No hay justicia, hay desquite

En Ecuador no existe la justicia y es mejor tenerlo bien claro. Más vale que quien ingresa a la política tenga piel de elefante, poco apego a la buena reputación, estoica paciencia y una inquebrantable fe en que el tiempo y la divinidad terminarán poniendo las cosas en su lugar, porque en nuestro país lo que menos importa, cuando hay poder de por medio, es la verdad.

Los políticos que se quejan de las injusticias que sufren suelen haber sido, a su vez, en un pasado no tan lejano, los inclementes perseguidores. Es innegable que todo el caso ‘Sobornos’ es una creación desprolija y malintencionada para sepultar al expresidente Rafael Correa, pero el correísmo también persiguió y deshonró injustamente a muchas personas que ahora lo persiguen, o que —como el expresidente León Febres Cordero y sus colaboradores— habían sido rivales de sus acólitos en el pasado. El socialcristianismo, a su vez, también fue injusto y cruel con varios adversarios honestos —Gustavo Noboa, Carlos Feraud, Juan Pablo Moncagatta, etc.—, pero esos mismos cuadros del PSC habían sido también víctimas injustas de lo que hoy se llama ‘lawfare’ durante el gobierno militar o lo serían durante la revancha socialista democrática de inicios de los noventa. Nuestra justicia no es más que una bárbara sucesión de ajustes de cuentas, que fácilmente puede remontarse hasta los inicios mismos de la República, en la que los protagonistas alternan entre el rol de víctima y el de verdugo. Nadie quiere justicia independiente porque, en el fondo, todos prefieren poner sus esperanzas en un futuro desquite.

No se puede construir un país en base a mentiras y venganzas, ni puede existir democracia si la gente siente que la justicia no existe. Cualquier Estado necesita de sus ciudadanos —para denunciar, para exigir, para colaborar— si es que genuinamente quiere que la verdad salga a la luz y que se haga justicia. Sin la participación de la gente, cualquier investigación está condenada al fracaso y las mentiras se perpetúan. Lamentablemente, en nuestro medio, ¿qué incentivo tiene el ciudadano para defender, exigir y compartir la verdad si es que las autoridades, con su ejemplo, enseñan que la justicia no existe y que la verdad no importa?