Si todavía existe la decencia

Alejandro Querejeta Barceló 

En Estados Unidos, a la crisis del Silicon Valley Bank le ha seguido la del First Republic, y en Suiza tambalea el Credit Suisse, abocándonos a una sacudida del sistema financiero mundial; en tanto, bajan los precios del petróleo y sigue la guerra en Ucrania contra la invasión rusa; al mismo tiempo, y sin tregua, en Ecuador la oposición (léase correísmo, socialcristianos y aliados) busca deponer al Presidente y la violencia social atraviesa la vida cotidiana de la ciudadanía.

La violencia es parte de la cotidianidad. Sin embargo, es importante entender cómo ésta, y el miedo que genera, ha reconfigurado la vida de todos. Mas entablar un juicio político al presidente Lasso es lo que interesa. Como dijo la BBC, “el único gobierno de derechas en un país iberoamericano de la costa del Pacífico, entra así en una crisis institucional”.

La corrupción, como sabemos, con sus lodos nos embarra a todos. No hay poder del Estado capaz de arrancarla de nuestra cotidianidad. ‘Cambalache’, el famoso tango de Enrique Santos Discépolo en el siglo pasado, sigue vigente: “El que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Y aún más: este tiempo político ecuatoriano “es un despliegue / de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue”.

Se vive en un presente permanente, un aquí y ahora. Nada parece funcionar. Algunos parecen ignorar que el país es afectado por la pobreza y la desigualdad y, sin misericordia, por la proliferación del crimen transnacional organizado y el miedo a la inseguridad, un terreno fértil para los abusos a los derechos humanos. Las mejores personas, con las mejores intenciones, haciendo todo lo posible, no pueden arreglar este sistema de absurdos.

El cara a cara entre Gobierno y oposición pone fin al juego de máscaras que hemos visto hasta hace muy poco. La opinión pública es zarandeada por una insólita violencia verbal. Existe una necesidad inmensa de dirección y guía. Se ha escrito tanto, se ha teorizado tanto y se ha hablado tanto que solo un gran pacto entre los agentes sociales, económicos y políticos sería una oportunidad de salida racional y justa. Si es que todavía la decencia existe entre nosotros.

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