Como árbol muerto

Se cierne sobre Ecuador un escenario deprimente: el de un presidente intrascendente e inoperante que se mantiene en pie, como un árbol muerto, solo porque nadie termina de derribarlo. Mientras, el correísmo se dedica a tiempo completo a sembrar miedo, turbación y tumulto, para conseguir, como sea, en los próximos comicios esos veinte puntos que le hacen falta para reconquistar el poder total. Encima, funcionarios, gremios y políticos buscan ya, patéticamente, con la prisa de esbirros asustados, congraciarse con los nuevos mandamases: ninguno sabe a dónde, pero nadie quiere quedarse de último.

Más allá de lo que diga el expresidente Rafal Correa movido por su conocida impaciencia, resulta improbable a estas alturas que el gobierno del presidente Guillermo Lasso enfrente un fin prematuro. Las dificultades logísticas, el costo político para el país e incluso el convulsionado escenario internacional en el que las grandes potencias quieren a toda costa mantener el orden en sus órbitas, dificultan ese escenario. Les resulta más conveniente al correísmo o a los radicales de Pachakutik preparar el terreno para la próxima campaña, que ya está a la vuelta de la esquina, mientras un régimen anquilosado termina de hundirse en la incompetencia y de enterrar el prestigio de su ideología y la fe pública en esta por, al menos, una generación.

Esto se puede revertir si el Gobierno abandona ya su política económica de “tal vez estás mal, pero piensa que podrías estar peor” y busca —con obra pública, educación, salud, deporte, cultura— impactar verdaderamente en la vida de la gente. Pero eso ya lo saben.