La mano que nos extiende el mundo

El éxito que está cosechando la pitahaya ecuatoriana en el mercado chino debería llenar al país de optimismo. La llegada al mercado del gigante asiático es un capítulo más en la exitosa historia de este producto, cuyas exportaciones sumaron el año pasado alrededor de 100 millones de dólares y en 2023 serán, según todos los pronósticos, considerablemente mayores.

Esta es una tierra afortunada. A lo largo de nuestra historia económica hemos cosechado inmensos éxitos con productos ajenos a nuestro entorno—el banano, el camarón, la floricultura— y siempre que se produjo la crisis catastrófica de algún producto –como pasó con la cascarilla, la escoba de bruja, la mancha blanca o la pudrición del cogollo, en diferentes épocas— surgió otro para tomar la posta.

El mundo nos está extendiendo una mano para prosperar. Otras regiones crecen a un ritmo muchísimo mayor al de América Latina y surge una nueva clase media —cientos de millones de nuevos consumidores— hambrientos, literalmente, de nuestros productos agrícolas. Los cambios tecnológicos en el mundo generan desde ya una demanda inmensa de los minerales de nuestro subsuelo, como el cobre —que probablemente desplazará al petróleo en importancia para nuestra economía—, y de fibras que crecen en nuestros bosques; los cambios geopolíticos y financieros, a su vez, constituyen una oportunidad para nuestros metales preciosos.

Todo esto, pese a que nuestro Estado, tradicionalmente, ha trabajado poco en ello. Imaginemos cuánto más se podría lograr si —con reformas comerciales, educativas y laborales, y con inversión en infraestructura— pusiéramos de parte como país.