¡Hasta cuándo!

Paco Moncayo Gallegos

Apena la situación de tantos ecuatorianos que soportan desempleo, pobreza y pobreza extrema a la vez que repugna escuchar las declaraciones de los implicados en el juicio que se desarrolla en Miami, en contra del excontralor Carlos Pólit, donde se informa de pagos de coimas millonarias a este nefasto personaje junto con Jorge Glas y otros individuos de igual o peor calaña; porque no hay duda de que existe  una relación de causa y efecto entre tan aborrecible corrupción y la deplorable realidad de este pueblo atormentado.

Lastima, del mismo modo, observar una comunidad internacional delirante que se ensaña con los ecuatorianos por haber impedido su gobierno que impere la impunidad, como resultado obvio de un asilo dolosamente concedido, violando los más elementales principios morales y éticos, razón fundamental para que tengan validez las normas del derecho internacional e interno. Como ofende también, superlativamente, la actitud siniestra de un expresidente que promueve las más drásticas sanciones en contra de su propia Patria.

Y preocupa ver cómo, sintiéndose acorralados por las graves acusaciones de la Fiscalía General del Ecuador y por el desarrollo del proceso en Miami, los culpables han iniciado una campaña abrumadora y, por supuesto muy costosa, especialmente en las redes sociales, para desestabilizar al actual Gobierno, con las graves consecuencias que esto implicaría para la débil democracia ecuatoriana.

Enfrentado en el Senado romano a Catilina, un conspirador empeñado en desestabilizar a la República, Cicerón inició el primer discurso en su contra con estas tres impactantes preguntas: ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros? ¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia tuya?

La respuesta, en una democracia, la tiene el pueblo en las urnas y  en ellas se debe sancionar a los corruptos. El inmortal Juan Montalvo utilizó los discursos del político y jurista romano para dar nombre a una de sus obras cumbre: “Las Catilinarias”. En la primera, dice: “… Pueblo que no tiene desahogo sino la humilde queja, ni arbitrio sino el llanto, ni compasión merece… Todo pueblo es merecedor de su suerte…”.