Sin obras no habrá esperanza

Los adversarios del presidente Guillermo Lasso están entregados a la tarea de convencer al país de que su régimen adolece de una bajísima popularidad y que está condenado a derrumbarse. Este relato, como suele suceder en la política, carece hasta el momento de un respaldo estadístico consistente y obedece a intereses particulares. Ni siquiera las mediciones más hostiles al Gobierno sugieren un escenario tan dramático como el que ahora, con la crisis legislativa en curso y las elecciones cada vez más cerca, se intenta posicionar.

Sin embargo, es la propia administración del presidente Lasso la que ha generado el espacio para que florezca dicha retórica. El mandatario ha adoptado una fría e impersonal estrategia de guardar las formas y, fiel a su personalidad, ha privilegiado cuestiones organizativas y de cumplimiento de objetivos a largo plazo.

Aunque resulte difícil asimilarlo para alguien cuya carrera transcurrió en un sector como la banca en el que los resultados poco dependen de las percepciones, en la política es necesario ‘mojarse el poncho’ y enamorar al electorado. La gente, además de pan y seguridad, necesita esperanza; y esta no surge espontáneamente, sino que requiere liderazgo, el discurso adecuado y, sobre todo, hechos.

Un gobierno está en problemas si la gente, al ser consultada, no es capaz de enumerar sin dificultad una serie de obras y medidas que este haya concretado. Por medio de obra pública visible y medidas tangibles, el régimen del presidente Lasso tiene aún la posibilidad de devolverle la esperanza a la gente. Ya es hora.