Terror en Esmeraldas

Lorena Ballesteros

El 31 de octubre los ecuatorianos despertamos con una escalofriante noticia: los cuerpos de dos personas decapitadas colgaban de un puente peatonal en Esmeraldas. Como si se tratara de una película de terror, en la cual la violencia solo va escalando, el 1 de noviembre amanecimos con otras novedades: explosiones, atentados y guías penitenciarios secuestrados. Hacia la tarde se confirmó la muerte de dos agentes policiales. La provincia costera está en guerra. Y lo que más cuesta aceptar es que todo el territorio nacional está a expensas de sus efectos colaterales. Según datos emitidos por la Policía Nacional, desde que inició el 2022 y hasta finales de octubre, se han registrado 418 asesinatos en la región. Una tasa delincuencial alta, la más alta del Ecuador y comparable apenas con la de otras 10 ciudades en el mundo.

Esmeraldas es una zona aquejada por la pobreza, el desempleo y el olvido. Un olvido que ahora le cuesta muy caro al Estado, pues cualquier intervención militar o policial, sin una estrategia integral, no conseguirá resarcir los daños estructurales. Al contrario, las brechas solo se irán profundizando.

En medio del caos, el Gobierno se justifica aseverando que los últimos sucesos son narcodelictivos y que no corresponden a una escalada de la delincuencia común. ¡Mal de muchos, consuelo de tontos! Es evidente que el crimen organizado ha tomado el control neurálgico de Esmeraldas, de Guayas, de Santo Domingo… todos los meses se eleva el tono de la crisis penitenciaria y es un secreto a voces que el narcotráfico está detrás de esos levantamientos.

Sin embargo, la imposibilidad del Gobierno para controlar la situación carcelaria también hace eco en otros focos de delincuencia. Las calles, las plazas, los parques, los establecimientos comerciales y las propias viviendas se han convertido en lugares inseguros. La criminalidad crece conforme las instituciones se desvanecen.

Cuando el Estado no da respuesta al hambre y la necesidad, la población se hace más vulnerable y atractiva para el bando “de los malos”. Cuando hay pobreza estructural, los remiendos están por demás.

Sin instituciones sólidas, sin estrategia, sin un plan que pueda implementarse desde el corto plazo y mantenerse a lo largo del tiempo, la escala de violencia será cada vez peor. El terror seguirá apoderándose, no solo de Esmeraldas, sino de todas las zonas vulnerables del Ecuador.