Por: Emily Torres Larriva
Al parecer la influencia colombiana está cada vez más cerca de la tierrita, y es que no sólo la cabalgata y los vallenatos han sido adoptados como locales, sino que ahora estamos replicando un gran problema social del país vecino “el sicariato”.
Varios casos suenan en lo que va del año, y cada día se suman nuevas víctimas, las medidas necesarias para frenar esta lamentable situación son nulas.
Se habla mucho del sicariato, pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de aquel delito? proviene de la palabra sicarius que significa hombre – daga, y en términos legales es catalogado como un homicidio cualificado y agravado por el cobro de un valor monetario a cambio de dar el “servicio” de matar a una persona; suena muy crudo, pero es así, estamos en una sociedad en la que la vida de un ciudadano puede ser apagada por unos cuantos dólares, en cualquier lugar público y a cualquier hora, no estamos seguros en ningún lugar.
Esta figura también se ha caracterizado porque quienes cometen el delito son “profesionales” muy jóvenes que normalmente pertenecen a pandillas y organizaciones delictivas que vienen arrastrando una serie de infracciones en sus hombros.
El cometimiento de estos hechos debe ser analizado por autoridades, pues es un claro indicador del incremento de la delincuencia juvenil, quienes están detrás de estos actos son adolescentes de 13 a 16 años, que con seguridad crecieron en las calles bajo condiciones de extrema pobreza y vulnerabilidad.
Este fenómeno social debe ser abordado de inmediato, por autoridades locales, nacionales y sobre todo por la familia y centros educativos, pues reflejan las falencias morales, legales y éticas que nos abrazan diariamente.
Es inminente realizar estudios, exámenes, programas y políticas de prevención y acción social para frenar y detener el incremento de la violencia social, Santo Domingo no puede abrir sus puertas a hechos sangrientos y despiadados.