Madurez ante la histeria

Gran parte de la clase política ecuatoriana —junto con algunos acólitos en el activismo y la sociedad civil— intenta implantar un discurso apocalíptico. Buscan convencer a la ciudadanía de que el país atraviesa un escenario catastrófico y que cualquier medida extrema es justificada. Semejante llamado a la histeria debe ser enfrentado con escepticismo y madurez.

El momento actual requiere ponderar con ecuanimidad los hechos y, sobre todo, tener claras algunas consideraciones. La principal preocupación de los ecuatorianos en este momento es, de largo, la seguridad —en su acepción más básica, la que se refiere a la protección de la integridad física, la vida y la propiedad—. Se trata de un tema ante el que casi no existen divergencias ideológicas y que constituye, a largo plazo, una amenaza para todos y para todo. Usarlo como munición en la pugna política y como excusa para trastocar el sistema, en lugar de cooperar en su solución, es una actitud irresponsable. Al mismo tiempo, los indicadores muestran que el país va mejor de lo que la propaganda efectista y la retórica sentimental de cierta oposición deshonesta sugiere.

Sembrar el pánico, la prisa irracional y la desesperanza entre los ecuatorianos en momentos como estos es, además de injusto, contraproducente. Ello significa crear un clima de pesimismo y desconfianza del que luego será muy difícil salir y que terminará perjudicando también, en sus proyectos futuros, a esos sectores de la oposición que hoy azuzan el sentimiento de desesperación. Ecuador ya se ha autoflagelado suficiente durante décadas; es mejor pensar en diagnósticos y soluciones sin tantos lamentos ni superlativos.