Sociedad complaciente

Anita Caicedo

La sociedad “reguladora” interpreta al dolor como debilidad, como algo que debe ocultarse o eliminarse, es por eso, que hoy el dolor está impedido de expresarse, está mudo, debido a que vivimos en una cultura de la complacencia que perturba, y nos sugiere que debemos ocultar nuestros dolores debajo de la alfombra del optimismo, de esa complacencia que impulsa la mercantilización del dolor.

La complacencia social, se convierte en economía y la economía se convierte en cultura, por lo que el diseño de la misma se penetra en diversos ámbitos, mezclándose con el consumo rompiendo la relación entre el poder y el dolor, produciendo así un cuerpo productivo y disciplinado, que en la sociedad de rendimiento neoliberal deja de ser víctima o medio de producción, para pasar a ser una sociedad concupiscente incapaz de soportar el dolor.

En ese sentido, hoy en día las personas consideran que son libres puesto que la libertad no se reprime, se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión más devastadora que el imperativo del deber, el régimen neoliberal del poder asume una forma positiva, en donde el poder pasa a ser elegante, y el poder elegante no duele porque se las arregla sin represión, volviendo así más seductora y positiva la sumisión disfrazada de autorrealización que simula ser libertad, pero solo es una fase que hace más invisible al represor y su poder disciplinario.

Ejemplo de aquello, son las redes sociales que promueven la felicidad, el éxito y el empoderamiento que no es más que otro dispositivo surreal en una sociedad complaciente que no es más que una sociedad sin verdad, un abismo donde reina la indiferencia, y la igual validez de todo, en donde el dolor no tiene cabida, por eso se suelen evitar los vínculos intensos por el miedo que causan las separaciones, por lo que la idea de enamorarse sin sufrir hace desaparecer al otro como dolor y convierte el amor en consumo.

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