Queda un vacío

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Carlos Freile

Con la desaparición de los 4 Pelagatos en el escenario del periodismo nacional queda un vacío muy difícil de llenar. No siempre he estado de acuerdo con sus puntos de vista (sobre todo en referencia a los “principios no negociables”), lo cual es propio de la condición humana y de la vida en sociedad, pero he aplaudido y alabo su constante empeño, a veces cercano al heroísmo, en defender la verdad y la honestidad.

En un medio como el nuestro, plagado de mediocres ambiciosos y de atrevidos ineptos, su labor no solo se distinguía por su nivel de análisis sino por su forma: todo en ella calzaba pues provenía de una visión honrada de la realidad unida a una actuación eminentemente profesional: los 4 Pelagatos sabían qué hacer y cómo.  Por esto, y otras razones fácilmente perceptibles, los ignorantes, aquellos que con dificultad leen, y los tontos, quienes sin problemas despedazan no solo la sintaxis sino la sindéresis, les atacaron y trataron de desprestigiarlos. Por eso, también, están de plácemes los bribones con rabos de paja tan largos como sus incongruencias y los politiqueros de pacotilla. Todos ellos bailarán ahora a la pata coja pues ya no tendrán en los lomos el tábano despiadado de la crítica veraz y certera.

La historia del periodismo valiente tiene luminosa presencia en nuestro país. Desde Eugenio Espejo en adelante nunca faltaron personas que lucharon contra los abusos de los diferentes poderes proclives a amordazar a los ciudadanos. Varios periodistas sufrieron destierros y persecuciones, alguno fue asesinado en un cementerio, otros padecieron torturas y no faltó el obligado a tragar excrementos humanos o a pagar multas exorbitantes por haberse atrevido a poner en la picota a enanos con ínfulas de gigantes o a desorientados que equivocaron el camino y se dedicaron a la política con capacidad apenas para ejercer de juntaletras o de matones de barrio.

Los 4 Pelagatos siguieron esa honrosa tradición, pero, de acuerdo a su decir, no encontraron el apoyo necesario, pues en nuestro medio, como en El Principito, medran hombres de negocios que solo alcanzan a ser hongos y no personas.

Nota: entre los bribones y los tontos se cuentan también quienes perpetran fraudes electorales y quienes no los detectan.