No fue un año perdido

Estamos a punto de terminar el año lectivo. Indudablemente, los padres tenemos sentimientos encontrados. ¿Fue un año perdido? Seguramente en escolarización lo ha sido. Aunque mi hija haya sacado calificaciones satisfactorias, no estoy segura de que reflejen los conocimientos adquiridos. Cuando estaba tratando de dominar las tablas del 1 al 10 ya comenzaba a dividir y atormentarse por las fracciones. Presiento su confusión con respecto a las palabras agudas y graves.

Pero nada de eso me preocupa demasiado. Procuro separar la escolaridad del aprendizaje; en lo segundo, este año no ha sido un desperdicio. Miro con admiración su resiliencia. Nunca protestó por conectarse a sus clases. Mañana tras mañana y con el mismo entusiasmo escuché: “chao mami, me voy a clases” y tras un sonoro beso sus pasos la llevaban a su escritorio.

Estrechó lazos con sus amigas a través de conexiones virtuales. Durante los almuerzos me hablaba de la gallina de Bastián, de la coneja de Giulia, de las manualidades de Irene, de cuánto quiere a Romina. También me hablaba de sus profesores. De lo difícil que había sido para su profesora de español separarse de su hijo porque se fue a estudiar en otro país. Del padre del maestro de inglés, un actor de teatro estadounidense que varias veces los entretuvo con lecturas.

Una tarde después de clases comprendí cuánto había aprendido. “Mami, el Mateo cumplió años y nadie se acordó. Además, estaba triste porque se murió su perrito”. Este compañero no era su amigo más cercano. Sin embargo, agarró cartulina y colores. Le hizo una tarjeta de cumpleaños. Averiguamos su dirección y partimos con la encomienda. Fue un momento tan emotivo que tuve que contener las lágrimas.

 No fue un año perdido. Fue un año en el que muchos niños se hicieron más solidarios.  Más valientes. Más conscientes del otro. Un año en el que los padres ganamos la posibilidad de estar más cerca de ellos, de sus corazones.