Las lecciones que dejó Moncayo

En una admirable muestra de respeto por los recursos públicos y la dignidad de los puestos gubernamentales, el general Paco Moncayo renunció a su cargo de consejero. Aunque insiste en que sus conocimientos y experiencia seguirán al servicio del Estado, juzgó que no tenía sentido seguir ocupando una plaza luego de que sus recomendaciones ya fueran tenidas en cuenta para el giro estratégico en materia de seguridad. Su paso por el Gobierno, breve pero relevante, dejó valiosas lecciones.

En un momento en el que, por el auge de la inseguridad, la desesperación se apodera de la ciudadanía y los populistas florecen, Moncayo hizo un llamado a la sensatez. Tuvo la valentía de recordarle al país que cualquier solución a este problema tiene que ser a largo plazo. Resistió a la tentación de las soluciones fáciles y las promesas demagógicas, y redireccionó la atención del Estado a los asuntos fundamentales en esta lucha: retomar el control de las cárceles, establecer un reglamento claro y pragmático para el uso legítimo de la fuerza, aumentar la cantidad de efectivos, coordinar esfuerzos interinstitucionales y, sobre todo, rescatar la importancia de golpear al crimen organizado también en el campo de las finanzas y del abastecimiento de armas.

El general arrojó luces también sobre las trabas burocráticas que obstaculizan la instalación de los escáneres en los puertos y otras medidas urgentes. Vale recordar que, ante la ralentización administrativa que suele conllevar un cambio de régimen, solo la presión ciudadana puede servir para agilizar al sector público. La transparencia resulta, ahora más que nunca, fundamental.