Mirando con mis lentes

Como dice Isabel Allende, soy feminista desde el kindergarten. Inclusive antes de que yo entendiera bien el concepto, considerando que todavía en la actualidad hay tanta gente que no comprende lo que el feminismo implica. Pero debo reconocer que los niños de mi colegio en la década de los noventa eran bastante ‘progres’ -en manejo de términos, no de convicciones-. A manera de ‘insulto’ me decían: ‘feminista’ y ‘española’. Yo me defendía de ambas ‘acusaciones’ como mecanismo de supervivencia, pero debo reconocer que en el fondo no me disgustaban; de hecho, si algo me define ideológicamente es el feminismo.

Con respecto a la ‘acusación’ de ser española, definitivamente no tenía sustento. Soy ecuatoriana y siempre he profesado un patriotismo que raya en lo cursi, pero tengo una de esas historias familiares que tejen nuestra identidad, en torno a España. Al poco tiempo de nacida me fui a vivir a Madrid y regresé al país justo cuando iniciaba mi vida escolar. ¿Recuerdos de esa vida en España? Ninguno, pero para mis papás fue determinante. Ellos salieron a sus veintes del Quito de aquel entonces con dos hijas en brazos y proyectos académicos. La España que despertó después del franquismo les ofreció una vida maravillosa. Idealizaron todo: la comida, la representación política, la moda, la música; todo. Después, cuando yo volví como estudiante ya en mis veintes a Salamanca, empecé a cuestionar algunas cosas, pese a que me encantaba lo que veía, pero no era lo que mis papás me contaron. Evidentemente España también cambió pero ahora a mis cuarentas entiendo plenamente que lo que ellos recuerdan, son los años más felices de su vida y lo que te hace feliz es perfecto, no importa lo que sea.

Pero volvamos al feminismo, porque son los lentes con los que yo miro el mundo y se arraigan cada vez más en mí, al punto que quisiera, en esta columna, discutir sobre tantas cosas y no puedo hacerlo sabiendo que todos los días en el Ecuador hay 14 denuncias de mujeres violadas y al menos 4 de ellas son niñas. Muchas resultan embarazadas y su violador suele ser su padre, su tío, su hermano. Ninguna mujer, de ninguna edad tendría que pasar por eso.

Para mí, el aborto es una idea espeluznante, pero la sola imagen de una niña embarazada me horroriza mucho más.

El aborto es un derecho.

Los derechos no se negocian, no se condicionan, no se consultan. Los derechos se reconocen, se garantizan, se respetan y se ejercen.