Una limpia para Quito

Quito necesita una limpia urgente, en la que salga todo, pero absolutamente todo: el egoísmo y la defensa que hacen de su metro cuadrado cada sector, gremio, empresa y colectivo, la irresponsabilidad de unas elites indiferentes, la fragmentación política promovida por los partidos, la descomposición social que ha elevado la corrupción al altar y los diagnósticos de los expertos que hablan para sí mismos. Esta situación no es de ahora ni tampoco se resuelve con la censura y destitución de Jorge Yunda.

La capital ya venía de dos administraciones desastrosas; una arropada en el cuento de la revolución que nunca fue y la otra descafeinada a más no poder: todo light. La polarización populista hizo de las suyas en la capital y los daños son incalculables. Ahora, la restitución de la gobernabilidad es urgente, pues esto va más allá de los intereses electorales de los partidos representados en el Concejo. Se necesita una causa común: la calidad de vida de los ciudadanos y ciudadanas. La primera pregunta que debemos responder es la siguiente: ¿cuál es el proyecto de ciudad que queremos para dentro de por lo menos treinta años?

Ya no se trata de echar la culpa a la vaca ni de buscar otros chivos expiatorios. La ciudad es la relación y la suma de responsabilidades individuales, en donde es tan importante el ciudadano que no hace del espacio público un urinario como la tarea del concejal que preside la Comisión de Presupuesto. La tarea es de todos y ahí nadie debe bajarse de la camioneta. No solo se trata de tapar los baches de las calles, sino de crear una ciudadanía fuerte, sostenida, participativa y que le duela lo que sucede en su entorno. Por tanto, si no nos topa la sensibilidad, no esperemos que venga un mesías de cualquier tipo.

Por si acaso, no es el momento de adelantar campañas electorales, sino de arrimar el hombro y, desde el trabajo colaborativo, buscar soluciones, porque los problemas ya los conocemos de memoria. La primera tarea, entonces, es reconocer que todos somos responsables y la segunda, subir la autoestima porque nos merecemos mejores gobernantes. Basta de llorar, que los deberes están ahí y no esperan más, mis chullas.