deshumanizados por motivos étnicos y religiosos. Las atestadas cárceles iraníes y su condición de principal verdugo per capita del mundo, son la herencia dejada por esa revolución islámica de hace 45 años, que llegó para quedarse por cualquier medio.

Objetivo, armas atómicas.

El objetivo final, y no hay que cerrar los ojos, es dotarse de armas nucleares, para que sus capacidades de chantaje se incrementen, y se puedan convertir en el poder dominante en Oriente Medio. La idea de instrumentos de destrucción masiva en manos de fanáticos, sea religiosos o políticos, es aterradora, como lo experimentan ya, unos días si y otros no, los japoneses y sudcoreanos, ante las bravatas y amenazas del tercero de los Kim. Las “elecciones” legislativas del próximo mes de marzo, no serán sino otro sainete, con los opositores presos, exiliados o inhabilitados, el probado método incorporado al libreto de las dictaduras, para dizque lavarse la cara. El récord de ejecuciones anuales continuará en su crecimiento, y nuevas legisladoras serán vistas en el Majlis, con el pudoroso hijab cubriéndoles el cabello.