Homenaje a los soñadores

Victor

Víctor CORCOBA HERRERO

Reconstruir la confianza y modificar el estilo de movimientos, debe ser nuestro afán y desvelo. De entrada, me emocionan esas gentes que son forjadores de humanidad, que cultivan tanto el buen decir como el obrar, en su itinerario viviente. Andamos necesitados de ternura, pues activemos la corrección. Un homenaje a los soñadores, a los artífices del cambio en todo el mundo, que hacen gala de la innovación, de la creatividad y el emprendimiento.

En este sentido, tanto los jóvenes como los mayores no sólo son ciudadanos con igualdad de derechos, sino también poderosos agentes de trasformación, cuyas voces deben ser plenamente escuchadas. Sin duda, toda aportación al servicio de la vida y del bien común, nos imprime un bienestar singular inenarrable.

Realmente, son estas acciones realizadas de corazón a corazón, las que nos animan a levantar la mirada y a navegar por nuestros interiores, que es por donde debe empezar el reencuentro, para poder llevar amor allá donde no lo hay, poniendo además comprensión en donde sólo se hallan absurdas contiendas. No queremos seguir viviendo así.

Necesitamos un planeta seguro y unos moradores más poéticos que poderosos. Es necesario que retorne la concordia y que, al mismo tiempo, ésta se instituya sobre bases muy sólidas. Comience por volver la paz a nuestro hogar, lo que conlleva considerarse y quererse, para ser los inventores de la reconciliación de uno consigo mismo. Tenemos que conseguirlo: Querer hacerlo es poder llevarlo a buen término.

Conciliados es como se puede aliviar la pobreza, reducir las emisiones y mejorar la salud, promover la igualdad y apoyar el desarrollo sostenible en todo el orbe. Precisamente, a lo largo de la historia, el ingenio y la lucidez del ser humano, las ideas y el descubrimiento de nuevos horizontes, nos han permitido superar los retos y avanzar.

Poemas

Agraciados los que confíen en El Señor

°  (El Resucitado nos precede y nos acompaña por las rutas vivientes, donándonos la paz como fruto de la crónica nueva inaugurada. La piedad celeste abre el corazón a un espíritu reconciliador y con la clemencia ofrecida y recibida es como se reconstruye la concordia entre familias y en todos los demás ambientes mundanos).

I.- Nos mira con satisfacción

Jesús nos contempla cada tarde, lo hace con el gozo del consuelo, con una caricia que nos acaricia, con el deleite de reencontrarnos, y con la dicha de vernos activos. Hemos de irnos de los encierros, abrámonos al relato con efusión.

Probemos del amor, amándonos. Hagámoslo de corazón a corazón, para deshacernos de los fracasos. La alegría divina nos reconduce, emana del níveo don de la gracia, surge del aliento fiel de cercanía, emerge del Creador que nos vive, y florece con la savia que vuelca.

II.- Nos suscita la misericordia

Pedir condescendencia es la luz, para proseguir el camino diario, con el deseo de seguir adelante, para continuar con la enmienda, con el sueño de sentirse en paz.

Compasión en la pasión persigo, quiero porque quiero requer irme, entrar en comunión conciliadora, desterrar la maldad de la arteria, volver a la bondad de la verdad. Si la cándida indulgencia celeste, nos alumbra en nuestros aprietos, poniéndonos en contacto entre sí, para sobrellevar las llagas juntos, dejemos que esta misión nos una.

III.- Nos injerta de calma

El Salvador nos llama a llamear, a clarear las noches con su cruz, a encender una esperanza nueva, a vislumbrar el cielo y nos dice: ¡Qué la tierra no os entierre más! Soltemos todas nuestras miserias, desclavemos los clavos del vicio, desenterremos de base lo inmoral, porque sin una visión de conjunto: nada será vida y todo será muerte.

La tranquilidad germina de lo alto, se templa en los brazos de Cristo, halla la placidez al sentirse amado, porque allí Dios se convierte en mi Dios y se vierte en verso el verbo.

Dios y el prójimo como unidad de amor

(El misterio y la persona misma de Jesús, con su naturaleza humana y divina, encarnan ese componente de pasión; representada en los dos brazos del Crucificado, siempre abiertos a la realidad existencial y a la mística del verso, desde cualquier ángulo de la visión. Alimentados por el pan glorioso, aprendemos a reprendernos, saliendo al encuentro y entrando en ofrenda hacia todo y con todos).

I.- No me basta amar a Dios y olvidarme de aquello que me glorifica

Nuestra aptitud es la de ir a calmar, y a colmar el corazón de las gentes; rehacer lo que realizó el hijo de Dios, que vino a injertar el destello del sol, de modo tan efectivo como afectivo.

Hemos de amar lo que nos custodia, con la yema de su voluntad gloriosa, es nuestra perenne obligación diaria, el deber de gratitud hacia el Creador, por su gratuidad de ofrecernos vida.

Retorne a cada cual el compromiso, de cohabitar con la mirada besando, abrazando la adhesión de la entrega, rodeándose de caricias en lo hallado, para poder aliviar la cruz de cada día.

II.- No me basta querer a Dios y dejar de lado aquello que me acompaña

Uno tiene que amarse para los demás, iniciando por hacerlo hacia sí mismo, lo que nos lleva a recogernos sin más; a meditar sobre el deseo omnipotente, que está inscrito en el espíritu del ser.

Un órgano vacío de amor se enferma, nada siente y el desamor lo consiente, declina de latir y se inclina de vicios, camina ciego y tampoco oye a Jesús, infunde el mal y el bien lo confunde.

En la persona está el designio divino, ciertamente no somos de este mundo, y sólo en el cielo hallaremos la dicha; que por las bajuras ahora rebuscamos, cuando la paz eterna es de las alturas.

III.- No me basta sentir a Dios y negar la lealtad como réplica a su fidelidad

Percibir al Redentor es un signo de luz, que nos hace vigilar nuestras marchas, ponernos en movimiento y reponernos, pues la lealtad cósmica es un consuelo, que requiere cultivo y aspira a florecer.

Nadie vive en sí mismo y por sí mismo, tampoco para sí mismo existe, cohabita para formar y conformar la recreación, de una creación de voluntad perdurable, que busca su propia dimensión mística. Fieles a ese vínculo que nos transciende, a pesar de nuestras dudas y opacidades, ahí está Cristo con su voz siempre viva: dándonos aliento, donándonos la verdad, alejándonos el mal y acercándonos la fe.