Alemania: dos caras de una fecha

Autor: Alan Cathey | RS 92

El 9 de noviembre es una fecha que tiene, para Alemania, un enorme significado. Es, por una parte,
una fecha de júbilo, pues ese día, en 1989, hace 34 años justamente, cae en Berlín el siniestro Muro,
el símbolo físico de la división que, tras la II Guerra Mundial, se produjo en Alemania, al ser ocupada
por las potencias vencedoras de la atroz contienda. La misma fecha, es el recuerdo también
de los primeros pasos que llevarían a Alemania a la pesadilla del III Reich.

Un país, dividido
El país fue dividido en 4 zonas, administradas cada una por alguna de esas potencias, Estados Unidos, la Gran Bretaña, Francia y la URSS. Las tres primeras actuaron de manera unificada, con una administración similar y razonablemente homogénea, no así la URSS, que actuó bajo la histórica lógica rusa de la rapiña, llevándose de su sector, todo lo que, mal que bien, había sobrevivido a la guerra, desde las pertenencias particulares hasta las fábricas, desmanteladas y trasladadas a la URSS, con todo y obreros. El final de la guerra había ya revelado importantes fisuras entre los Aliados y la actuación rusa, tanto en la Alemania en la que ejerció su poder, la del Este, como en los estados de la Europa Oriental, teóricamente “liberados”, en los cuales impuso, a través de unas supuestas “elecciones”, títeres dictaduras comunistas. No dejaba lugar a dudas los objetivos soviéticos, la creación de un Imperio Soviético, con varios estados satélites en su periferia occidental, a los que integraría más adelante en el llamado “Pacto de Varsovia”.

El Bloqueo de Berlín
Las diferencias cada vez más acusadas, dieron lugar al peligroso episodio del Bloqueo de Berlín, el cierre de todos sus accesos terrestres , que se hallaba en medio de la zona soviética, pero que también se había dividido en 4 zonas, tres de las cuales eran conocidas como Berlín Occidental, y la zona soviética, el Berlín Oriental. De manera unilateral, la URSS cerró los accesos con la intención de volver inviable al Berlín oeste, y prácticamente, rendirlo por hambre. Esto dio lugar al célebre “puente aéreo”, que logró por más de un año aprovisionar a la ciudad con alimentos, combustible y medicinas, algo que para la URSS habría sido imposible.

Rebelión y represión
Para 1953, las exacciones y los abusos de las fuerzas de ocupación soviéticas contra la población civil, dieron lugar a una rebelión, la que fue aplastada con los tanques soviéticos, en lo que se volvería procedimiento habitual del régimen soviético ante las veleidades pro democráticas que surgieran en sus colonias.

En 1956, en Hungría, la rebelión contra el régimen comunista fue aplastada por fuerzas blindadas soviéticas, causaron unos 5000 muertos, y la migración de más de 200 mil personas. Casualmente, la rebelión húngara terminó un 10 de noviembre de hace 67 años. En 1968, se produce en Checoslovaquia la llamada “Primavera de Praga”, cuando el Secretario General del Partido Comunista, el reformista Alexander Dubcek, promueve unos cambios en el dictatorial modelo de gobierno, impuesto en el país por la URSS, que buscan, según sus palabras, crear un “socialismo de rostro humano”.

Los conceptos humanísticos no son bien recibidos por Leonid Brezhnev, el sucesor del excéntrico Nikita Khrushchev, al que nunca le perdonarían haber denunciado los terribles crímenes de Stalin, tanto contra el pueblo ruso, como contra Ucrania y todos quienes fueron vistos como opositores por el dictador.

Los tanques y los ejércitos de los países del Pacto de Varsovia, encabezados por tanques rusos, atacan Checoslovaquia en agosto de ese año, suprimiendo veleidades burguesas, proclamándose la que se llamará “Doctrina Brezhnev” o de la “Soberanía limitada”, resumida en acatar sin chistar las órdenes y los decretos de Moscú, o atenerse a las consecuencias, la masiva visita de los comisarios soviéticos, respaldados por los tanques y tropas necesarios para restablecer el orden moscovita. Miles de ciudadanos de esos países, contrarrevolucionarios según la calificación de la metrópoli, terminarían en los Gulags, sea los propios, o los soviéticos, de bien ganada fama, por brutales y letales.

