Rencillas personales y cofradías quisquillosas

La sesión solemne por la Fundación de Guayaquil estuvo marcada por los incómodos discursos —cargados de dardos inusualmente explícitos y numerosos para un evento de ese tipo— de los dos guayaquileños protagonistas: el presidente Guillermo Lasso y la alcaldesa Cynthia Viteri.

En su discurso, Viteri se presentó resuelta, enteramente comprometida con el bienestar de Guayaquil y la protección de sus habitantes —amenazados, según su discurso, por problemas externos—. El primer mandatario, en contraste, destacó en su discurso su ‘condición’ de guayaquileño, intentó —en estos tiempos de ansias federalistas—restarle importancia a las presuntas diferencias entre el puerto principal y el resto del país, y defendió su gestión presidencial, algo inoportuno en un evento de esa índole.

El cénit de la desazón se produjo cuando Viteri, con una frontalidad reñida con el protocolo, acusó afrentas a su honor por parte de la prensa y, asumiendo públicamente que el Presidente tiene la capacidad de hacerlo, exigió de este, a manera de desagravio, lo que podría considerarse un acto de abierta censura.

Ecuador continuará atomizándose si es que las rencillas personales y las cofradías quisquillosas siguen primando sobre el interés nacional y de los ecuatorianos. La alcaldesa Viteri, además de ser una funcionaria trascendente y una política de proyección nacional, es una mujer con un pedigrí político propio que tuvo como maestros y rivales a líderes de garbo, y que se curtió con años de ataques provenientes de quien en su momento fue el más temerario de los advenedizos, el expresidente Rafael Correa. Mal hace el círculo de gobierno en juzgarla por cuestiones ajenas a su gestión, movidos por prejuicios y afinidades que no deberían tener cabida en nuestra República.