Álvaro Peña Flores
Noviembre empieza con fuerza, hechos precedentes como el paro nacional, las inconformidades con el gobierno, una asamblea nada creíble, asesinatos a mansalva y, un largo feriado que nos hace alienar y vaciar los escuálidos ahorros que nos quedan, son el escenario de la nueva coyuntura que ahora empieza, cuyos protagonistas principales, son las masas, el pueblo. Muchos estudiosos de los hombres y sus conductas se han ocupado no sin mérito en analizar qué impulsa a las masas a comportarse como lo hacemos muy a menudo. Un día estamos reclamando un derecho con manifestaciones y al otro olvidamos lo ocurrido para correr al calor de las masas: al relax, al disfrute y al son que nos toquen.
Gustave Le Bon, sociólogo francés hace alusión a este tema en su famoso libro “Psicología de las masas”, destacando tres características principales que definen a las masas en su unidad mental. En primer lugar, existe un sentimiento de potencia invencible que permite ceder a los instintos e influencia del conjunto, desembocando en la irresponsabilidad por los actos que impulsan a obrar de determinada manera. Seguido a ello, existe un contagio mental, que hace que las masas actúen de forma hipnótica, sin sentido y aunándose al sistema, sacrificando fácilmente los intereses personales a los colectivos, porque los actos son contagiosos y sentimentalistas. Y, por último, se manifiesta el efecto sugestivo, es decir, que influye persuasivamente en quienes nos observan e imitan por la transmisión de patrones de conducta.
La maleabilidad innata que nos caracteriza, y la influencia de un líder conocedor de estas debilidades, siempre serán los flancos por los que nos ataquen y en los que siempre ganarán. No es de extrañar entonces, en nosotros, al menos las masas de los países subdesarrollados, por qué razón elegimos siempre a los mismos gobernantes y vivimos impávidos ante lo que acontece en nuestro alrededor. Porque vivimos al calor de las masas.