La “Guerra Fría”
Tras el episodio del bloqueo de Berlín, quedó planteado el nuevo escenario y paradigma de la geopolítica de la segunda mitad del siglo XX, que será conocida como la “guerra fría”, un escenario ideológico en que se enfrentan las democracias liberales occidentales de libre mercado, con el modelo autoritario de dictadura absoluta de lo que pasa llamarse a sí mismo, como “socialismo real”, el régimen comunista, sin propiedad privada, con una economía planificada centralmente. Éste, lo único que trajo, a la Europa Oriental, a la propia URSS, y a todos los países donde fue aplicado, sin una sola excepción, fue atraso y pobreza, material y anímica, que conduciría finalmente al colapso del Imperio Soviético y a la desintegración de la URSS, el proyecto colonial más extenso y duradero del mundo.

Su caída, además de una quiebra económica y tecnológica, es la bancarrota moral de un régimen que llevó la represión y el Poder omnímodo a niveles inimaginables, con decenas de millones de muertos por las hambrunas provocadas o por las purgas desatadas contra quienes disgustaban por algo al Poder, o de los otros millones de seres humanos, muertos en vida en los Gulags, los campos de trabajo y de muerte descritos por Alexander Solzhenitsyn en toda su obra, en particular en Archipiélago Gulag. Se estima que entre 40 y 50 millones de personas fueron condenadas al infierno de los campos de trabajo en la URSS, sin duda el más extenso modelo esclavista que ha visto el mundo.

Se construye el Muro
En agosto de 1961, ante la permanente fuga de personas, de lo que se había convertido en un enorme presidio, para que se disipe cualquier duda de la acendrada tradición de servidumbre rusa, se inició la construcción de una muralla infranqueable, que partía en dos a Berlín, a sus avenidas, sus parques, sus servicios, pero sobre todo, partía a familias, a padres de sus hijos, a los barrios y centros de vida comunal y ciudadana.

El Muro, con sus torres de vigilancia, con sus ametralladoras y los campos minados adyacentes, todos como es obvio, del lado oriental, constituye, con 30 años de anticipación, la declaración patente del absoluto fracaso de un sistema, que debe amenazar con la muerte a quienes pretendan abandonarlo. Casi como haber ingresado a un cártel, del que sólo se sale muerto.

Generación perdida
Su caída, que tantas esperanzas despertó en su momento, encontró a dos Alemanias que, durante los 45 años de su separación, dada la velocidad del cambio tecnológico, pero sobre todo por el abismo entre los estímulos que la libertad ofrece para la innovación y lo que su falta produce, se habían distanciado mucho más. Los casi 35 años transcurridos todavía no logran cerrar la profunda brecha que se había generado, tanto económica como cultural. Mientras Alemania Occidental era la vanguardia científica de Europa, convertida en una de las más exitosas economías del mundo, la Oriental languidecía empantanada en los delirios de la planificación central y del desestimulo a cualquier iniciativa.

Lo único que funcionaba, con la tradicional eficiencia alemana, era la policía secreta, la Stasi, una versión corregida de la KGB soviética, que se había convertido en los ojos y oídos de la represión, obligando a decenas de miles de ciudadanos, a convertirse en informantes y delatores.

La locomotora de Europa
Pese a ese lastre, los años siguientes a la caída del Muro, han significado un progreso enorme para Alemania, la indiscutible mayor economía europea, que, hasta antes de la agresión rusa a Ucrania, era la locomotora de Europa. En algo se ha frenado esta realidad, pero presumiblemente se reactivará, una vez que se supere el aprovisionamiento de la energía rusa, una peligrosa dependencia en la que, tanto Alemania, como buena parte de Europa, cometieron un error geopolítico imperdonable.

Un recuerdo embriagador 1923, 9 de noviembre.
Mientras conmemoramos esa fecha de júbilo por la libertad, conviene recordar también la misma fecha, 100 años antes, noviembre 9 de 1923, como el punto de partida para la acción política de un nefasto personaje, para la aún naciente República de Weimar, producto de la derrota del II Reich en la I Guerra Mundial, y de su eliminación como entidad política en la post guerra. Hablamos, claro de Adolf Hitler, quien de erige como líder de un insignificante movimiento político, a inicios de la segunda década del pasado siglo, el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, que, por sus siglas en alemán, será conocido por su abreviatura, como el partido nazi.

