Morir con dignidad

Pablo Granja

La única certeza que tenemos los seres humanos es que desde el mismo momento en que nacemos iniciamos un ciclo que culmina en la muerte. Nadie puede conocer lo que nos depara nuestro ‘destino’; ¿será el azar o será la suerte lo que marque nuestras vidas? Estas preguntas —nacidas de la incertidumbre, la curiosidad, la angustia o el miedo— han tratado de ser explicadas por la religión, la ciencia y la filosofía. La respuesta es individual y potestativa. Lo importante será lo que hagamos durante este tránsito rumbo a lo desconocido, para lo cual contamos con el atributo del libre albedrío, que es la facultad exclusiva de los seres humanos para tomar decisiones personales, responsables y autónomas, eligiéndolas de entre varias alternativas, las mismas que tienen sus respectivas implicaciones. Se diferencia de la libertad que es poder actuar sin ser obligado y sin obstáculos que lo impidan, propio también de los animales, como es el vuelo de los pájaros, por ejemplo.

A lo largo de nuestra existencia obligadamente tomamos muchas decisiones. Pero, ¿qué pasa frente a la muerte? En términos generales es admitida como en el caso de la guerra, de la defensa personal, o en los países que aplican la pena de muerte por crímenes atroces. Sin embargo, ¿tiene el ser humano el derecho a disponer de su propia muerte? Muy pocas legislaciones en el mundo aprueban la muerte asistida o eutanasia para casos de enfermedades degenerativas e incurables. Etimológicamente, eutanasia proviene de los términos griegos “eu” (bien), y de “Thánatos” (muerte); o sea que significa “bien morir”, aplicado a pacientes sin esperanza de recuperación que conscientemente piden la asistencia de técnicas médicas que les conduzca a poner fin al sufrimiento de una existencia dramática y hasta degradante. Sin duda debe ser vista también desde los derechos humanos: si la tortura es un crimen execrable, ¿por qué prolongar artificialmente una vida de padecimientos no lo es? La aceptación de la muerte asistida como un derecho ha tenido que afrontar mucha oposición. En los Estados Unidos, por ejemplo, el defensor más conocido de la eutanasia fue el Dr. Jack Kevorkian, quien llegó a inventar una máquina, a la que llamó ‘Thanatron’, que permitía a los pacientes quitarse la vida voluntariamente. Sus razones, eminentemente humanitarias lo llevaron a la cárcel, desde donde defendía la validez de la eutanasia voluntaria, a la que denominó “bioética y obiatría”. Finalmente, la Corte Suprema de los Estados Unidos terminó aprobándola, y actualmente es legal en Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Canadá, Nueva Zelanda, España y Colombia.

En nuestro país el debate ha comenzado. Paola Roldán Espinosa, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedan, ha planteado ante la Corte Constitucional su derecho a la eutanasia; admitiendo, con sus propias palabras, que “… yo sé que el mundo va hacia allá…. sé que esta Corte quizás no lo acepte, quizás la siguiente no lo acepte, pero eventualmente esto llegará porque es el derecho humano más básico que existe… El peso emocional de estar siempre en las manos de alguien más, de ser cien por ciento dependiente de que alguien más sepa reaccionar de la manera adecuada, de que alguien más me pueda mover, me pueda quitar el dolor, me pueda rascar, limpiar la oreja, lavarme los dientes, o ayudarme en una emergencia, a eso no ayuda ningún cuidado paliativo ni ninguna medicina que ayude a sobrellevar eso…” . Y remarca que ella ha tenido la suerte de contar con el amor de su familia que ha podido afrontar los gastos que su enfermedad ha demandado; pero aboga por todos aquellos que no cuentan con lo que ella tiene y que el Estado carece de medios para asistirlos. Su voz vale más que todas las reflexiones y conclusiones doctas en derecho, religión o teología, porque es la voz de quien sufre en carne propia y habla por quienes no han hecho público su dolor y su reclamo. Paola  cree que quizás no alcance a conocer el pronunciamiento de la Corte, pero sigue luchando y lo explica así: “Esta es mi historia, que es una demanda que tiene mi nombre, pero no es una demanda que se trata de mí” ¡Qué generosidad, qué heroísmo y qué grandeza en su lucha por el derecho que tienen los pacientes terminales a morir con dignidad!