En el pasado, el fútbol ecuatoriano ponía sus esperanzas de éxito en el azar y en el talento en bruto; confiaba en que aunque no se hiciera mucho, cada cierto tiempo surgirían —por las leyes de la probabilidad—, jugadores inusualmente brillantes y circunstancias afortunadas que derivarían en conquistas. Esa actitud condujo a una gestión cortoplacista y llena de altibajos del balompié y de las personas que participaban en él; al auge de cada nueva estrella le seguían una o varias tragedias humanas. Sin embargo, hoy el éxito de Independiente del Valle demuestra que sí es posible romper ese ciclo y nos recuerda lo mucho que se puede lograr cuando se conjuga método, trabajo e inversión paciente.
Independiente del Valle está cosechando los frutos de casi tres décadas de labor sostenida. Desde un inicio, confiaron en el abundante recurso humano que ofrecía el país y lo pulieron pacientemente, apelando a métodos mundialmente probados de entrenamiento, gestión deportiva y administración de empresas. Le apostaron a un modelo a largo plazo, que generara resultados de forma sostenida y ofreciera una base a partir de la cual prosperar a todos quienes tomaban parte en él.
En lugar de manejar el equipo como una lotería —a la espera de un golpe de suerte que permitiera lucrar al extremo y luego liquidar todo—, crearon una cultura que se preocupa en formar deportistas desde sus inicios, pero también en educarlos y en transformar a sus familias. Su rendimiento regular, por más de una década, y la pulcritud de su administración, evidencian su éxito, del que ahora hasta el Maracaná es testigo.