Resentimiento y humillación
La derrota alemana, el Tratado de Versalles, el desarme alemán, las reparaciones que se imponen a Alemania, al responsabilizarla por la guerra, la enorme inflación, que pulveriza pensiones y riqueza, el desempleo galopante, son el escenario sobre el cual se construye un relato de amargura, que busca justificar la derrota buscando culpables y traidores. Así, desde círculos militaristas, se alimenta el mito de la “puñalada por la espalda”, por el cual se afirma que un Reich invicto sufre una traición desde dentro, pidiendo un armisticio vergonzoso, preludio de una paz humillante.

En torno a este relato imaginario, se agrupan los nacionalistas e imperialistas, así como los partidos religiosos, que ven en el nacionalismo el freno para el crecimiento de los socialistas y comunistas. Será en este entorno donde Hitler, un austríaco enrolado como voluntario en el ejército alemán, por su capacidad oratoria, se convierta en un actor político cada vez más conocido.

El Putsch de la cervecería

El 9 de noviembre de 1923, en Múnich, se da un intento de golpe de estado, que se conoce como el “Putsch de la cervecería”, conducido por Hitler y unidades paramilitares del partido nazi, que pretendían un levantamiento amplio para marchar sobre Berlín, al estilo de lo que había hecho un año antes. Mussolini en su Marcha sobre Roma, y derribar la República de Weimar. La revuelta terminó en un fiasco, pero para Hitler, pese a terminar condenado a prisión, fue la oportunidad de ser conocido por millones de alemanes fuera de Baviera, y convertirse en figura nacional.
Cumplió su condena en la prisión de Landshut, donde se dedicó a juntar sus dispersas y extravagantes ideas en un libro, que se convertiría en el libro sagrado del nacionalsocialismo, “Mi Lucha”, la recopilación de fobias y teorías conspirativas que conformarán el ideario del nazismo, con la noción esencial de la superioridad racial aria, y de la consiguiente inferioridad de otras razas, con particular énfasis en los judíos, a los que selecciona para achacarles todos los males de Alemania y el mundo.

Ese 9 de noviembre de 1923, es escogido por Hitler para su fallido golpe de estado, por coincidir con la fecha en que se produce la abdicación de Guillermo II y se proclama la República Alemana. Para Hitler, estos simbolismos tendrían siempre la mayor importancia, pues además de estudios muy rudimentarios, estaba muy influido por la astrología y otras supersticiones, que son de gran influencia en decisiones que adopta ya en el Poder.

Negro período
El 9 de noviembre de 1923, marca pues el inicio del período más obscuro de la historia de Alemania, con la proyección nacional del profeta mayor del odio racial. Su ascenso se saldará, al terminar la II Guerra Mundial, con cerca de 50 millones de muertos, desde los millones de soldados caídos en la guerra, a los 6 millones de judíos asesinados en los campos de exterminio, al medio millón de gitanos, también exterminados, y a los miles y miles de civiles muertos por bombardeos indiscriminados sobre las ciudades europeas víctimas de una nueva clase de guerra, en la que los civiles se convierten también en un objetivo militar, al atacar a la mano de obra indispensable para mantener en marcha las industrias del país.

Rescatar la esperanza

Como un mismo día puede traer memorias tan distintas y distantes. Como esos días especiales nos obligan a reflexionar sobre el curso que, por acción o inacción, damos a nuestras vidas. Ver hace 100 años, el inicio de la siembra de odio que llevaría a Alemania y a Europa a quemar su alma en los hornos de los campos, y ver hace 34, la liberación del enorme Gulag en que se había transformado a Europa y Alemania Oriental. Un mismo día, distintas perspectivas. Saludo con emoción y alegría ese 9 de noviembre de 1989, cuando se reencuentran en un solo país quienes, por la guerra y la política, habían sido separados, y a la vez prevengo contra el odio y contra el fanatismo, el verdadero enemigo del hombre, entonces y ahora. Prefiero quedarme con la certeza de saber que somos mejores, en la razón y en la sensatez, que los lamentables predicadores del fanatismo y del odio, a los que ciertamente podemos vencer.

ALAN CATHEY DÁVALOS
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