El cofre 

Yveth Romero Padilla

Yveth Romero P.

Los hay de todos los tamaños, colores y texturas; unos son de madera, otros de metal. Incluso hay quienes portan un ingenioso invento que toca una melodía, convirtiéndolo en una cajita musical. 

Todos hemos tenido uno: un cofre, donde guardamos aquellas cosas que consideramos importantes para nosotros. Así, documentos, joyas, fotografías, los detalles recibidos por nuestros seres queridos, el ungüento de la abuela, la primera carta de amor o la de despedida, en fin… ‘cosas de valor’. Cada uno guarda recuerdos, más o menos gratos, más o menos importantes. 

Solemos recurrir a ellos cuando queremos aliviar alguna pena del corazón o traer a la memoria un momento, un lugar, una persona. Sin duda, este cofre es de gran valor para nosotros. Pero ¿qué tal si empezamos a guardar en el ‘cofre de nuestra memoria’ otro tipo de recuerdos, tal vez más profundos? Aquellos que atañen a nuestro ser interior, aquellos recuerdos que, más bien, son memorias de un alma que puja por ser cada vez mejor. Quizás podamos hacer un espacio donde guardar el recuerdo  de las pruebas superadas, un lugar donde colocar la herramienta que usamos para combatir el miedo, el momento en que vencimos la pereza o la vanidad. Guardar el instante mismo en que pudimos sentir la presencia de Dios y su inspiración en las más nobles obras del corazón. 

Un cofre dorado, donde guardar con el mejor de los cuidados los elevados sentimientos de amor y los altos ideales de justicia, bondad y belleza. ¿Que tal si empezamos a juntar y a guardar todas estas experiencias que nos hacen mejores seres humano en un cofre al cual acudir cuando nos sentimos abatidos por las circunstancias de la vida, para evocarlas y levantarnos cuando hemos caído? Un cofre de oro que nos recuerde lo que somos en realidad.

Nueva Acrópolis Santo Domingo