Quieren demasiado

Muchas agrupaciones sociales mantienen un comportamiento errático porque no saben qué quieren de verdad, pero el movimiento indígena tiene el problema opuesto: quieren demasiado y todo al mismo tiempo. Le apuestan a tres agendas irreconciliables; el resultado es una tensión permanente que quieren resolver con disturbios.

La primera es constituirse como un movimiento étnico. Sin embargo, la demografía ecuatoriana es diferente a la boliviana o a la peruana; la población indígena, aunque grande, no es lo suficientemente numerosa ni homogénea como para hacerse democráticamente con el poder. Un movimiento racista siempre estará condenado a permanecer al margen del poder político.

La segunda es ser el alfil consentido de intereses extranjeros que buscan debilitar al Estado ecuatoriano. Más allá de la indignidad que entraña esta postura —en la que tantos líderes indígenas se han acomodado, condenados a vivir de la aprobación y los recursos de patrones europeos o norteamericanos—, tiene fecha de caducidad. Por principio, esos grupos atacan siempre al bloque más fuerte, para evitar así el desarrollo de una conciencia política o nacional del país; mientras los indígenas sean pobres y débiles, recibirán apoyo, pero si se fortalecen política y económicamente verán como, súbitamente, esos mismos amos se tornan contra ellos y empiezan a apoyar a sus adversarios.

La tercera opción, y la más inteligente, es convertirse en aquello que la mayoría del Ecuador reclama, pero que no existe: un verdadero partido nacional de izquierda sensata. La otrora “Revolución Ciudadana” es ahora un partido caudillista, que defiende sus propios intereses económicos, y la Izquierda Democrática poco más que un sindicato de burócratas. Mientras, una serie de causas populares en el país están en la orfandad política: protección del ambiente, los derechos de las minorías, la defensa del trabajador, el multilateralismo, el antinacionalismo, el garantismo, los derechos económicos y sociales, etc. El movimiento indígena cuenta con mejores credenciales que cualquier otro actor para hacerse con esas banderas, pero habrá que ver si cuenta con el coraje que requiere renunciar a la cómoda condición de víctima y las dádivas que acarrea.

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