Palabra presidencial

Causaron numerosas críticas las aseveraciones del actual mandatario argentino que se refirió al Premio Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz, cuando en verdad correspondía hacerlo a Litto Nebbia, coterráneo suyo e intérprete de rock.

Alberto Fernández, muy suelto de huesos, había expresado que los mexicanos vienen de los indígenas, los brasileños de la selva y que los argentinos llegaron de Europa en barcos. ¿Cuál fue la real intención en manifestar aquello? Las reacciones de la opinión pública fueron abundantes y nada contemplativas para dicho personaje.

En la columna de la brasileña Sylvia Colomo, publicada en The New York Times, el acreditado periódico norteamericano con 7,5 millones de suscriptores y ganador de más de 130 premios Pulitzer, se lee: “Para Argentina es una mala señal que alguien diga eso. Y más si viene de un mandatario. No solo por el mal ejemplo que da. El problema es que no solo se trató de un paso en falso. La frase racista de Fernández revela la negación de las raíces mestizas y negras de su sociedad. Si un país niega una parte de su población, las vidas, necesidades y reclamos de esa parte crucial de la población se seguirán marginalizando.   La clase política tiene la obligación moral de impulsar una conversación más profunda sobre la identidad nacional”. En su propia patria, le increparon duramente: “Che Alberto, déjate de decir pavadas”.

Se llega a estos desaciertos cuando se habla por hablar, incluso presumiendo conocimientos de los que realmente se carece, de lo cual hay abundantes muestras, que incluso llegaron al ridículo, entre mandatarios y seguidores del socialismo del siglo XXI.

La palabra presidencial debe ser meditada, seria, versada, respetable, que oriente a los ciudadanos hacia la dignidad, unión y desarrollo, no que encarne lo contrario.