Cuando la muda habla

Pablo Granja

Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, ocurrió uno de los más sonados escándalos documentados de corrupción delatado por Óscar Bernardo Centeno, chofer del viceministro de Gobierno. En ocho cuadernos llevó un minucioso registro de los sobornados, los montos, lugares, fechas y horas, en que su jefe recogía los sobornos en efectivo para luego entregarlos en la Casa Rosada, en la residencia oficial o en el departamento particular del matrimonio gobernante. Millones de dólares recaudados de contratistas que eran favorecidos con contratos con el Estado, algunos de los cuales se acogieron a la colaboración eficaz con la justicia argentina. El juez de la causa convocó a la viuda de Kirchner, quien se declaró ser una “perseguida política”, estribillo tantas veces escuchado en nuestro atribulado país. La “cofradía del silencio», integrada por empresarios, políticos y un sector del poder judicial, existió en la Argentina hasta que apareció un arrepentido, aparentemente inofensivo que decidió hablar.

En un reciente almuerzo de amigos, al tratar sobre lo alterado que se encuentra el ambiente con tanta investigación de corrupción en curso, tantos jueces y funcionarios judiciales presos e investigados; tanto “compadrito lindo” con pánico a ser mencionado en la corte de Florida; tanto alboroto por un sentenciado por la justicia ecuatoriana; tantos ex funcionarios públicos asilados en el paraíso de la impunidad en que AMLO ha convertido a México; tanta sumisión a un traidor; tanta delincuencia organizada y desorganizada; tantos supuestos sabotajes al sistema eléctrico; tantos apagones y penumbras; tanto rumor, tantos silencios; en medio de este caos  en que vivimos, uno de los amigos presente nos comentó que todavía hay que esperar más revelaciones que aparecerán cuando algún involucrado silencioso decida cooperar. Haciendo referencia a las haciendas y hogares antiguos en que se acostumbraba contar con familias enteras dedicadas al servicio doméstico, delante de quienes se hablaba sin reservas ni sigilo, decía que las abuelas aconsejaban – con mucho acierto – que no debía hablarse delante de la que aparentaba ser más reservada, cautelosa o callada porque uno termina confiándose demasiado.

Afortunadamente la modernidad ya no permite – ni más faltaba – que se mantengan esas prácticas casi feudales de tener familias enteras trabajando en el servicio doméstico; o, dicho en otras palabras y sin ofender a nadie, ya no hay una muda en casa encargada de servir y recoger las tazas del té de la media tarde, o que se desplace sigilosamente por los pasillos escuchando las intimidades que revelará en el momento más inoportuno.

En la actualidad los secretos e intimidades se comparten a través de los teléfonos celulares y de correos electrónicos, algunos con sistemas encriptados que ofrecen la casi seguridad de confidencialidad. Casi, porque siempre existe la posibilidad de materializar los textos o recuperar las claves de correos electrónicos que se constituyen en pruebas esenciales, causando angustia y desesperación en quienes se saben mencionados, aludidos o protagonistas.

El apresamiento de J. Glas, aparte de los problemas diplomáticos ocasionados, ha encendido la cólera de sus defensores y desatado la angustia de sus allegados, que han presionado a las autoridades judiciales para evitar que sus aparatos electrónicos sean abiertos porque la orden fue de apresamiento y no de allanamiento. Aferrándose a una supuesta informalidad legal pretendían mantener fuera de las investigaciones las intimidades que se encontrarán registradas en estos artefactos, luego de los varios meses de encontrarse de huésped en la embajada de México. Es evidente que con esta argucia pretendían evitar el imperativo ético de llegar a conocer la verdad.

Las computadoras y los teléfonos no hablan pero registran, al igual que lo que nuestro amigo nos contaba, concluyendo que hay que tener cuidado con lo que se dice y escribe, porque se producen muchas sorpresas y angustias “cuando la muda habla …”.