Patricio Carrillo y un Gobierno errático

La salida del Ministerio del Interior del general Patricio Carrillo —además de los términos en los que se produjo y la manera como la dispuso el presidente Guillermo Lasso— acrecienta la sensación de incertidumbre en el país. El ahora exministro es una víctima colateral, otra más, de la crisis de imagen de la Policía Nacional derivada del macabro asesinato de María Belén Bernal y de la gestión cada vez más errática que hace el primer mandatario de su imagen y de la de su Gobierno. No debe subestimarse el mensaje político de su ‘caída en desgracia’ y, especialmente, a los enemigos del Estado.

Como oficial, comandante general y ministro, Carrillo fue durante los últimos años uno de los personajes más activos y visibles en la lucha contra el narcotráfico y la minería ilegal. Fue uno de los poquísimos funcionarios que actuó de manera firme y coherente —aunque sin dejar de invitar a la conciliación y a la sensatez— ante los hechos violentos de junio de este año. Aunque infructuosa, su gestión de la crisis suscitada por el asesinato de Bernal demostró coraje, transparencia e invitación a la cordura.

En un país sediento de líderes, el perfil de Carrillo apela a un sector importante, aunque minoritario: es un hombre serrano, mestizo, de provincia, creyente en el Estado y en la unidad nacional, conocedor del país y sus pueblos, cuidadosamente formado por una institución estatal y testigo de primera mano del efecto que tuvieron las reformas del correísmo. Probablemente no se librará del juicio político ni de la censura —con los consiguientes dos años de sanción—, pero si logra gestionar su capital político y su defensa, bien podría volver más adelante a un cargo político.

Su salida es, sin duda, un punto en contra para la seguridad nacional.