Templos de relajación

Franklin Barriga López

Se ha detectado un fenómeno recurrente en Nueva York, metrópoli llamada la ‘Capital del Mundo’, por la abundancia de pobladores y visitantes llegados de todas partes del planeta. El caso es que, en el siglo XIX y principios del XX, hubo proliferación de iglesias de todos los credos imaginables, debido a las creencias de la variedad de gentes que arribaron y que requerían lugares apropiados para sus oraciones y más ritos que imponían sus creencias, atraídos por el imán del progreso.

Actualmente, dichos lugares de religiosidad, ante la pérdida de feligreses, debido a los cambios que impone el tiempo en su marcha inexorable, han perdido su aire religioso al haber sido comprados por particulares, para convertirlos en sitios de holganza y hasta placer.

Leí en un reportaje de EFE que muchos de esos templos han terminado convertidos en museos cuyo fin es únicamente el rédito económico, teatros, gimnasios y hasta pizzerías, cuando no en discotecas, ante el declive de la espiritualidad. Se singulariza a la Iglesia de las Misiones, establecida en la centuria de 1800, convertida en museo moderno, en el que el retablo de una antigua capilla sirve hoy para expender bebidas alcohólicas que se sirven por la ventanilla de lo que fue confesionario. Una sinagoga se volvió sala de espectáculos, en la que han actuado artistas como Madonna o Lady Gaga. La creciente banalización, la preeminencia de la farándula y del becerro de oro, generan estas transformaciones.

Templos y monasterios de Quito, por la monumentalidad y riqueza cultural que encierran, que engalanan su Centro Histórico, fueron uno de los elementos determinantes para que la Unesco declarara a nuestra capital Patrimonio de la Humanidad, en 1978. Anhelamos  que jamás a San Francisco, la Compañía y tantos otros sitios de similar jerarquía se los convierta en templos del ocio, como los relatados.