Remoción

Freddy Rodríguez

La noche del miércoles el Concejo del Distrito Metropolitano de Quito, con el voto de 14 concejales, resolvió la remoción del alcalde Jorge Yunda, por las graves irregularidades detectadas en su gestión. Desde hace varios meses, sobre el Alcalde de la capital pesan una serie de denuncias sobre supuestos actos de corrupción, que van desde una irregular compra de pruebas para detectar el COVID (que resultaron ineficientes), hasta la sospecha de la existencia de una red de corrupción y tráfico de influencias, que estaría liderada nada menos que por el hijo del Alcalde, quien se dio a la fuga, en medio de la desautorización realizada por el padre a las actividades non santas de su vástago. La decisión tomada por el Concejo se enfoca en incumplimientos del Alcalde a sus funciones administrativas, pero sería necio desconocer que los hechos que desataron el pedido de remoción se relacionan con las denuncias sobre corrupción, las cuales, como mandan la Constitución y la ley, deberán probarse ante los jueces competentes, y mientras ello no ocurra sigue vigente la presunción de inocencia. Sobre la decisión adoptada únicamente cabe la revisión por parte del Tribunal Contencioso Electoral, enfocada exclusivamente en la verificación del cumplimiento de las formalidades inherentes al procedimiento, es decir, en estricto derecho, no se trata propiamente de una apelación. Lo sucedido en Quito debería llevarnos a meditar a todos los ecuatorianos en nuestra obligación de escoger bien a nuestros dignatarios, ya que el señor Yunda accedió a la Alcaldía por la decisión soberana del pueblo de Quito, aun cuando sobre aquel existían ya serios cuestionamientos sobre obscuros manejos de las frecuencias radiales, tanto como empresario como cuando ejerció un alto cargo en el gobierno de Correa, precisamente relacionado con el ámbito de las telecomunicaciones. La lección también debería acogerla la clase política por cuanto, por intereses y vanidades personales, se presentan muchos candidatos que dispersan al electorado, y permiten que políticos de corte populista, como el señor Yunda, accedan a altos cargos sin tener la calidad moral para ejercerlos.