Lo que nos falta

Emily Torres Larriva

Hace unas semanas fui cautivada por una sonrisa pícara y carismática, mientras laboraba me sorprendió la presencia de unas piernas cansadas, ellas traían una acompañante, una vieja y oxidada muleta que aún servía de soporte, tuve la suerte de pocos, encontrarme con Carlitos Cevallos, un adulto mayor que vende obras de madera y cerámica, elaboradas diariamente por sus débiles y hábiles manos.

Con una alegría insuperable de inmediato se robó toda mi atención, me presentó su trabajo mientras me contaba su historia, de poco capital y mucha nobleza, de poco patrimonio y mucho entusiasmo, este joven aún, confía en las manos generosas y en las almas nobles que aprecian el esfuerzo, demostrando que la edad y los bolsillos vacíos nunca pueden detener a nadie.

Diariamente recorre varias calles de Santo Domingo presentando y cantando su historia, el único fin, reunir unos cuantos dólares.

Cuando lo conocí necesitaba comprar una bota para la circulación y unas medias medicadas para la complicación que padece en su pierna producto de un accidente que tuvo hace varios años, finalmente luego de unos tantos pedidos pudo lograr su cometido, con esa sonrisa pura y sincera fui testigo y cómplice de esa gran alegría.

Este gran encuentro, en medio de una época espinosa y violenta, bombardeados de muertes, sicariato y delincuencia, corrupción y carencia, me deja enamorada de la vida, la alegría única de este sencillo veterano me permitió ver lo que muchas veces en el diario vivir damos por perdido, damos por descontado “los buenos somos más, solo que los malos hacen más ruido” una lección predicada con el ejemplo.

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