Lo que revela el censo

El último censo ofrece un retrato del país que de ahora en adelante debe ser tomado en cuenta por cualquier esfuerzo de planeación o política pública.

Ecuador es ahora un país mucho más urbano que rural, en el que las tres provincias más pobladas condensan la mitad de la población. Eso significa que, en muchos sentidos, el país perdió el tren de la descentralización y del rescate de la ruralidad, y debe pensar en su desarrollo y su futuro en base a los crecientes centros urbanos.

La composición familiar también ha cambiado. La natalidad ha descendido y el divorcio ya no es la excepción, sino la norma; ambos factores dan lugar a una sociedad de muchas personas que viven solas y de muchas familias compuestas por tres miembros. Ese patrón tiene claras implicaciones en términos de seguridad y educación, más aun cuando se mezclan con urbanización e informalidad.

Otra tendencia importante tiene que ver con la edad de la población. Ecuador ya no es un país joven; tiene una población cuyo promedio de edad se aproxima a los 30 años. Eso significa una gran masa económicamente activa –una garantía de dinamismo económico y social— y un posible descenso del radicalismo político y del crimen a la larga, pues la inseguridad suele ser propia de naciones jóvenes.

Por último, destaca la marcada homogeneización cultural de un país cuya gente en su inmensa mayoría se percibe ahora como mestiza. No es poca cosa, en tanto significa también que el pueblo ecuatoriano ha renunciado al anhelo de otra época de identificarse con el ‘occidente’ e, incluso, a aquellos radicales que inflan el porcentaje autodefinido como indígena.

Cabe preguntarse qué hará el liderazgo nacional ante este nuevo país.